Este artículo analiza cómo el poder económico se transforma en poder
político en nuestras sociedades, tomando el caso del amianto como
representativo de esta relación. La escasa atención que ha tenido en
España el enorme problema de la distribución del amianto, tanto en la
construcción como en el consumo general, está relacionada con el escaso
desarrollo democrático de nuestro país.
El amianto es una de las sustancias más tóxicas existentes hoy en el
mundo. Lo que lo hace especialmente peligroso es que, tal como ocurre
también con los elementos radiactivos, es un producto invisible,
incoloro, inodoro e insípido. Cantidades pequeñísimas, como un gramo de
exposición a esa sustancia, pueden matar a un ser humano. Su elevada
toxicidad es conocida desde finales del siglo XIX (1889). A pesar de
ello, ha sido utilizado ampliamente en varios sectores de la industria,
desde la construcción a la industria automovilística y de aparatos
electrodomésticos. Su gran resistencia al calor le hace un producto de
múltiple utilidad, estando ampliamente extendido en el ambiente y en los
productos de consumo de las sociedades de avanzado desarrollo
económico. Se encuentra en casi todas partes.
La toxicidad afecta primordialmente, pero no exclusivamente, a los
trabajadores de amianto, aun cuando la volatilidad y la fácil movilidad
del producto (microfibras fácilmente movibles por el viento y otras
circunstancias) hacen que la exposición de tal producto afecte también a
los familiares y vecinos de los trabajadores del amianto, sin excluir
la exposición de la ciudadanía a tal sustancia en productos de uso
cotidiano. El 29% de pacientes enfermos debido al amianto no son
trabajadores del amianto, sino individuos que han adquirido las
enfermedades producidas por esta sustancia por exposición familiar o
ambiental.
¿Cómo puede ser que una sustancia tan tóxica haya sido utilizada tan
ampliamente, sabiendo desde hace más de un siglo de su elevada
toxicidad? La respuesta cae en la categoría de cómo el poder económico
se traduce en poder político en nuestras sociedades. El caso de la
producción y distribución del amianto es un estudio ilustrativo de cómo
la democracia es enormemente limitada cuando el poder económico (el gran
mundo empresarial) influencia el poder político, ya sea directa o
indirectamente. En el primer caso –influencia directa–, el mundo
empresarial compra directamente al mundo político imponiendo todo tipo
de presiones para que continúe la extracción, uso y comercialización del
producto. Pero su influencia es también indirecta sobre los estados a
través de su influencia en la comunidad científica. Las empresas del
amianto financian grandes grupos de investigación (algunos en centros
académicos), que durante muchos años negaron que tal sustancia fuera
tóxica. Más tarde, cuando la evidencia era extensa y contundente,
cambiaron sus posturas aceptando que era letal, pero enfatizaron que
dejaba de serlo si el trabajador y su entorno tomaban las precauciones
necesarias. Estas precauciones, sin embargo, resultaron ser
insuficientes. Por fin, la presión popular forzó su prohibición, tanto
de su producción como de su utilización. Casi cien años después de que
se descubriera en Reino Unido que el amianto era una sustancia tóxica,
fue prohibida en aquel país. En España no se prohibió hasta 2002. En
realidad, la ausencia de instituciones democráticas en gran parte de
nuestra historia, y la debilidad de tales instituciones cuando han
existido, explica que la situación creada por la amplia utilización del
amianto haya sido peor en España que en otros países de la Unión
Europea.
El amianto se conoce en España como uralita, debido a la preponderancia
de una sola empresa, Uralita, S.A., en la producción y distribución de
ese material. Cuando se estableció tal empresa en los años veinte del
siglo pasado ya se conocía la letalidad de tal sustancia, lo cual no fue
obstáculo para que continuara produciéndose y utilizándose
extensamente, alcanzando su máximo desarrollo durante la última etapa de
la dictadura (1965-1978) y un largo periodo después del establecimiento
de la democracia (1978-1995). Propiedad de la familia March (que
financió el golpe militar de 1936), no tuvo ningún tipo de regulación o
control. Antes al contrario, recibió todo tipo de ayudas y protecciones
del Estado. Tal industria (y también la banca) convirtieron a la familia
March en la séptima fortuna del mundo. Como señalan Ángel Cárcoba,
Francisco Báez y Paco Puche en su detallado y excelente informe El
amianto en España: estado de la cuestión(del cual extraigo la mayoría
de los datos presentados en este artículo), la producción y utilización
del amianto y las dictaduras han ido siempre juntas. La mayor productora
de amianto del mundo fue la empresa suiza Schmidheiny, que colaboró
activamente con el nazismo, con el apartheid sudafricano, con la
dictadura de Somoza en Nicaragua y con la dictadura española.
Debido al largo periodo de latencia, las enfermedades causadas por el
amianto (asbestosis, cánceres de bronquios y de pulmón y mesotelioma
pleural) aparecen hasta 30 o 40 años después de la exposición. Como
siempre ocurre con las enfermedades ocupacionales, el subregistro es un
gravísimo problema y las Mutuas Patronales de Accidentes y Enfermedades
Laborales han tratado por todos los medios de que no fueran definidas
como enfermedades laborales. Por otro lado, la visibilidad del problema
en los medios de difusión ha sido mínima. El tema del amianto ha
aparecido en la BBC inglesa 234 veces durante el periodo de 1998 a 2009,
mientras que en la radiotelevisión pública española, sólo siete veces
en el periodo de 1984 a 2009. 80.000 muertos en España están pasando
desapercibidos en los medios.
El cinismo (y no hay otra manera de definirlo) de la industria del
amianto se refleja en sus campañas de relaciones públicas. La citada
empresa Schmidheiny y la multinacional Eternit financian muchas ONG en
España y en Latinoamérica, aliándose con Ashoka (nominada para el
Príncipe de Asturias y que pertenece a la banca JP Morgan) para “ayudar a
los pobres”. Uralita hace lo mismo. Según Europa Press (26-01-09):
“Enseña a niños de los países europeos a respetar la naturaleza y
entender cambios climáticos”. No citan que probablemente las escuelas a
las que asisten tales niños estén llenas de amianto.
Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario PÚBLICO, 3 de noviembre de 2011.