El movimiento del 15-M ha puesto de actualidad un tema recurrente de la filosofía política y la sociología: el consenso. Cada asamblea, cada comisión y cada grupo de trabajo que estos días se han reunido en las plazas de muchas ciudades españolas han tenido como objetivo central la búsqueda del consenso entre un universo tan plural como el de las movilizaciones de los indignados. No trataré aquí de formular ninguna teoría sobre el consenso, cosa que supera mis posibilidades y que no tendría mucho sentido en un espacio como este que pretende ser breve sin lograrlo. Las ciencias humanas ya han trabajado mucho este asunto con solvencia. Intentaré no obstante cuestionar algunas ideas que en los últimos días he podido detectar sobre la toma de decisiones por consenso en las movilizaciones del 15-M y que merecen ser repensadas para fortalecer un movimiento tan sano como éste.
La toma de decisiones por consenso se ha planteado como la más democrática. Yo diría, más bien, que es la más deseable. Pero la realidad es que lo deseable no siempre coincide con lo posible ni con lo oportuno. La posibilidad de que un grupo de personas o incluso un solo individuo bloquee ad infinitum una decisión no solo no es democrática sino que es manifiestamente antidemocrática. En muchas ciudades donde se han producido movilizaciones del movimiento del 15-M se han acabado adoptando métodos de toma de decisiones por mayoría cualificada, lo cual parece sintomático de las dificultades y los problemas que plantea el consenso. Las asambleas han demostrado el Principio de Pareto que señala que pocos elementos tienen una influencia significativa sobre los resultados en tanto que muchos tienen una influencia menor. Se la conoce también como la regla del 20/80, atendiendo a la idea de que el 20% de los elementos provocan un 80% de los resultados. Las asambleas han demostrado efectivamente que un porcentaje muy minoritario de los participantes pueden provocar un resultado diferente al deseado por la mayoría.
En ocasiones se ha producido una confusión entre conceptos relacionados pero no similares como son consenso y unanimidad. La unanimidad es el resultado de una votación en la que todos los electores sin excepción escogen una misma opción. El objetivo del consenso, por contra, no es la búsqueda de la unanimidad sino de la unidad. El consenso es el resultado de una negociación entre posturas diferentes. Para que se de es imprescindible que entre los participantes exista una voluntad previa de querer alcanzarlo, de ceder en parte de las propias pretensiones y de hacer un ejercicio de empatía. En asambleas tan multitudinarias como las que hemos vivido en las últimas semanas resulta un poco aventurado presuponer todas esas condiciones previas en la totalidad de las personas que participan en ellas. La posibilidad de bloqueo de quien no tiene voluntad de consensuar resulta frustrante y puede dinamitar todo el proceso.
Pero además el consenso requiere de un profundo debate de ideas, con argumentos sólidos y sustentados en la razón y no en creencias prerracionales. Es necesario que las posiciones se formulen en un código universal que pueda ser inteligible por todos y que permita su refutación por los mismos medios. Y ese código solo puede ser la razón. Los debates en las asambleas, habitualmente, suelen ser una sucesión de posiciones, muchas de ellas planteadas desde lo emocional, donde no existe un verdadero diálogo enriquecedor que contribuya a construir una posición común y aceptada por todos.
Bajo la necesidad constante de búsqueda del consenso subyace un planteamiento relativista muy de moda entre la gente más joven. Se considera que todas las posiciones son igualmente legítimas y que todas ellas tienen parte de verdad y merecen ser respetadas y tenidas en cuenta. Esta idea es especialmente peligrosa en el terreno moral, ya que impide la existencia de un suelo común del que partir, condición previa necesaria para el diálogo. No es posible comenzar una negociación o plantear una búsqueda del consenso si no existen al menos unos valores universales previamente aceptados por todos y que funcionen como un mínimo común denominador. De lo contrario, llevándolo al extremo, habría que considerar, por ejemplo, la legitimidad de planteamientos violentos o que fomenten el odio.
El consenso además requiere de una cierta igualdad de la que partir. O dicho de otra manera, para darle a cada posición el mismo valor es necesario que todos los participantes partan del mismo lugar, tengan la misma información, los mismos conocimientos, las mismas capacidades… Lo cierto es que en la vida real esto no se da casi nunca. Y un trato igualitario a quienes no parten de la igualdad produce por lo general desigualdades.
En el movimiento del 15-M se ha recalcado la idea de que “en las asambleas no se vota; se consensúa”. En un fenómeno como éste de crítica de la política oficial resulta muy sana la concepción de que el ciudadano no solo puede participar en la vida pública de su sociedad a través del voto cada cuatro años. Se entiende así el rechazo a la idea de votación, que a veces se quiere contraponer a la de participación y a la de consenso. Se hace hincapié en que en las asambleas no se vota. Pero la realidad es que si se hace y que los signos de aprobación o bloqueo son similares al voto. A veces se utiliza la palabra consenso como eufemismo de votación y ese es uno de los casos en los que la corrección política actúa de manera muy evidente impidiendo llamar a las cosas por su nombre.
La búsqueda del consenso es más que deseable en nuestra sociedad y especialmente en el ámbito de los movimientos sociales. Pero es un proceso lento y en ocasiones muy poco eficaz. Por ello debería usarse tan solo para las cuestiones más importantes, donde el peso de los valores y de los principios es fundamental. Cuando se trata de cuestiones menores, de puro funcionamiento y donde lo que se busca es la eficacia, empeñarse en la búsqueda del consenso resulta agotador, frustrante y contraproducente. Discernir entre las cuestiones realmente importantes y que merecen el esfuerzo que supone la búsqueda del consenso y las que no lo son debería ser una condición previa a cualquier organización humana. Por ahora parece que en el movimiento del 15-M ya se está entendiendo esto y se han habilitado las mayorías cualificadas como método de toma de decisiones tan democrático y tan legítimo como el consenso.
Xabel Vegas. http://xabelvegas.wordpress.com/