La gravedad del paro es persistente, genera sufrimiento a millones de
personas y refuerza las brechas sociales. Las deficiencias de la
protección al desempleo producen fuerte desamparo a las personas
paradas. El riesgo de pobreza y la desigualdad socioeconómica crecen.
Todo ello tiene graves consecuencias sociales y políticas. Veámoslo en
detalle.
El número de personas desempleadas se acerca a seis
millones (5,78 según la EPA 3º trimestre). Si añadimos el creciente
número de personas ‘desanimadas’ y con ‘subempleo’ (más cercanos al
desempleo que a la ocupación donde se integran los que han trabajado al
menos una hora en la semana de referencia), habría que añadir cerca de
otro millón más de personas básicamente desempleadas. Estamos cerca de
los siete millones de personas paradas o infra-empleadas.
La
situación del alto desempleo no es coyuntural o transitoria. La
trayectoria del paro es muy pronunciada y ascendente: el total de
parados (EPAs 3º trimestre) ha pasado de 1,79 millones en el año 2007, a
2,60 en 2008, 4,12 en 2009, 4,57 en 2010, 4,98 en 2011, y el citado
5,78 de 2012. En el último año ha aumentado el paro en 800.000 personas
desempleadas, habiéndose destruido 836.000 puestos de trabajo (230.000
en el sector público), con cerca de un millón de asalariados menos
(946.000) y 108.000 autónomos más. Con la crisis han desaparecido 3,2
millones de empleos; de ellos 2,2 millones relacionados con la explosión
de la burbuja inmobiliaria (construcción y de industrias y servicios
afines), imposibles de recuperar a medio plazo. Además, la reciente
reforma laboral ha demostrado que no elimina los despidos sino que los
abarata y favorece: el último trimestre se han destruido 179.400 puestos
de trabajo indefinidos. Desde el inicio de la crisis se han eliminado
cerca de dos millones de empleos temporales y más de seiscientos mil con
contrato indefinido.
La tasa de paro ha llegado al 25,02%, la
más alta de las últimas décadas. Hay pocas distancias por sexo (24,68%,
la masculina, y 25,41%, la femenina), aunque persisten la desigualdad en
las tasas de actividad (67,18% la de los hombres, y 53,41% la de las
mujeres). Las diferencias de la tasa de desempleo son muy pronunciadas
por origen nacional: 34,84% para la población extranjera, y 23,32% la de
las personas con nacionalidad española. E igualmente, por edad, ya que
los menores de 25 años tiene el 52,34% de paro. A ello hay que añadir
que unos dos millones de jóvenes (hasta 29 años) ni estudian ni
trabajan.
La distribución territorial también es muy desigual. De
más del 30% de paro en zonas del sur (Andalucía, 35,42%; Extremadura,
32,66%; Canarias, 33,63%), a la mitad, en torno al 15%, en algunas del
norte más industrializadas (Navarra, 14,95%; País Vasco, 15,48%),
pasando otras por una situación intermedia (Madrid, 18,56%; Catalunya,
22,56%; Comunidad valenciana, 28,10%).
El número de hogares con
todos sus miembros activos en paro alcanza a 1,74 millones, y sin una
persona activa son 4,47 millones. Los parados de larga duración (más de
un año en desempleo) superan los tres millones, casi medio millón más
que hace un año.
Por otro lado, según los últimos datos del
Ministerio de Empleo, de los 4,7 millones de personas registradas como
paradas, reciben una prestación unos tres millones, con una tasa de
cobertura del 63,8 %. Reciben una prestación contributiva sólo 1,4
millones y el resto los subsidios no contributivos. Pero si lo
comparamos con los 5,7 millones del total de desempleados según la EPA,
la cobertura de la protección al desempleo apenas alcanza a la mitad. Se
quedan fuera una gran parte de jóvenes parados, con poca o ninguna
cotización previa, dependientes cada vez más del apoyo familiar y con
dificultades para su emancipación y sus proyectos vitales, y en un
proceso de desvalorización de sus capacidades formativas.
El
grado de desigualdad de la renta en España es de los mayores de la Unión
Europea, con los últimos y recientes datos disponibles de Eurostat.
Según el índice Gini, desde el 31,3 del año 2007 ha pasado al 34 en el
año 2011, mientras en la UE-15 se ha mantenido casi estable (30,2 en
2007 y 30,5 en 2010). Con la referencia del ratio s80/s20 (relación
entre los ingresos del 20% superior respecto del 20% inferior) España ha
pasado del 5,3 en el año 2007 al 6,8 en el año 2011; la UE-15 del 4,7
al 5,8, y la UE-27 del 4,9 al 5,3. España no sólo es uno de los países
europeos más desiguales, sino que es en el que más ha crecido la
desigualdad de rentas con la crisis (aunque hay que advertir que en la
Unión Europea existe la menor desigualdad del mundo, en particular
comparada con los países emergentes o con EE.UU.). Si añadimos otros
indicadores como el nivel de pobreza (más del 21%) o el de mayor tasa de
paro (25%) y más fracaso escolar y abandono escolar prematuro (cerca
del 30%), tenemos una radiografía de la gravedad de las brechas sociales
existentes y el cuestionamiento de la integración social característica
del modelo social europeo.
Las variables económicas aventuran un
estancamiento prolongado de la economía e incluso otra recesión. Las
perspectivas del empleo indican su no mejoría a corto y medio plazo, y
esos altos niveles de paro pueden persistir varios años.
Están
claras las causas: un aparato productivo ineficiente y un sistema
financiero altamente especulativo, cimentados en la burbuja
inmobiliaria, junto con unas políticas económicas basadas en la
austeridad y los recortes laborales y sociales, bajo el chantaje de los
mercados financieros y amparadas en las instituciones europeas con
hegemonía liberal-conservadora. La gestión de la crisis y las políticas
de ajuste, dominantes desde hace dos años y medio, no han permitido la
reactivación económica y del empleo, sino que han profundizado los
efectos sociales negativos.
Esa gestión de la clase política con
su política de ajustes regresivos constituye un callejón sin salida. No
es de extrañar el alto grado de desconfianza ciudadana en esos gestores
políticos, junto con el descrédito de banqueros y élite económica.
Según diversas encuestas de opinión, en la sociedad existe una
significativa deslegitimación de la clase política y la élite
empresarial y financiera, que aparecen como un problema en vez de una
solución. El grado de desconfianza en la gestión de Rajoy o de Rubalcaba
alcanza el 80% de la población.
El Gobierno del PP intenta
justificar esa política dura de recortes como medio para (mañana)
generar la reactivación económica y (pasado mañana) crear empleo. La
realidad y el propio FMI se han encargado de desmentirlo. El
estancamiento económico y del empleo, es decir, el persistente
desempleo, puede durar cinco años más, hasta el año 2017, y los factores
de empobrecimiento y desigualdad hacerse más lacerantes. Se pueden
generar importantes problemas de cohesión social, desequilibrios
territoriales, destrucción de tejido productivo y capacidades humanas,
conflictos interétnicos...
El horizonte socioeconómico,
particularmente en los países periféricos del sur de Europa, es sombrío.
Se está demostrando el fracaso de las políticas de austeridad, su
carácter injusto pero también su incapacidad para reactivar la economía y
ofrecer un horizonte de salida rápida y equitativa de la crisis. Supone
un gran lastre para la credibilidad de las élites gestoras. Hace que
los actuales sacrificios populares pierdan sentido al no asegurar los
representantes institucionales las supuestas contrapartidas para la
mayoría social. No se vislumbra una solución equilibrada, y esta
política de ajuste aparece, cada vez más, como un pretexto para asegurar
las ganancias económicas y de poder de las élites, empresariales e
institucionales, causantes de la crisis y subordinadas a los intereses
de los acreedores financieros internacionales.
Se produce, por
tanto, un déficit de legitimidad de la clase política y económica por la
deficiente modernización económica española, la injusta gestión de la
crisis, el alejamiento de los intereses y demandas de la mayoría
ciudadana. Y afecta no sólo al gobierno del PP, sino también al aparato
socialista, con dificultades para distanciarse de esa orientación y con
el reto de su renovación.
Constituyen retos para el sistema
político y el conjunto de la ciudadanía y, en particular, para las
izquierdas y sectores progresistas, para promover un horizonte de cambio
social, equidad y convivencia. Es momento de abordar un cambio de
aparato productivo, eficiente y sostenible, y del sistema fiscal,
protector y redistributivo, más equitativo.
En el plano cultural y
sociopolítico se están generando tendencias ambivalentes. Por un lado,
la desesperanza, el miedo, la resignación y la adaptación o
supervivencia competitiva individual y grupal o bien síntomas
populistas. Por otro lado, indignación y rechazo a esta dinámica
regresiva, defensa de mayor empleo decente y derechos sociales y
laborales, exigencia de regeneración democrática y mejor protección
social. En sectores sociales relevantes se produce no la desafección por
los asuntos públicos sino la reafirmación de la política como freno y
regulación de los mercados y la participación democrática como opción
para reorientar la acción institucional y acercarla a la ciudadanía.
Son,
pues, elementos complejos, algunos problemáticos y otros positivos y de
esperanza, en particular la articulación de una ciudadanía activa, de
importantes sectores juveniles, preocupada por estimular otra dinámica
más justa y más democrática. Es el sentido de la próxima huelga general
del 14 de noviembre, convocada por los sindicatos y apoyada por la
cumbre social, con multitud de organizaciones y grupos sociales
progresistas. Muestra el camino y que hay soluciones.