Una parte de la izquierda comparte con el movimiento del 15-M un
desprecio visceral por los sindicatos, muy especialmente por UGT y CCOO,
que cada vez es más evidente. Y razones no les faltan. Las grandes
centrales sindicales se han mostrado en ocasiones silenciosas, cuando no
condescendientes, con algunas de las políticas que han precarizado el
empleo en nuestro país. Los sindicatos son hijos de una época en la que
los trabajadores con empleo estable, principalmente en el sector
secundario, estaban en el origen de buena parte de los derechos sociales
y laborales de nuestro país. Era la época de la metalurgia, la
siderurgia o los grandes astilleros. Desde entonces los sindicatos se
han caracterizado por ser conservadores, no tanto en el terreno moral
como en el sentido del mantenimiento de unos puestos de trabajo que por
sus características eran más propios de una sociedad industrial que de
una basada en los servicios.
Los sindicatos son vistos por la juventud como un fenómeno generacional
en el que en ocasiones ha primado la defensa de los trabajadores fijos
en detrimento de los precarios. Y si a eso le unimos la sensación de que
existe una cierta corruptela sindical, sea esto exagerado o no, se
explica bien por qué los sindicatos están según todas las encuestas en
la escala más baja en cuanto a la confianza que inspiran a los
españoles, solo por detrás de la clase política, los partidos y los
bancos. Para una buena parte de los ciudadanos de nuestro país, UGT y
CCOO forman parte de ese entramado institucional en el que están también
PP y PSOE. Y el descrédito de los sindicatos forma parte del mismo
fenómeno que supone el descrédito de los políticos y de los partidos. Se
trata de una cierta impugnación a la totalidad de la forma de hacer
política en esta parte del mundo.
Pero sobre los sindicatos, como sobre muchos fenómenos sociopolíticos,
se pueden hacer lecturas ambivalentes. Si es cierto que los grandes
sindicatos se han atrincherado en el sector secundario, no es menos
cierto que gracias a ellos se han atenuado algunos de los efectos más
nocivos de la desindustrialización. Si es verdad que han sido poco
combativos con el deterioro de los derechos laborales, especialmente
entre los más jóvenes, no podemos olvidar tampoco que los sindicatos han
contribuido enormemente a la construcción de un Estado del Bienestar
donde consideramos innegociables algunos derechos que en otras zonas del
mundo son poco menos que una utopía.
La crítica a los sindicatos no solo es legítima sino que resulta sana
para la higiene democrática de nuestro país. Pero en ocasiones desde
algunos sectores de izquierdas se sitúa a los grandes sindicatos dentro
de ese conjunto tan maniqueo y simplista que son “los enemigos”.
Efectivamente CCOO y UGT necesitarían una renovación tanto de discursos
como de caras que los acercase a la gente joven que más sufre la
precariedad y el paro. Sería deseable también combatir una burocracia en
la que se perpetúan algunos liberados sindicales que acaban creando un
cierto caciquismo laboral. Pero resulta muy peligrosa la coincidencia de
la derecha y de los sectores más a la izquierda en el desprecio a los
sindicatos. Desde las parcelas más conservadoras se ha lanzado un
discurso antisindical en el que abundan las mentiras y la exageraciones y
que trata de fomentar con éxito una imagen de los sindicatos como
pesebre de unos liberados que cobran por no hacer nada. Y eso no solo es
injusto y falaz sino que además supone un ataque, por vía indirecta, a
un Estado del Bienestar que los sindicatos, más mal que bien si se
quiere, se han encargado de proteger.
Por muy deficientes que sean los sindicatos, nuestro país sería
infinitamente peor en cuanto a derechos y libertades si no existieran.
Desgraciadamente cada vez tienen menos capacidad de movilización y eso
deja desprotegida a la sociedad frente a las pretensiones de horadar
unos derechos laborales que han costado sangre, sudor y lágrimas a
muchos sindicalistas. Y cuando una parte de la izquierda hace gala de su
discurso antisindical está fomentando sin quererlo ideas muy
conservadoras sobre la protección de los trabajadores. Los sindicatos
aun hoy, con todas las críticas que les podamos hacer, hacen de muro de
contención de los excesos patronales. Y eso a la derecha no le gusta
nada. No hace falta más que recordar el “ce, ce, o, o” de Urdaci en
tiempos de Aznar.