Una situación sindical estancada
Tras el fracaso de una solución consensuada para la reforma de la
negociación colectiva, prometida como una contrapartida del pacto de las
pensiones públicas, y la aprobación gubernamental y parlamentaria de
una nueva normativa regresiva, el sindicalismo ha quedado en una
situación de bloqueo, sin estrategia operativa clara: ni la de pacto
social, ni la de protesta y conflicto social. Veamos este proceso para
analizar el escenario probable de los próximos meses y debatir sobre las
oportunidades y los riesgos para la acción sindical y sociopolítica en
una situación que se avecina difícil.
Visto en perspectiva, este primer semestre de 2011 deja un balance
desolador para el movimiento sindical, aun con el espaldarazo
institucional y mediático, frágil, efímero y contraproducente, que les
proporcionó su colaboración con el recorte de las pensiones públicas y
la consolidación de la paz social. Los resultados de la ofensiva
neoliberal son negativos no sólo para los derechos sociales y
condiciones laborales de la población trabajadora sino para la propia
influencia y la dimensión social y representativa de las estructuras
sindicales. No obstante, comparado con los riesgos y las oportunidades
del semestre anterior, el giro de la estrategia sindical de pacto
social, expresado con el cambio de año, ha conducido a una situación
peor y no mejor para el conjunto del movimiento sindical, en las dos
vertientes, externa e interna. Esa política sindical ha fracasado, tanto
por la ausencia de resultados en la rectificación significativa de la
reforma regresiva de las pensiones o en mejoras significativas para las
clases trabajadoras cuanto por las dificultades de legitimación social
de esa actuación. Pero tampoco ganan estabilidad y prestigio para sus
aparatos negociadores, sino lo contrario.
Por otro lado, además de los recortes de las pensiones con el aval
sindical, se imponen la reforma laboral –a pesar de la huelga general y
del importante esfuerzo de la ILP- y la de la negociación colectiva, con
mayor poder empresarial en los centros de trabajo y un debilitamiento
de las funciones de las estructuras sindicales, particularmente las
intermedias y de base; el efecto, desde el punto de vista ‘interno’, es
menor capacidad contractual, mayor incertidumbre para las estructuras
sindicales.
En el ámbito sindical, se produce un vacío interpretativo y de
alternativas, en una nueva coyuntura más difícil y defensiva que en el
comienzo de este ciclo en otoño de 2009. No obstante, existe el problema
adicional de que una parte de la responsabilidad de esta situación
obedece a los propios errores de orientación sindical, lo cual dada la
poca inclinación autocrítica de parte de los dirigentes sindicales
-particularmente los más burocráticos, los próximos al poder
institucional y los fundamentalistas del pacto-, dificulta todavía más
su definición de las respuestas adecuadas y la mejora de la cohesión
interna.
El último eslabón, por ahora, de esa política conservadora y neoliberal
dominante en la UE y los Estados miembros, es la reforma constitucional,
compartida en España por el partido socialista y el partido popular,
para restringir el déficit público y la deuda pública, contentar a los
mercados financieros y condicionar mayores recortes sociales por las
nuevas dificultades de financiación. Y se ejecuta en pleno verano, sin
debate público ni consulta ciudadana en referéndum. Las prestaciones
públicas y los derechos sociales dejarían ya de tener un carácter
subjetivo y universal y estarían sometidos a los criterios de
estabilidad presupuestaria asumidos en la norma constitucional y
determinados, en cada momento, por la mayoría parlamentaria de turno.
Ello sin garantizar una presión fiscal necesaria para asegurar la
suficiencia financiera del Estado de bienestar y la sostenibilidad de
las políticas sociales. Es una decisión que perjudica especialmente a
países como España, con una presión fiscal inferior a la media europea,
un Estado de bienestar más débil e importantes necesidades de apoyo
público para impulsar la modernización económica, la reactivación de la
economía y el desarrollo de la educación y los servicios públicos. Se
profundiza la reestructuración regresiva el Estado de bienestar, se
recorta el modelo social europeo poniendo por encima los intereses de
los mercados financieros y una redistribución regresiva de la riqueza,
se constitucionaliza el paradigma neoliberal frente a las garantías de
la seguridad y el bienestar sociales de la sociedad. Además, se acompaña
con medidas de ampliación de la temporalidad y la precariedad en el
empleo.
A corto y medio plazo, incluido todo el año 2012, no existen indicios de
reactivación económica significativa; todavía estaremos, probablemente,
en medio de la crisis económica y de empleo. Incluso se puede ampliar
la dimensión y la gravedad de los problemas sociales, particularmente
la prolongación del paro masivo, nuevas políticas de recortes
sociolaborales y medidas antisindicales con mayores presiones desde las
derechas gobernantes, la propia UE y los mercados.
Ante la nueva situación, las direcciones de los grandes sindicatos
tratan de superar su perplejidad consiguiente, adecuar su acción
sindical y reelaborar su imagen y su perfil reivindicativo. En ese
sentido, es positivo su esfuerzo movilizador contra la reforma
constitucional. Sin embargo, el problema es más profundo, no es sólo de
comunicación o de una respuesta puntual, sino, sobre todo, de
reorientación estratégica, firmeza en la acción práctica y renovación
organizativa y de discursos. A las debilidades estructurales de su
capacidad contractual se añaden las graves consecuencias de su error
estratégico de este proceso de pacto social: incapacidad de conseguir
resultados sustantivos para las capas populares, y su dificultad para
legitimar socialmente sus decisiones más problemáticas (aval al recorte
de las pensiones). Ello significa que la gran confianza representativa
alcanzada anteriormente por las estructuras y las direcciones sindicales
no es incondicional ni permanente, no cuentan con una base social
disciplinada tras un fuerte liderazgo, y no pueden utilizar esa
delegación para asuntos no expresamente deseados por sus bases
trabajadoras y menos para los que se opone la mayoría ciudadana. Así, la
gestión de su dimensión social es delicada y sometida al escrutinio de
una ciudadanía más crítica, con un fuerte sentido de la justicia social y
más consciente de sus intereses inmediatos.
Una reflexión interesante pero insuficiente
Se ha iniciado, particularmente en CCOO, una reflexión para elaborar
unas propuestas que definan la acción sindical próxima, cohesionen a ese
sindicato y refuercen su dirección, y que todo ello sea refrendado en
un acto multitudinario (veinte mil personas en la plaza de Vistalegre,
el 24 de septiembre). El documento firmado por sus máximos dirigentes
-Toxo y Lezcano- expresa dos ideas fundamentales: ‘reivindicarnos’ y
‘repensarnos’. Tiene un talante abierto y reflexivo, y sus interrogantes
son de interés para el debate público. La iniciativa trata de
autoafirmar a ese sindicato como la principal organización sindical y
sociopolítica y adecuarla a las nuevas realidades y exigencias. Los
temas a repensar se pueden agrupar en tres tipos: 1) cambios productivos
y en la estructura social; 2) reajustes internos; 3) prioridades de la
acción sindical.
Ese reivindicarnos es positivo frente a las presiones externas,
particularmente de la derecha y el poder económico, que pretenden dejar
al sindicalismo en la irrelevancia. No obstante, ese proceso
reivindicativo del papel propio de ese sindicato debe distinguir lo
positivo de lo negativo de su práctica y sus estrategias. Así, ese texto
sí explicita algunos puntos débiles y deficiencias que hay que cambiar,
pero no entra en profundidad a diferenciar entre los aciertos y
potencialidades positivas que habría que reivindicar y fortalecer, y los
errores estratégicos y de orientación a superar. En ese sentido, el
simple ‘reivindicarnos’ –tanto lo bueno como lo malo- no facilitaría la
reflexión realista de los puntos fuertes y, sobre todo, de cómo superar
los fallos, así como la correspondiente renovación. En consecuencia, el
‘repensarnos’ estaría condicionado por el deseo conservador de no
valorar y superar las deficiencias propias, y sería limitado.
Aquí se realiza una contribución analítica con espíritu crítico,
unitario y constructivo, valorando las enseñanzas de la experiencia de
estos dos años para aportar algunas reflexiones que permitan definir
mejor las propuestas de reforzamiento y de cambio de la dinámica
sindical, así como un punto de partida para exponer y debatir las
oportunidades y desafíos inmediatos que conlleva esta situación difícil y
compleja para el movimiento sindical y ciudadano y el conjunto de las
izquierdas.
Respecto del primer bloque, las reflexiones expuestas son realistas y
apuntan bien las importantes transformaciones a las que dar respuesta
adecuada, desde la descentralización productiva, un tejido económico de
pymes y la segmentación del mercado de trabajo, hasta las dinámicas de
la globalización, la desregulación e individualización de las relaciones
laborales y la importancia de la dimensión europea. Algunas ideas son
ya antiguas pero hay que profundizar en ellas a la luz del impacto de la
reciente crisis socioeconómica y las políticas neoliberales. Dos
aspectos cabría destacar con incidencia directa en el tipo de acción
sindical. Uno, dada la diversidad y la estratificación de las clases
trabajadoras, la mayor vinculación con los jóvenes y las capas precarias
y en paro (sin desconsiderar a otras capas cualificadas o
profesionales); ello permitiría el aumento de arraigo sindical y su
capacidad representativa, unitaria e integradora. Dos, la relevancia de
la regulación colectiva, el papel de lo público, y la solidaridad,
incluido el ámbito europeo.
El segundo tipo de interrogantes y propuestas de ese documento de CCOO
hace referencia a la necesidad de algunos reajustes internos. Es
positiva la alusión a superar inercias organizativas, aumentar la
sensibilidad social, mejorar el uso de los recursos y afinar con la
comunicación. En comparación con el otro gran sindicato –UGT- supone un
tratamiento más abierto y autocrítico, y la posibilidad de una mejor
adecuación a los retos futuros. Sin embargo, se queda corto. El aspecto
principal en este campo es promover un amplio proceso democrático de
participación, de articulación del debate, la renovación de ideas y
prácticas organizativas y la integración desde la pluralidad de
posiciones que permitan mayor unidad y cohesión interna. Los grandes
retos vienen del exterior, de un contexto más difícil, y para
afrontarlos se debe conseguir unos cambios y el fortalecimiento internos
más profundos: mecanismos más democráticos y solidarios, al mismo
tiempo que medios adecuados y dirigidos al fin colectivo de la mejora
sociolaboral de las clases trabajadoras; la interrelación de influencia
sustantiva y dimensión social y representativa también fortalecerá la
afiliación sindical y la legitimación de las estructuras sindicales, no
al revés. Hacer frente a las inercias organizativas y los intereses
creados de las distintas estructuras sindicales necesita un fuerte
liderazgo, una importante representatividad y, al mismo tiempo, una
profundización democrática e integradora de puntos de vista diversos.
En relación con el tercer bloque, las prioridades de la acción sindical,
los autores avanzan elementos de interés, como la importancia clave de
la acción sindical frente al exceso, en ocasiones, de la simple acción
institucional o la conveniencia de la autonomía sindical del poder
político al mismo tiempo que cumplir una función sociopolítica general.
Pero, la reflexión es insuficiente y apuntan dos propuestas limitadas y
ambivalentes: el refuerzo de las comisiones paritarias sectoriales, y el
desplazamiento de las funciones representativas y negociadoras de los
comités de empresa hacia las estructuras de los sindicatos. Son aspectos
problemáticos, ya expresados en el preacuerdo de la reforma de la
negociación colectiva.
Veamos, primero, algunas aportaciones sobre la acción sindical. La
actividad sindical en la negociación colectiva y su orientación son
vitales para defender las reivindicaciones laborales de las clase
trabajadoras; su dinamización, el apoyo en los centros de trabajo y la
capacidad de presión a los empresarios son fundamentales para conseguir
mejoras sociolaborales e incrementar la capacidad negociadora del
sindicalismo. La legitimidad social y el reconocimiento institucional de
los aparatos sindicales se basan en los resultados de esta influencia
sustantiva y, en ese sentido, son fundamentales frente a la presión por
dejarlos en la irrelevancia. No obstante, priorizar la seguridad de los
recursos de las comisiones paritarias es una salida en falso a las
dificultades de la capacidad contractual en la negociación colectiva.
Éstas dependen más de la falta de dinamismo de las bases sindicales, la
heterogeneidad y debilidad estructural de las clases trabajadoras y una
acción sindical firme. Y mejorándolas vendría por añadidura la mayor
capacidad negociadora y contractual. Si se sitúa este problema en primer
plano, puede aparecer la distorsión de privilegiar el medio
institucional –un mecanismo compartido con los representantes
empresariales-, como garantía de la estabilidad de la función
negociadora de una élite sindical, sin que el fin –defender y mejorar
las condiciones de trabajadores y trabajadoras- quede claro o signifique
avances sustantivos hacia él.
Pero, además, la normativa recientemente aprobada ha impuesto el
carácter secundario de esas comisiones paritarias en beneficio de los
mecanismos de arbitraje y la arbitrariedad empresarial y tiende a
eliminar multitud de ellas (las de muchos convenios provinciales). No
cabe duda que esas funciones de esos aparatos negociadoras, constituyen
aspectos importantes para los sindicatos. Tras los retrocesos de
derechos laborales y sociales y la inseguridad por la amplia precariedad
laboral y el paro masivo, los grandes esfuerzos de los procesos de
movilización durante el año 2010 pretendían frenarlos y, al mismo
tiempo, conseguir el objetivo específico de garantizar la capacidad
contractual de los sindicatos. El intercambio desproporcionado del
acuerdo social y económico también buscaba obtener el deseado equilibrio
en las relaciones laborales que garantizase la capacidad contractual de
los sindicatos, en su versión más pragmática y operativa, la
estabilidad y las competencias negociadoras de las comisiones paritarias
sectoriales. Con la reforma de la negociación colectiva el Ejecutivo
las debilita todavía más. Gobierno y patronal están imponiendo un mayor
desequilibrio en las relaciones laborales, especialmente en la
operatividad y recursos de esas comisiones y la participación sindical
en la regulación laboral.
Por tanto, este énfasis en recuperar mayores funciones para esas
comisiones paritarias denota la preocupación por la estabilidad de esos
interlocutores sindicales, sobre todo, responsables sectoriales,
legítima pero que puede estar asociada sólo al miedo por el estatus
incierto de un sector de dirigentes. Ese objetivo se queda corto, es
selectivo al señalar como central un instrumento organizativo de la
dirección y, sobre todo, tiene poca credibilidad su recuperación y es
poco movilizador.
¿Mayor moderación salarial?
La paradoja es que toda la acción sindical de estos casi dos años, desde
la huelga general hasta el pacto social no ha evitado un retroceso en
este campo específico de debilitamiento de la negociación colectiva. En
particular, el acuerdo confederal para la negociación colectiva –ANC-
con las organizaciones empresariales, de primeros del año 2010 y por
tres años (2010-2012), abogaba por la moderación salarial en una
situación defensiva, con las consecuencias de una bajísima
conflictividad laboral y la pérdida de poder adquisitivo de las personas
asalariadas durante 2010: 1,4 puntos, ya que la tasa interanual del
índice de precios está en el 3% y el aumento pactado de los salarios en
los convenios colectivos nuevos ha sido del 1,6%. Igualmente, los
trabajadores y trabajadoras con renovación salarial también han perdido
poder adquisitivo, ya que aunque algunos convenios tenían cláusulas de
garantía, el incremento medio de esas renovaciones ha sido del 2.2%, es
decir, con una pérdida de 0,8 puntos. Por otra parte, y según datos del
Ministerio de Trabajo, para los primeros siete meses del año 2011, el
incremento salarial medio ha sido del 2,65%, con una inflación
interanual del 3,1%, es decir, ha habido una pérdida de capacidad
adquisitiva de cerca de medio punto. No obstante, los convenios
colectivos firmados son una minoría en ese periodo y siguen bloqueados
unos tres mil, precisamente en los que la patronal mantiene una mayor
intransigencia con los incrementos salariales; por tanto, es previsible
también para este año una reducción significativa de poder adquisitivo
de los salarios.
Ese acuerdo social y económico no impidió la regresiva reforma laboral a
pesar de las expectativas negociadoras generadas previamente, y no ha
favorecido una negociación colectiva más firme e incisiva, una acción
sindical más reivindicativa y mayor capacidad de presión y movilización
para lograr mejoras sustantivas. Todo ello también ha perjudicado el
fortalecimiento de la estabilidad y la legitimidad de los aparatos
negociadores, aspecto que subyace en la citada reflexión y que ahora
vuelve a aparecer como prioridad sindical. Sin embargo, la
interpretación de qué es esa capacidad contractual del sindicalismo y
cómo reforzarla debe ser más amplia; está asociada a la defensa de los
intereses de las capas populares, a la influencia sustantiva en la
regulación de las condiciones sociolaborales y al fortalecimiento de la
dimensión social y representativa del conjunto del movimiento sindical.
Además, ante las voces institucionales y empresariales que insisten en
un nuevo pacto social de rentas, basado en la profundización de la
moderación salarial, sería imprescindible expresar su claro rechazo. No
sólo para evitar hacer recaer sobre los trabajadores y las trabajadoras
un mayor sacrificio adicional y ser claramente injusta, sino porque esa
medida, a su vez, retrasaría la salida de la crisis e iría en contra de
la necesaria reactivación económica al retraer la demanda de consumo.
Supondría, eso sí, mayores beneficios empresariales, pero frente a los
deseos retóricos de su limitación y la generación de mayores inversiones
empresariales, éstas seguirían congeladas por las pocas expectativas de
crecimiento económico.
Así, esa reedición del pacto de moderación salarial (y otras
reivindicaciones) o la aceptación de su prolongación y profundización
serían negativas para las condiciones laborales y de empleo, y tampoco
supondría una ventaja para el prestigio de los sindicatos o la
estabilidad de sus interlocutores. Esos retrocesos salariales tampoco
parece que puedan ser compensados por las nebulosas contrapartidas
gubernamentales o empresariales en otros campos (por ejemplo, en materia
de creación de empleo o de mejor protección social y al desempleo),
cuando su apuesta clara no es un nuevo acuerdo equilibrado sino imponer
otro reajuste salarial y laboral y reducir el gasto público social, con
el viejo pretexto de calmar los mercados de la deuda –incluso
incluyéndolo en la Constitución-. Y esa propuesta gubernamental de pacto
con concesiones salariales estaría menos justificada todavía por los
supuestos beneficios institucionales para los aparatos sindicales.
Frente a los problemáticos augurios de mayores ajustes económicos y
fiscales, esa estrategia, al igual que en la primavera de 2010 con el
ANC, no los detendría y tampoco garantizaría el incremento de la
capacidad contractual de las estructuras sindicales o las comisiones
paritarias.
Por tanto, es imprescindible esa reflexión sobre la estrategia de la
acción sindical y la negociación colectiva para promover su
reorientación y no repetir los errores pasados. Si no, este debate puede
quedar en la superficie, en mera retórica y con poca relevancia
práctica, un deseo de defensa corporativa de las altas estructuras de
los grandes sindicatos y en un callejón sin salida sin encarar los
problemas de fondo del estancamiento de los convenios colectivos y el
retroceso de las condiciones sociolaborales y salariales.
La otra propuesta de ese documento para el debate sindical, relacionada
con las prioridades sindicales y la normativa de la libertad sindical,
es disminuir las funciones de los organismos más legítimos y cercanos a
las clases trabajadoras, los comités de empresa y representantes
elegidos y traspasarla a las organizaciones sindicales. Es una vía
abierta en la reforma de la negociación colectiva y, como se ha
explicado antes, es abiertamente negativa. Aunque es importante la
dimensión general y sociopolítica de las estructuras de los sindicatos,
ese desplazamiento es contraproducente con su tarea fundamental de
aumentar la vinculación con las propias bases sociales e impulsar su
mayor dinamismo y actividad. Refleja una dinámica más jerárquica y
centralizadora, cuando la legitimidad y la credibilidad social de los
órganos superiores de las organizaciones sindicales se deberían reforzar
con la consolidación de esos organismos de base, no con su
debilitamiento. Es otra salida en falso al problema de la consolidación
de los sindicatos, con la apariencia de mayores ‘competencias’ para sus
estructuras, cuando el problema de su debilidad está en otra parte, en
el poder empresarial, y para resolverlo deben apoyarse en la acción de
base y la legitimidad de sus electores y representantes directos.
Precisamente, en la reforma gubernamental de la negociación colectiva ya
está aprobada la primera parte, debilitar las funciones negociadoras de
los comités de empresa y delegados sindicales, aunque en beneficio no
tanto de las secciones sindicales o las estructuras sectoriales de los
sindicatos cuanto de la discrecionalidad del propio empresario. Por
tanto, esa idea no presenta una solución sino que profundiza el
problema, cuando se necesita mayor arraigo y dinamismo por la base
trabajadora.
En definitiva, la dinámica que suscita esta iniciativa reflexiva y de
debate de CCOO puede ser positiva y constituir un buen comienzo para el
fortalecimiento y la reorientación estratégica de su acción sindical y
organizativa, referencia fundamental del sindicalismo en España. Sin
embargo, los citados interrogantes y propuestas son insuficientes para
impulsar una renovación profunda y encarar con claridad y firmeza sus
retos inmediatos. En particular, se hacen eco de esta coyuntura de
bloqueo sindical, pero se deberían abordar sus causas: el fracaso de su
estrategia de pacto social. Ello evitaría caer otra vez en un error
similar. La primera parte puede sugerir una puesta a punto del análisis
de las transformaciones productivas, socioeconómicas y laborales,
siempre necesarias para ajustar la estrategia sindical. Igualmente, con
la segunda parte se puede iniciar una reflexión estimulante sobre las
dinámicas internas, normalmente muy cerradas y presas de los
condicionamientos de los equilibrios de las diferentes familias y
lealtades sindicales y las necesidades de legitimación de la dirección.
La calidad de su liderazgo interno se medirá por el alcance de esa
reflexión y los cambios del clima y la disponibilidad del conjunto del
sindicalismo. En ese sentido, son preocupantes las limitaciones
señaladas del tercer bloque, sobre la estrategia sindical y las
prioridades de la acción sindical. Así, en ese sentido de ampliar y
mejorar ese debate, se aportan estas reflexiones.
Oportunidades de la acción sindical en una difícil situación
Ante esta situación de persistencia de la crisis y las políticas de
ajuste y austeridad, los retos externos para el sindicalismo pueden
incluso crecer, y hacer más imperiosos los desafíos internos de
renovación, integración y fortalecimiento internos. El riesgo es que
sólo (o principalmente) se contemplen parámetros cuantitativos –por
ejemplo, de afiliación sindical o los recursos humanos, financieros y
logísticos de las estructuras- para evaluar la capacidad representativa y
de influencia del sindicalismo. Ello podría impedir la necesaria
evaluación de factores más complejos y frenar la regeneración y la
renovación práctica, organizativa y de cultura sindical. Junto con el
bagaje histórico, el arraigo social y la tradición sociopolítica del
sindicalismo, el análisis de las dinámicas actuales y la valoración
crítica de su experiencia de estos dos últimos años deben permitir
encarar, al menos, la adecuación de la acción sindical de los dos
próximos. Este tiempo es fundamental para conformar el tipo de salida a
la crisis, la consolidación del modelo social y laboral más o menos
regresivo, junto con los (des)equilibrios en las relaciones laborales,
las desigualdades económicas, la convivencia intercultural e integración
social. Y son clave para la configuración del sindicalismo, los
movimientos sociales y las izquierdas sociales y políticas.
El debate sindical sería fallido si se queda sólo en ‘cerrar filas’
internas ante el evidente acoso exterior, principalmente desde campos de
la derecha y el poder económico, tapando los errores estratégicos
propios y las insuficiencias de legitimación. E, igualmente, sería
contraproducente el no recoger las ideas críticas o discordantes y no
integrarlas en un nuevo proyecto renovador y unitario. Son necesarias
respuestas claras y la vinculación con el resto de fuerzas sociales
progresistas y el movimiento 15-M para hacer frente a las graves
consecuencias de la persistencia de la crisis y la política de recortes
sociales. La cuestión es que hay una responsabilidad colectiva en dar
una respuesta estratégica 'creíble', no sólo de propuestas sino de
disponibilidad para defenderlas ante el poder (ante la previsible
victoria del PP, la situación de precariedad y los nuevos ajustes
venideros). El movimiento sindical debe demostrar determinación y
claridad en ello, y esa percepción debe llegar a las capas populares,
recobrando mayor legitimación social. Si no, la simple inercia no
permite salir de la parálisis sindical, en una dinámica de
debilitamiento de su capacidad representativa y contractual, y esta
iniciativa de adaptación sindical puede quedarse en una superficial
retórica y los problemas y el desconcierto, entre parte de sus bases y
sus estructuras, agravarse en el futuro inmediato. Y el objetivo de
fortalecer el sindicato e incrementar la legitimidad de su dirección
quedaría sin cubrir.
Otra cuestión añadida es si la 'resistencia popular y sindical' concreta
va a ir a más allá de la promovida por las direcciones sindicales
mayoritarias (15 de octubre, movilizaciones contra recortes...) o
mantenerse floja y fragmentada. En ese sentido, el devenir del
movimiento 15-M es fundamental para configurar el clima social y la
pugna frente a la crisis socioeconómica.
Por último, también cabe que los sindicatos sólo actúen de forma
reactiva, en cada momento, frente a agresiones graves e inmediatas y/o a
expectativas de acuerdos generales. La dinámica ordinaria es actuar de
forma reactiva y ante hechos e intereses inmediatos. La insuficiencia
tiene que ver con los límites del liderazgo global y el proyecto de
conjunto: primero, la interpretación de las tendencias y perspectivas y
la elaboración de las estrategias, particularmente complejo en las
coyunturas críticas, con nuevas circunstancias o equilibrios que
posibilitan diversos caminos y perspectivas; segundo, generar el impulso
transformador e incrementar la influencia sustantiva y la capacidad
contractual. Es lo que, en el caso de las direcciones sindicales, se ha
resuelto medianamente bien -aún con lagunas como la del propio ANC-, en
el año 2010, en su dimensión social y representativa, mientras que en el
año 2011 se debilitó ese componente expresivo sin avanzar en mejoras
reivindicativas, capacidad contractual, credibilidad social o
estabilidad institucional, que podrían ser las contrapartidas esperadas
y, al mismo tiempo, no conseguidas y en retroceso.
No obstante, ante las posibilidades y, al mismo tiempo, los riesgos y
las complejidades aparecidos con la huelga general del 29-S, y con el
escaso debate público, en vez de apostar firmemente por la continuidad
de la exigencia de rectificación y porfiar en la acción representativa
de la ciudadanía y la pugna democrática, venció el miedo a un conflicto
prolongado con el poder y se quiso ver la solución en el cambio de
estrategia sindical hacia la colaboración institucional, confiando en
suavizar los recortes y garantizar la estabilidad contractual de los
sindicatos. Como se ha analizado, fue un doble error, analítico y sobre
todo de orientación.
El error analítico ha sido doble. Por un lado, ha consistido en
infravalorar la profundidad de una política, institucional y de los
poderosos, de recortes sociales y laborales con la determinación de la
ruptura del diálogo social (o bien la incorporación sindical a acuerdos
regresivos) y el desequilibrio en las relaciones laborales. Y, por otro
lado, ha desconsiderado la actitud de gran parte de las capas populares
y la ciudadanía que manifestaban su descontento frente a esa dinámica,
generando una importante deslegitimación social a sus gestores políticos
y económicos.
El error de orientación ha traído como resultado no haber conseguido
ninguna mejora sustantiva para la población trabajadora, sin suavizar el
fuerte recorte global de las pensiones públicas futuras –repartiendo de
forma distinta al plan inicial gubernamental sus efectos entre diversos
colectivos de trabajadores-, ni frenar la reforma unilateral de la
negociación colectiva y el debilitamiento de la capacidad contractual
del sindicalismo. Pero, además, ha generado una mayor impotencia
sindical para hacer frente a la última agresión gubernamental –la
reforma impuesta de la negociación colectiva-, ha sumido a los
sindicatos en el bloqueo y la perplejidad actual y ha disminuido la
legitimidad social de sus dirigentes.
Esta nueva coyuntura requiere una reflexión de conjunto y una
reorientación de la acción sindical. Es otra encrucijada histórica de la
que se puede salir mejor o peor, y hay que intentar acertar con una
buena orientación.
Los aciertos de la actuación sindical han venido cuando, admitiendo con
realismo esa situación general y desprendiéndose de inercias
organizativas y dependencias institucionales, los sindicatos han
decidido afrontarla en consecuencia con sus principales recursos: la
activación de sus bases sociales y de la ciudadanía. Ante la caída en la
trampa del pacto regresivo de las pensiones, junto con el desconcierto
por la ruptura de una solución consensuada y la consiguiente imposición
de una reforma de la negociación colectiva desequilibrada, no ha habido
capacidad de reacción ni contestación relevante de las organizaciones
sindicales. La alternativa, no obstante, es salir de la impotencia,
encarar la aplicación de estas políticas y continuar exigiendo su
reversibilidad.
Por otro lado, ante el vacío producido por esta estrategia sindical
errónea, con su pacto social, la corresponsabilidad con los recortes de
las pensiones públicas, la desmovilización consiguiente y la disminución
de la credibilidad social de sus dirigentes, otra élite representativa
(movimiento 15-M) ha sido capaz de canalizar la indignación popular y
transformarla en acción colectiva. Ese hecho hace explícito, por simple
comparación, otro problema adicional para las direcciones de los
grandes sindicatos: la impugnación pública a su actuación, la
demostración de que se podía hacer otra cosa, con amplio apoyo social, y
la pérdida de la hegemonía representativa de las capas populares en
materia sociolaboral.
En otros momentos y temas (por ejemplo, contra la guerra de Irak) se han
constituido diversas plataformas y foros de organizaciones sociales y
políticas, junto con los sindicatos. Éstos, sin embargo, tenían
prácticamente la exclusiva de la representación del malestar
socioeconómico de las clases trabajadoras y la canalización de las
reivindicaciones sociolaborales. La percepción por una amplia ciudadanía
de esa actuación negativa de la estrategia sindical de sumarse a los
recortes de los derechos de las pensiones, sin articular una firme
dinámica defensiva ante el agravamiento de las consecuencias de la
crisis, ha permitido el desplazamiento o la combinación, en parte de la
ciudadanía, de su delegación representativa hacia otra élite y el apoyo a
otras formas expresivas para cumplir esa función. Las fisuras no son
profundas e irreversibles pero expresan un poso de desconfianza entre
parte de esa gente activa, muchos huelguistas el 29-S o afiliados a los
sindicatos, respecto de las direcciones sindicales mayoritarias.
En definitiva, han transcurrido ya cuatro años de crisis socioeconómica,
desde finales del año 2007. Los dos primeros con un impacto demoledor
en paro masivo, contracción económica y malestar social, seguidos de
otros dos años de predominio de políticas de ajuste, particularmente en
la UE, y el inicio de una contestación colectiva significativa. La
experiencia de estos casi dos años de descontento, incertidumbre y pugna
social frente a la crisis ya ha demostrado un cambio social
significativo: la existencia de un rechazo popular, una ciudadanía
activa que no se deja someter al dictado de los poderosos y los
mercados. El problema de credibilidad y legitimación social que tiene
ese poder establecido condiciona, al menos, la amplitud, la profundidad y
el ritmo de sus medidas impopulares. La gravedad de la crisis,
particularmente en los países periféricos como España, puede persistir,
al menos, unos cuatro años más y sus efectos sociales y de empleo
condicionar toda esta década. Estamos a principios del camino hacia la
salida de la crisis, horizonte todavía difuso y visto con escepticismo, y
todavía está lejana, aunque ya se ve condicionada, la configuración de
los equilibrios en el nuevo ciclo histórico, el modelo social y el
aparato productivo. El alcance y el sentido de esas tendencias sociales,
la cristalización expresiva de esa izquierda social, esa ciudadanía
activa, junto con la calidad ética, el talante democrático y el
pensamiento crítico de sus élites van a condicionar el próximo devenir
sociopolítico.
Antonio Antón
Profesor Honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid