Implicaciones del error de Krugman
Krugman se equivoca en su apuesta por rebajar los costes laborales en
los países periféricos. Aquí se analizan sus implicaciones
sociopolíticas, así como se valoran las condiciones para la aplicación
de una propuesta alternativa.
1. La crítica a los errores de Krugman
Krugman (¡Acabad ya con esta crisis!) critica con acierto la política
europea hegemónica de austeridad y sus nefastas consecuencias. Pero
destaca la relevancia de la pérdida de competitividad de los países del
sur por el mayor crecimiento de costes laborales respecto de Alemania.
De acuerdo con esos dos supuestos, Krugman plantea su doble solución
“posibilista” para la salida de la crisis: expansión del gasto público y
privado, con moderada inflación, en el norte, y austeridad salarial
(costes laborales) en el sur. Por un lado, critica la política de
austeridad del conjunto de la UE y defiende las políticas de expansión
económica (o crecimiento). Pero, por otro lado, sólo las ve factibles en
el norte, y mantiene la conveniencia de las políticas de austeridad en
el sur. Dada su lúcida visión de la intransigencia de las élites
alemanas (y europeas) con la austeridad, ve posible y necesario (o
razonable) un giro parcial hacia esa expansión de la demanda en los
países centrales, pero con límites, combinado con la continuidad del
ajuste y la austeridad en el sur; es decir, no ve ‘realista’ (o
deseable) otra alternativa modernizadora como la comentada
posteriormente.
En Krugman hay un error de diagnóstico tal como detalla G. Flores en su
crítica a sus errores sobre la austeridad salarial (¿Por qué se equivoca
Krugman? en http://econonuestra.org/ -una versión inicial se publica en
Nueva Tribuna, 23-5-2012-). Así, todavía hay gran distancia en los
costes laborales industriales (manufactura exportadora), en torno al 50%
más en Alemania que en España. El problema no es de los costes
laborales unitarios, en todo caso, sería la resistencia de los precios
(en sectores sin competencia) a bajar. Una idea similar expone A.
Laborda, Director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorros,
nada sospechoso de radicalismo, en su artículo El mito de los salarios y
la productividad (El País, 17-6-2012).
La cuestión a analizar es que esa equivocación le lleva a un error de
orientación. O al revés, ese diagnóstico erróneo es funcional con su
prejuicio sobre los eventuales resultados beneficiosos de esa contención
salarial, partiendo de la dificultad de imprimir un giro más completo a
la política liberal dominante, dada la oposición de las élites
europeas. Por tanto, converge con el supuesto liberal del excesivo
bienestar comparativo de las capas populares del sur. Su opción consiste
en inclinarse por lo más fácil en términos de los actuales equilibrios
de poder hacia la posición dominante en las instituciones europeas:
imponer a las clases trabajadoras del sur unas mayores transferencias de
rentas hacia los empresarios, más subordinación, menos derechos y un
empeoramiento de su calidad de vida. Todo ello en aras de recuperar
parte del diferencial de competitividad y que los beneficios
empresariales adicionales se conviertan en inversión productiva, cosa
dudosa e insuficiente a la vista de la historia reciente.
Con esa orientación de austeridad para las clases trabajadoras de los
países periféricos, la discusión se desplaza al campo social: la
‘normalización’ o capacidad de gestión institucional del orden social
que puede ser alterado por la gravedad y las consecuencias de la
descohesión social, el paro, la frustración… Y llega al campo
sociopolítico: nuevas tendencias sociales o reequilibrios de fuerzas,
cambios en la conciencia y los comportamiento ciudadanos, con procesos
de deslegitimación e indignación contra las políticas antisociales y las
élites gestoras, así como sus efectos en la configuración de los
movimientos sociales, las izquierdas y el mapa electoral…
La crítica a esa idea de Krugman tiene dos vertientes.
1) Su propuesta sobre la austeridad en el sur es errónea, es decir, no
permite conseguir los fines propuestos. No va a facilitar una salida
corta de la crisis y modernizar sus economías; al contrario, genera
estancamiento, una mayor dependencia respecto del norte y mayor
empobrecimiento para sus mayorías sociales. Es acertada y argumentada la
crítica central que le hace G. Flores. Si, de acuerdo con lo planteado
recientemente en la UE (Hollande…) y el G-20, se aplica parcialmente el
otro componente de la expansión económica en el norte y se establecen
algunas correcciones de ‘flexibilidad’ en el sur respecto de los planes
de ajuste fiscal y estabilidad financiera y macroeconómica aprobados y
en vigor, los efectos de la continuidad de los planes de estabilización y
austeridad serían menos duros (o sea, practicables). Krugman, incluso
va más lejos que esta propuesta de la socialdemocracia europea, admitida
por Merkel, y apuesta, acertadamente, por un cambio más sustancial de
la política de austeridad por la de crecimiento –en el norte- (junto con
otras medidas de regulación institucional); pero aún así es
insuficiente y aparte de esa orientación errónea, el horizonte para el
sur seguiría siendo muy gravoso, impuesto e injusto.
2) De acuerdo con G. Flores en que hay otra política modernizadora más
justa y adecuada para los fines de una salida más adelantada y
equilibrada de la crisis para España (y el sur). Aparte del impulso a la
demanda económica y las garantías de los derechos sociales y laborales,
apunta tres elementos clave de sus características: a) una
modernización de la estructura y las especializaciones productivas; b)
una reforma fiscal progresiva para acceder a los fondos necesarios para
su financiación; c) junto con ello, la solidaridad europea, en forma de
financiación barata a largo plazo, mutualización de la deuda soberana y
regulación de los flujos financieros.
Es decir, hay dificultad para una salida de la crisis económica en un
“sólo país” o fuera del euro, y es imprescindible la colaboración de los
países europeos centrales y sus élites respectivas en resolver los
problemas de desendeudamiento, sobre todo privado, y modernización
productiva. El poder económico y político europeo no está por ese giro,
imprescindible para los países periféricos. No obstante, la formulación
de otra política alternativa ayuda también a transformar la conciencia
social y generar nuevas fuerzas y condiciones que la hagan posible. En
ese sentido, además de ser justa y adecuada es realista en su doble
plano: expresión reivindicativa de amplios sectores sociales, y su
aplicabilidad futura en el medio plazo. Se trata de ver también sus
obstáculos políticos e institucionales, o sea, las condiciones
sociopolíticas necesarias para su aplicación.
2. El realismo de una política alternativa y las condiciones sociopolíticas
Como dice Krugman y reitera G. Flores, la mayoría de las élites de los
países centrales, y especialmente Alemania, se oponen a un cambio
sustancial de la política de austeridad, se reafirman en sus planes de
estabilidad, y sólo se abre camino una vía colateral para flexibilizarla
o ‘complementarla’. Los riesgos para la construcción europea y,
particularmente, para su modelo social son evidentes. La crisis es
utilizada por los poderosos para ampliar su poder, redistribuir la
riqueza y las rentas a su favor, debilitar el Estado de bienestar y
reducir los derechos sociales y laborales. Como dice V. Navarro en su
artículo El problema no son los mercados financieros (Nueva Tribuna,
12-6-2012), es una política de ‘clase’, una dinámica favorecedora de las
élites privilegiadas, pero con nefastas consecuencias para la mayoría
de la ciudadanía europea, particularmente del sur e incluyendo las de
Italia y Francia.
Esas políticas liberales de ajuste llevan a la subordinación económica
del sur y el sufrimiento de sus mayorías sociales. Caben algunos
interrogantes. En el texto de G. Flores se mencionan los “nefastos
efectos sociopolíticos”: ¿cuáles son?; también advierte sobre la
“destrucción y el dislocamiento de un tejido social y político”, es
decir, mayores dificultades con el tiempo para renovar y reconstruir ese
tejido. Por otra parte, ¿quién y cómo va a impulsar una nueva
modernización económica y el reequilibrio de poder con las élites
alemanas y el poder económico y financiero europeo?. El factor
sociopolítico y social, particularmente, el papel de las izquierdas
sociales y políticas, se convierte en clave para definir la viabilidad
de una política socioeconómica diferenciada. Existe una amplia
indignación popular, diversas dinámicas de resistencias ciudadanas, pero
todavía muy insuficientes para forzar un cambio sustancial de esas
políticas socioeconómicas y esas hegemonías políticas e institucionales.
En ese sentido, se pueden mencionar dos hechos de la reciente
experiencia, cuya inercia añade nuevas dificultades para llevar a cabo
una política alternativa.
Uno, es el relativo fracaso de la modernización económica y productiva
en la más de una década de crecimiento (burbuja inmobiliaria) por las
actuales élites españolas, políticas (PP-PSOE-CIU) y económicas
(empresarial y capital financiero: acreedores alemanes y anglosajones,
etc. en búsqueda de una rápida y alta rentabilidad, y sistema bancario
español tras pingües beneficios). Son corresponsables de la inadaptación
competitiva y modernizadora de nuestra economía real (salvo unas pocas
empresas): excesivo endeudamiento privado (hipotecas), transferencia
fácil de rentas (ampliando la riqueza especulativa –acreedores
financieros, sistema bancario, propietarios inmobiliarios…- desde la
economía real y el poder adquisitivo de las familias), débil protección
social pública, insuficiente capital social y productivo, deficiencias
educativas con alto fracaso escolar y destrucción de capacidades
humanas. Esa pérdida de oportunidades y recursos no es fácilmente
sustituible, supone una responsabilidad histórica y ‘nacional’ de esas
élites, y junto con su gestión antisocial de la crisis y la ausencia de
una regulación adecuada, es fuente de desconfianza popular hacia ellas.
Exigiría una profunda autocrítica y renovación de la clase empresarial y
la clase política, particularmente del aparato socialista, difícil de
prever hoy día. Hay pues un cierto vacío de agentes institucionales
‘modernizadores’ y con un talante progresista.
Dos, es la necesaria e imprescindible Reforma fiscal progresista, para
acceder a los recursos necesarios y asegurar un reparto más justo. No
obstante, hemos topado con la imprescindible redistribución de las
rentas frente a los intereses de las capas privilegiadas. Y en ese
sentido, con el rechazo del PSOE, pegado a su particular interés por
defender fiscalmente a las clases medias y medias-altas (y al poder
económico), como forma de retener su electorado centrista frente a las
derechas. Es probable el aumento de la presión fiscal indirecta y
regresiva, pero hay un fuerte bloqueo institucional para un reequilibrio
impositivo suficiente y progresivo según la renta y los beneficios.
En definitiva, una política alternativa como la comentada es realista y
adecuada a los intereses y expectativas de amplios sectores de la
sociedad (y del conjunto del país). Su aplicación en España y en el sur,
contando con los actuales equilibrios europeos, no puede ser inmediata,
o sea, no es practicable a corto plazo. No cuenta hoy con fuerzas
sociales y políticas suficientemente organizadas y definidas. Pero,
junto con la evidencia de las consecuencias negativas de las políticas
oficiales, su asimilación y su defensa por sectores significativos de la
ciudadanía, es un buen instrumento para favorecer las condiciones
sociopolíticas que permitan avanzar en su aplicación.