INICIADA ya la precampaña electoral, el Gobierno de Zapatero anuncia
su intención de recuperar el Impuesto sobre el Patrimonio (IP) con el
fin de mejorar la recaudación fiscal (podría llegar a 2.000 millones de
euros) y aliviar los dañinos efectos de los importantes recortes
sociales que se han venido practicando a lo largo de los últimos meses.
Conviene recordar, no obstante, que fue el propio Zapatero quien, a
finales de 2007, anunció la eliminación del IP con el argumento de que
bajar impuestos era de izquierdas.
No tengo nada en contra del restablecimiento del impuesto, todo lo
contrario. Incluso me pronuncié públicamente (ver DIARIO DE NOTICIAS
31-12-2007) en contra de su desaparición argumentando que la pérdida en
la recaudación aceleraría el deterioro de servicios sociales básicos,
disminuiría la cohesión social y acentuaría la brecha social. No ha
hecho falta ser profeta para comprobar, para desgracia nuestra, que la
realidad ha superado a los peores augurios. Pero lo que se echa de menos
en la propuesta gubernamental es algún tipo de autocrítica, reconocer
que algo se hizo mal y pedir disculpas por el enorme daño causado,
valorado en más de 6.000 millones de euros que han dejado de recaudarse,
y que han obstaculizado a lo largo de estos tres últimos ejercicios la
realización de políticas públicas encaminadas a la creación de empleo, a
la mejora de la sanidad y educación y a la reducción de la pobreza y la
desigualdad.
La reticencia con que el consejero Miranda ha recibido la iniciativa,
sembrando dudas sobre la recuperación del IP en Navarra ("depende de lo
que hagan el resto de comunidades limítrofes", nos dice), habla poco a
favor de la autonomía e independencia del titular de una de las carteras
más importantes del Gobierno de Navarra. Cuando el propio consejero
avanzó, hace tan solo unos días, las líneas generales del presupuesto de
Navarra para 2012, anunció recortes (sí, sí, todavía más recortes) que
afectarían a todos los departamentos, no parece lógico renunciar a una
figura impositiva que proporciona a las arcas navarras en torno a 50
millones de euros anuales. No son solamente razones de equidad (ya de
por sí argumento suficiente) las que aconsejan recuperar una figura
impositiva que nunca debió suprimirse, sino también razones de pura
eficiencia económica. Como de manera insistente vienen criticando
diversos expertos al referirse a nuestro país (entre ellos los premios
Nobel de Economía Joseph Stiglitz y Paul Krugman), las políticas de
recortes de gasto público son contraproducentes, ya que reducen la
demanda de bienes y servicios contribuyendo todavía más al estancamiento
y a la atonía de la economía española. Con un sistema tributario más
equitativo, y para ello haría falta que los ingresos fiscales
garantizaran la suficiencia presupuestaria, se podrían evitar los
recortes sociales practicados y los que se anuncian para el futuro.
En mi opinión, la recuperación del IP sería tan solo una pieza de la
necesaria reforma fiscal que pusiera orden en el actual sistema
impositivo que permita alumbrar un nuevo escenario que reduzca el
déficit fiscal para reducir el déficit social. La otra pieza que
completaría el puzzle pasaría por combatir el elevado fraude fiscal
cifrado, según los inspectores del Sindicato de Técnicos del Ministerio
de Hacienda en 50.000 millones de euros anuales. Pero no se trata de
gravar todavía más las rentas medias y bajas. Se trata de exigir una
fiscalidad equitativa que corrija la regresividad del vigente modelo
fiscal. Un modelo fiscal que permite que un trabador medio tribute por
encima de lo que lo hacen la mayoría de las empresas que, con base en
deducciones y exenciones, tributan por debajo del 18% de sus beneficios.
Algunas (ver Diario de Noticias de 22 de agosto de 2010), ni siquiera
eso.
Por lo tanto, no está mal empezar por recuperar una figura impositiva
que grava la riqueza de los grandes patrimonios y que podría contribuir a
diseñar una política social más activa. Recientemente hemos conocido
las dudas de la consejera de Sanidad del Gobierno de Navarra de poner en
marcha el programa de detección del cáncer de colon, alegando
insuficiencia presupuestaria. No olvidemos que el presupuesto se compone
de dos partes: ingresos y gastos. Por eso, cuando estamos ante gastos
inaplazables (y la detección de un cáncer de colon lo es), no hay que
recortar gastos, sino que hay que procurar ingresos. Sin duda, las
personas con recursos acudirán a la sanidad privada a hacerse las
pruebas de detección del cáncer, mientras que los que carezcan de
recursos se encontrarán con una enfermedad sin remedio de curación. Ésta
es la desigualdad que hay que combatir. Porque como nos vienen
alertando sociólogos y analistas, la desigualdad es el mayor problema de
las sociedades del siglo XXI. "No importa lo rico que sea un país,
-señala Tony Judt (Algo va mal, Taurus 2010)-, sino lo desigual que
sea". La supresión de programas sociales esenciales argumentando
carencia de recursos económicos, cuando por otra parte se elude gravar
los grandes patrimonios, es una grave irresponsabilidad. Por lo visto,
nuestros consejeros no parecen entenderlo así.
Pablo archel domench, Profesor de Economía Financiera y Contabilidad de la Universidad Pública de Navarra