La estrategia liberal-conservadora del nuevo
gobierno del PP pretende consolidar la desigualdad educativa y debilitar
la función formativa, igualitaria e integradora de la educación. Además
de los recortes presupuestarios, la nueva reforma anunciada por el
ministro Wert adelanta la separación de itinerarios escolares,
segmentando más temprano al alumnado y bloqueando el futuro de los
sectores desfavorecidos académicamente, refuerza el componente
memorístico y el viejo sistema de reválidas, apoya la segregación por
sexo, y desconsidera un auténtico proceso participativo de la comunidad
educativa y los sindicatos, dando más poder a la dirección unipersonal
en los centros educativos en detrimento de claustros y consejos
escolares; además, incrementa la centralización de la ordenación de los
contenidos educativos en detrimento de las actuales competencias
autonómicas.
La reciente propuesta de reforma educativa del PP
consolida un segmento inferior, renunciando a que consigan las
capacidades y habilidades del nivel de la enseñanza obligatoria (y sin
el título de la ESO) y con un itinerario cortado (desde los 15 años y la
repetición de segundo de la ESO) de un deseable progreso posterior, que
les condena de por vida a un empleo precario y con escasa
cualificación; eso sí, con una supuesta formación profesional básica y
su título devaluado correspondiente. La prioridad de la derecha es la
calidad para las élites y la segmentación escolar, como garantía del
mantenimiento de las distancias de los sectores privilegiados. La
consecuencia es una mayor segregación escolar, con el deterioro de una
enseñanza obligatoria de calidad para las capas populares y nuevas
dificultades para el acceso a la enseñanza superior.
Ante los
fuertes embates de los responsables institucionales de las derechas
contra la escuela pública, abandonándola a un deterioro progresivo, y en
ausencia de una adecuada política educativa, los distintos sectores
sociales perciben esa realidad y la afrontan como pueden, en el ámbito
individual y familiar. Así, existe una diferenciación fragmentada de las
‘oportunidades’, especialmente entre los tres tercios sociales y entre
autóctonos y diversos grupos de inmigrantes. El riesgo adicional en las
grandes ciudades, con mayor estratificación y diversidad, es que parte
de las capas trabajadoras –autóctonas- vayan abandonando la escuela
pública, convertida en una institución sobre todo para el tercio
inferior, la mitad de él de origen inmigrante. Las escuelas-gueto, en
barrios populares, empiezan a constituirse.
De consolidarse esa
disociación respecto de las necesidades educativas y de integración
social de la mayoría social, se puede desencadenar la desafección
popular por la escuela, la desmotivación del profesorado y el incremento
de las deficiencias educativas. Se reforzaría la segmentación escolar
de los tres niveles educativos –ESO o menos, medio y superior- con un
horizonte de bloqueo (cierre) social y frustración, especialmente, para
el casi tercio inferior, con riesgos de abandono escolar prematuro y
fracaso escolar. La tendencia institucional dominante, aún con la simple
inercia, tendería a resaltar la función de control social para unos
–tercio inferior-, la separación y tentativa de éxito escolar para otros
–tercio superior-, y la inseguridad sobre perspectivas ascendentes para
el resto -sector intermedio-. Por tanto, existe el riesgo de que se
configure este nuevo ciclo socioeducativo en un sentido regresivo, que
agrave las brechas sociales, desactive la función integradora e
igualitaria de la escuela pública, todavía legitimada en la mayoría de
la sociedad y la comunidad educativa, y desaproveche las capacidades
intelectuales del alumnado de origen popular, con efectos perniciosos
para el cambio del modelo productivo y el desarrollo económico.
Un
aspecto fundamental de la desigualdad educativa es la diferenciación
por redes escolares: pública y privada –concertada y no concertada-. La
media estatal está en torno a dos tercios de alumnos en la escuela
pública y un tercio en la privada –mayoritariamente concertada y
gestionada por la jerarquía católica-. En la primera, la gran mayoría
procede de las clases subordinadas –incluidos inmigrantes- y en la
segunda de las clases medias urbanas. Pero en los municipios de más de
cien mil habitantes se distribuyen casi a la mitad, y en los grandes
centros metropolitanos, como Madrid y Barcelona, la escuela pública es
minoritaria, con poco más de un tercio de alumnos. Ello significa que,
en las zonas de mayor dinamismo económico, segmentación sociolaboral y
de rentas y diversidad étnica, se está consolidando el trasvase de una
parte del alumnado de clases trabajadoras a los centros
privados-concertados, quedando los centros públicos para el tercio
social inferior, con más heterogeneidad cultural y mayores dificultades
educativas.
Este proceso, en territorios como Madrid, está
reforzado por el apoyo institucional y financiero y el amparo ideológico
del Gobierno autónomo del PP. Esa tendencia supone que en las zonas de
mayor desigualdad socioeconómica y diversidad cultural se deteriora la
escuela pública, tiene una sobrecarga educativa y se debilita su función
de integración social. Deja de ser vertebradora de la igualdad de
oportunidades de la sociedad y se le presiona para acentuar la función
de control social, con mayor disciplina y segregación, y como adaptación
de su alumnado a un empleo precario y poco cualificado o a la
resignación ante una experiencia prolongada en el paro y la precariedad
laboral. Se abre una brecha más entre las propias clases trabajadoras
dejando aislado al sector más vulnerable o ‘diferente’. Hay más
desventajas comparativas para los sectores populares precarios e
inmigrantes, riesgos de descenso para el sector intermedio de clases
trabajadoras autóctonas y estables y mayores oportunidades y privilegios
para las capas acomodadas. Es una dinámica socioeducativa de fondo que
no se reconoce oficialmente.
Impulsado y reforzado por los
gobiernos de derechas –estatal y autonómicos-, se va conformando un
proceso de institucionalización y consolidación de un nuevo reequilibrio
entre la redes escolares, con deterioro de la escuela pública y
hegemonía de la escuela privada en las zonas más pobladas,
estratificadas y diversas. Ello significa segregación respecto de las
capas precarias y la mayoría inmigrante, consolidación de la desigualdad
social y la incertidumbre de sus perspectivas sociolaborales y, al
mismo tiempo, riesgos para la integración social y la convivencia
intercultural.
Las perspectivas para los próximos años son la
contención del gasto social y la calidad de los servicios públicos, con
mayores dificultades para la inserción laboral de los jóvenes,
particularmente, de las capas populares, origen inmigrante y bajo nivel
educativo. Esa dinámica añade especial importancia a la tarea
progresista de frenar la involución del sistema educativo y garantizar
una educación a la altura de las necesidades, actuales y futuras, de
formación (cívica y para el empleo), igualdad de oportunidades e
integración social y cultural. El refuerzo de la calidad y el carácter
inclusivo de la escuela pública, precisamente en las zonas y barrios más
segmentados, es clave para la igualdad, la cohesión social y la
convivencia democrática.
Profesor Honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid