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El cambio social en la era de la incertidumbre. María Victoria Gómez y Javier Álvarez Dorronsoro


El cambio social en la era de la incertidumbre. María Victoria Gómez y Javier Álvarez Dorronsoro

El cambio social en la era de la incertidumbre.
Una reflexión sobre teoría social

En el  verano de 1973 la BBC invitó  al economista John Kenneth Galbraith a realizar una serie para la televisión. Quienes trabajaron en su elaboración convinieron en que el programa llevaría por título La era de la incertidumbre. “Sonaba bien: no limitaba el pensamiento, y sugería el tema fundamental: mostraríamos el contraste entre las grandes certidumbres del pensamiento económico del siglo pasado y la gran incertidumbre con que se abordan los problemas de nuestro tiempo. En el siglo pasado, [siglo XIX], los capitalistas estaban seguros del éxito del capitalismo; los socialistas, del socialismo; los imperialistas, del colonialismo, y las clases gobernantes sabían que estaban hechas para gobernar. Poca de esta certidumbre subsiste en la actualidad. Y extraño sería que subsistiese, dada la abrumadora complejidad de los problemas con que se enfrenta la Humanidad” (Galbraith, 1981: 11-12).
Sin embargo, apenas transcurridas dos décadas desde que el economista estadounidense hiciera estas afirmaciones,  sucesos como la superación de la crisis de los años 70 y 80, la caída de los regímenes del Este, la promesa de crecimiento económico que auguraba la desregulación de los mercados y la amplia difusión de las nuevas tecnologías de la información, se convirtieron en razones suficientes  para que algunos recuperaran una confianza bastante ciega en el porvenir.

La complejidad a la que hacía alusión Galbraith parecía haber desaparecido. Se vaticinaba una convergencia entre culturas como efecto de los nuevos medios de comunicación. Se pronosticaba también una homogeneización entre las economías de todos los países que incluiría la erradicación de la pobreza, gracias a los milagros del mercado global. Se certificaba el fin de la historia (Fukuyama, 1992) y de las ideologías, consideradas por muchos como fuentes de conflicto. La ciencia económica, por medio de algunos de sus más cualificados portavoces, anunciaba el fin de los ciclos económicos, entre otros motivos, por la aplicación de las nuevas tecnologías al control de inventarios (1), y con ello, la progresiva desaparición de las crisis económicas y financieras, profetizando que en todo caso -ya que las crisis de carácter local seguían produciéndose en aquellos años- nunca tendrían la envergadura de una crisis mundial.

Sin embargo, los cambios sociales que han acontecido desde los años 80 y 90 han hecho que desde otras miradas, se contemple el  futuro con inquietud y con ciertas dosis de perplejidad. En realidad, hay motivos para ello.

La era de la incertidumbre

Los conflictos entre Estados han continuado pero ahora ya con la imposibilidad de explicarlos por la tensión Este-Oeste de los años de la Guerra Fría. Se ha venido produciendo  una agudización de la crisis cultural en el interior de los países debido a la fragmentación de las identidades y a las corrientes migratorias. Y además, la liberación de los flujos financieros, combinada con la eficacia de las nuevas tecnologías, ha acabado formando un cóctel de consecuencias  imprevisibles.

La economía ha sido -junto con los problemas de seguridad- uno de los campos privilegiados  en los  que se ha manifestado el carácter ambivalente de la utilización de la  tecnología. Las nuevas técnicas de comunicación han coadyuvado al incremento de la productividad, abaratando el transporte, permitiendo la externalización de la producción  y el funcionamiento de las empresas en red. Pero también han contribuido  a aumentar la incertidumbre en el trabajo ante la amenaza  de deslocalizaciones y la precariedad del empleo (2). La aplicación de internet a los mercados financieros ha  permitido multiplicar hasta extremos desconocidos el número de transacciones que inversores de todo tipo, individuales e institucionales, pueden  realizar en un mismo lapso de tiempo, favoreciendo, asimismo, el juego de las innovaciones financieras que elevaron la liquidez, aumentaron la inestabilidad de los mercados y propiciaron la formación de burbujas como las causantes de la gran crisis económica en la que nos hallamos inmersos.

Las nuevas tecnologías han ampliado los efectos no queridos o imprevistos de su aplicación. La energía nuclear ha continuado creando peligros relacionados con las instalaciones de su producción y con la imposible eliminación de los residuos radioactivos. Los avances en la tecnología de armas nucleares y su difusión han facilitado el acceso a estas armas a cada vez mayor número de Estados. Lo mismo cabría decir de las armas químicas. Las redes mafiosas y los grupos terroristas han incrementado su eficacia a través de los medios que los avances tecnológicos ponen a su disposición. Además, los gobiernos se sirven de los artefactos tecnológicos para facilitar el control de la ciudadanía, generando la consabida inquietud que produce la sensación de vigilancia permanente.

También en estas décadas asistimos a avances muy prometedores en el campo de la biotecnología. Pero en el debe del balance hay que apuntar la brecha que se ha abierto entre este progreso y el retraso de los recursos éticos necesarios para asegurar una evaluación justa de los efectos insospechados de la manipulación génica.

Algunos intelectuales han señalado cómo el pensamiento heredero de la Ilustración había considerado que una de las diferencias fundamentales entre las sociedades primitivas y las modernas estaba en que las primeras eran más inseguras e impredecibles que las últimas. En la actualidad no parece  tan obvia esta creencia. Probablemente hemos  ganado en seguridad frente a lo que llamamos fuerzas de la naturaleza, ante las enfermedades y los desastres naturales, pero hemos aumentado el riesgo derivado de las creaciones humanas, lo que Giddens denomina el riesgo fabricado.

La propia naturaleza de la globalización ha hecho que sucesos que se producen a mucha distancia tengan repercusiones en el lugar en el que habitamos, con lo cual, aumenta sin duda la imprevisibilidad de lo que puede acontecer.

Todos estos problemas  han estado presentes a lo largo de las últimas décadas, pero la crisis última ha convertido algunos de ellos, como la desigualdad, el paro y las tensiones culturales dentro de los Estados-nación en forma de reacciones xenófobas,  en los factores de inquietud más inmediatos.
No podemos decir, pues, que el mundo heredado sea menos complejo que el mundo al que se refería Galbraith, de ahí la elección de un título similar para el presente texto. “Suena bien”,  es acertado, como en su momento pensó el economista estadunidense, identificar como era de la incertidumbre la época que estamos viviendo.

Las teorías sociales

El presente libro gravita en torno a las teorías sociales. Las teorías son importantes para explicar la realidad y para comprender los comportamientos sociales. Cierto es que reducen la complejidad de las cosas, como lo hacen otros artefactos y construcciones intelectuales que tan a menudo utilizamos, como las categorías o las narrativas. Taleb (2008) afirma que las narrativas nacen de la necesidad que tenemos de reducir las dimensiones de las cosas y de recordarlas. Las historias que nos contamos anudan los sucesos, hacen que los memoricemos mejor, nos ayudan a dotarlos de sentido. Pero como nos vemos obligados a seleccionar los hechos, a veces ocurre que diferentes narraciones se ajustan a determinadas selecciones de datos al describir un mismo acontecimiento. Los relatos se imponen probablemente más fácilmente cuanto más simples son, cuanto más reducen los hechos. Es más fácil  aceptar la idea de que la crisis se debe a que todos hemos gastado más de lo que teníamos que una historia que intente compendiar los factores causantes de la recesión. Con frecuencia el debate público en la arena política no tiene otro objeto que validar una determinada versión de lo sucedido. Pero así como hay historias verdaderas y falsas, hay narrativas buenas y malas. Lo mismo ocurre con las teorías. El examen de los criterios de juicio de las mismas ha sido una de las preocupaciones clave del presente libro.

Hasta la década de los 70, con el fin de explicar el cambio social, predominaban las teorías evolucionistas, unilineales, combinadas con grandes narrativas que transmitían un sentido a la historia. Pronto comenzaron a ser desestimadas, debido en parte, al fracaso de sus predicciones. Sin  embargo, la incertidumbre del mundo de que se creó a partir de los años noventa exigía también los recursos explicativos e interpretativos que suministran las teorías.

En estas circunstancias, algunas teorías optaron por dar continuidad a los conceptos integradores y totalizantes que habían impregnado las teorías precedentes, incluso superándolas en su ambición generalizadora. La teoría del choque de civilizaciones que Huntington dio  conocer en 1993 es un ejemplo. Otras, como la revisión de la teoría de la modernización de Inglehart y Wezel (2006) (3) ofrecían una visión profética del futuro bastante confortable, basándose en la idea de que el desarrollo socioeconómico ocasiona a largo plazo cambios predecibles. Algo parecido ocurrió con las teorías que surgieron al calor de la globalización.

En economía, los especialistas trataban de establecer límites a la incertidumbre institucionalizada de los mercados de capital, mediante sofisticados modelos de cálculo de riesgo que ignoraban las grandes desviaciones del comportamiento “normal”, es decir, el impacto de lo improbable, del cisne negro, en palabras de Nicholas Taleb (2008). La ciencia económica ha venido utilizando modelos trufados de una matematización creciente -que frecuentemente ha servido para disfrazar fraudes intelectuales- con presupuestos basados en una concepción reduccionista del ser humano, el homo oeconomicus, idea según la cual las personas se guían fundamentalmente por sus propios intereses económicos. Tras el fracaso -a raíz de la  reciente crisis económica- de los modelos predictivos y de cálculo de riesgo, es saludable que algunos economistas, como los premios Nobel, George Akerlok y Robert Shiller, hayan recuperado de la papelera de la historia los espíritus animales (animal spirits) de Keynes (Akerlof y Shiller, 2009), señalando la necesidad de incorporar otra clase de motivaciones -emocionales, éticas, culturales- a la explicación de la actuación de los agentes económicos.

Lamentable es, sin embargo, que a estas alturas todavía consideren que la acción racional es aquella que sigue al cálculo económico de costes y beneficios, mientras que el resto de motivaciones son relegadas al campo de lo irracional. La ciencia económica permanecerá así alejada de la filosofía, de la historia y de la ética. Continuará manteniendo que si se producen desviaciones con respecto a las predicciones económicas se deben a la irracionalidad de los impulsos espontáneos o a la intervención de los agentes externos al mercado.

Al margen de la vulnerabilidad de muchas de las teorías sociales que incorporan una gran ambición predictiva, hay que señalar que existe una cierta predisposición en el público a aceptarlas porque proporcionan seguridad. Necesitamos predictibilidad para comprometernos en proyectos de corto, medio y largo plazo, aunque este último horizonte esté cada vez menos presente en nuestros planes, dada la contingencia y precariedad de los tiempos que corren. Necesitamos también confianza. Una absoluta falta de confianza nos impediría levantarnos por las mañanas, afirma Luhmann (1996) y nos haría sentirnos víctimas de un vago sentido de miedo y de temores paralizantes. Sin embargo, vale la pena preguntarnos si para ganar un poco de sosiego hay que  pagar el precio de creernos historias poco verosímiles pero con un final feliz.

Este tipo de macroteorías también han sido objeto de rechazo desde otras posiciones pero éstas han resultado muy poco convincentes. Por ejemplo, la oposición del universo cultural postmodernista (aun admitiendo el clima heterogéneo y diverso que esta denominación engloba) que desestimó la búsqueda de esquemas completos como una reliquia del pasado. Según esta perspectiva no hay narrativas dominantes sobre la identidad, la tradición, la cultura o sobre cualquier otra cosa, hay tan solo sucesos, personas y fórmulas provisionales en competencia e irreconciliables. Es imposible obtener visiones integradoras,  sólo llevarían  al conflicto.

Los capítulos

Las teorías son útiles. En cierto modo, el presente texto es una reivindicación de las teorías de cambio social. A este tema en particular dedicamos el primer capítulo. En él,  tras examinar algunas visiones de autores expertos en esta cuestión, se lleva a cabo un inventario de criterios que a nuestro juicio deberían informar o incorporar las teorías sobre los cambios sociales. Anunciamos en el mismo capítulo algunos de los sesgos más perjudiciales que afectan a estas teorías, tales como el determinismo y el positivismo, que se desarrollan en los capítulos segundo y tercero.

El segundo capítulo examina cómo el determinismo en sus expresiones estructural,  económica o tecnológica ha contribuido a la simplificación de los análisis de las transformaciones sociales, imputando éstas fundamentalmente a una sola causa. No obstante, la posición crítica hacia tal simplificación no conduce en absoluto al  menosprecio de la influencia relevante de los elementos económicos o tecnológicos. El capítulo intenta precisar, desde esta perspectiva, el alcance del término determinismo tecnológico frente a la ambigüedad con la que se ha tratado algunas veces este concepto, bien sobrevalorando, bien desatendiendo la importancia de la tecnología en nuestras vidas.
El tercer capítulo está dedicado a la influencia del positivismo en las ciencias sociales o lo que es lo mismo,  a lo que se ha denominado naturalización de las ciencias sociales: la construcción de las ciencias sociales a imagen y semejanza de las ciencias naturales. El prestigio que las ciencias naturales han cobrado en los dos últimos siglos y la insatisfacción que produce en algunos la diversidad de sistemas conceptuales de las ciencias sociales (Giddens, 2000),  han sido fuente de la permanente tentación, no sólo ahora, sino desde hace mucho tiempo, de tomar como modelo una veces las matemáticas, otras veces la física, otras la termodinámica, subestimando en todos los casos la complejidad del objeto y la metodología de las ciencias sociales. Uno de los problemas más controvertidos en este terreno es el de la capacidad predictiva de las teorías sociales. El texto aborda las respuestas a los interrogantes que tradicionalmente se plantean los estudiosos de esta materia: ¿son posibles las generalizaciones en ciencias sociales? ¿es factible eliminar el azar y la incertidumbre en las formulaciones de la teoría social?

El problema de la simplificación de la noción del ser humano, con la probable finalidad de hacerlo más predecible, ocupa el cuarto capítulo. Ha sido el ámbito de la ciencia económica el que más ha acusado este reduccionismo con el agravante añadido de que la noción de racionalidad del agente económico ha colonizado otros campos de la actividad humana, a través de teorías como la elección racional. El capítulo desarrolla la crítica del monopolio de la racionalidad que viene ejerciendo la economía y desentraña las  relaciones entre filosofía y economía, a través del examen y la crítica de los enfoques de Schumpeter y Friedman sobre el papel de la filosofía en los modelos económicos.

Los tres capítulos siguientes abordan los temas de la cultura, los Estados y la economía cuestionando las visiones de homogeneización y convergencia de estructuras y países que promocionan las teorías de la globalización. La concurrencia o no de culturas, la superación de los Estados o su permanencia y la diferenciación del capitalismo en sus distintas fases de desarrollo y en su inserción en los diferentes países, han sido temas de controversia en los debates sobre la mundialización. El interés polémico suscitado por la globalización explica la inclusión de estos tres temas en el texto, cada uno de los cuales muestra suficiente entidad como para ser desarrollado en su propio capítulo.

El dedicado a Cambio social y cultura destaca la importancia que el ámbito de la cultura tiene en la actividad humana. No es una variable dependiente de las que tradicionalmente se consideran variables “fuertes”, como la economía o la tecnología. Su importancia es mucho mayor. De hecho, basta pensar en el horizonte de significado que la cultura comunica a nuestras acciones. Para ahondar en su contenido se contrastan diferentes enfoques y definiciones. Además, el capítulo examina en otro momento, las consecuencias del intercambio cultural frente a la perspectiva ilusoria de homogeneización cultural. Tras un recorrido breve por lo que se podría considerar la crisis cultural de los actuales Estados-nación de los países industrializados, se dedica un breve espacio a la mutación de valores durante las últimas décadas.

Los debates sobre el futuro de los Estados, las teorías de la globalización y algunas  perspectivas sobre la gobernanza mundial tienen cabida en el capítulo sexto, Declive y permanencia de las estructuras estatales. En él se enfrentan las teorías de quienes ven en el eclipse del Estado-nación una necesidad histórica y que además celebran esta desaparición como un signo de liberación, con las posiciones de quienes lamentan la erosión de la democracia y reivindican la necesidad de unos anclajes que el mundo globalizado no proporciona. Con el relato sobre el debate organizado por Martha Nussbaum sobre el cosmopolitismo y el patriotismo se introduce un enfoque filosófico y moral en un tema en el que han predominado las perspectivas y las exigencias económicas.

En el capítulo de dicado a las transformaciones económicas reúne diversos temas: aspectos relevantes del capitalismo de nuestros días, su inserción cultural, la crisis económica y los debates sobre el futuro del trabajo. La aproximación a la crisis económica resulta un tanto especial por cuanto el guión es la descripción de los elementos que han intervenido en el fracaso del enfoque económico que creyó que la confianza en el mercado autorregulador y los modelos de control de riesgo eran suficientes para desafiar la inestabilidad de los mercados que el propio capitalismo estaba generando.

Con el título El mundo urbano: la planificación en la encrucijada abrimos un capítulo en el que damos cuenta de uno de los cambios que, en el terreno de las ideas, más ha afectado a la cuestión urbana: el desprestigio de la planificación. La concomitancia de la desregulación postulada por el neoliberalismo, y muchas de las ideas promovidas por el clima cultural posmodernista, confluyeron a nuestro juicio en el arrinconamiento del planeamiento urbano. Ahora, tras el fracaso neoliberal de la desregulación, que ha tenido una clara evidencia empírica en la crisis económica, queda por ver si la planificación urbana puede renacer de sus cenizas. Los obstáculos que se oponen a este resurgimiento son también objeto de examen en el capítulo.

Por último, el libro se cierra con el capítulo Tras la modernidad: tentativas de periodización histórica. En él se realiza un breve recorrido por los diversos intentos de caracterizar la fase de desarrollo actual de las sociedades occidentales. Posmodernidad, modernidad reflexiva, sociedad de riesgo, sociedad de la información, son algunos de estos títulos, dentro de los cuales determinados autores han tratado de encajar el tiempo histórico de las tres últimas décadas. Tarea difícil y de incierto resultado sin duda, porque en ocasiones se privilegian unos determinados aspectos de la sociedad para justificar la adjetivación de la misma y se olvidan otros que no dejan de tener su importancia. Las diferentes visiones, aunque fragmentarias, resultan útiles para comprender la evolución de algunas estructuras sociales. No se trata de elegir entre ellas cuál es la que mejor se adapta a la época en la que vivimos, una época que, como se describe al comienzo de esta introducción, se ajusta a la idea de Era de la incertidumbre.

Madrid,  noviembre de 2013
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(1) Todavía persiste la creencia de que el exceso de inversión en inventarios, en stocks de producción, habría sido una de las principales causas de las fluctuaciones económicas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En conformidad con esta creencia, algunos pensaron que las nuevas tecnologías propiciarían un control de estas inversiones y por lo tanto una amortiguación e incluso la desaparición de los ciclos económicos (Stiglitz, 2003: 228).
(2) Precisamente la precariedad en el trabajo ha sido uno de los efectos de la externalización de la producción, recurso que las empresas utilizan para abaratar costes y amortiguar con más eficacia los vaivenes de unos mercados cada vez más inestables.
(3) Las teorías de Huntington y de Inglehart y Wezel son examinadas respectivamente.en los capítulos I y V del texto.






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