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Personas Sin Hogar
Enrique Cuesta e Iñigo Mateo
06-06-2011
Artículo extraído de La voz de La Ribera
Cuando hablamos de las Personas Sin Hogar (PSH, en adelante) nos centramos en el ejemplo más claro de la Exclusión Social, la cual tiene más caras y perfiles. El fenómeno del sinhogarismo, personas que por diversas circunstancias se ven abocadas a vivir y dormir directamente en la calle, en albergues específicos o en todo tipo de alojamientos de fortuna, en los últimos tiempos, se ha mostrado como uno de los peligros más evidentes para la cohesión social de nuestros sistemas democráticos.

Las personas que sufren esta situación, se han visto abocadas a la misma después de sufrir un proceso de rupturas traumáticas encadenadas, provocando mecanismos de alejamiento de la “normalidad social” en tres planos básicos de los procesos vitales de las personas:

1.- El económico: con problemas tales como la pérdida de empleo durante largos periodos y la imposibilidad de acceder a unas rentas suficientes y regulares.

2.- El social: con rupturas en las relaciones familiares y sociales, el alejamiento (voluntario o forzado) de los lugares de desarrollo personal tales como su barrio o ciudad.

3.- El personal: con circunstancias tales como la aparición de enfermedades crónicas o de larga duración o el abuso de sustancias psicoactivas u otras adicciones.
Visto habitualmente como un fenómeno urbano, en los últimos meses, hemos comprobado como empezaban a aparecer en poblaciones más pequeñas, de marcado carácter agrícola y rural; localidades poco acostumbradas a estas situaciones y poco preparadas para la atención de las necesidades generadas por ellas. Varios son los factores que provocan esta cuestión:

   a.- De forma habitual las PSH que se encuentran en la calle, solían ser varones de mediana edad y nacionalidad española, que buscaban en las grandes ciudades un anonimato que les “escondiese” de sus vecinos. En los últimos años, en especial con la llegada de la consabida crisis, un importante número de inmigrantes, que antes desempeñaban trabajos precarios, con pocas coberturas sociales y mal remunerados (temporeros, peonadas agrícolas…), se han visto abocadas a situaciones de necesidad que no pueden ser cubiertas por redes socio-familiares. Estas personas, al tener pocos vínculos con el espacio residencial, no sienten la necesidad de esconderse, ya que el “factor vergüenza” es menor que el de los nacionales.
   b.- El tipo de trabajo que una parte importante de la población desempeñaba antes del desplome del empleo, con contratos inexistentes, pocas seguridades jurídicas y escasos salarios. Por otro lado, aquellos que en otras épocas rotaban de pueblo en pueblo como temporeros, dejan de hacerlo ante la ausencia de perspectivas laborales.
   c.- Una parte importante de las personas que se encuentran en situación de calle han sufrido procesos largos y visibles de deterioro y empeoramiento de sus condiciones de vida. La falta de mecanismos de detección, dentro de los sistemas de servicios sociales, hace que no se intervenga en estos casos hasta que las circunstancias que rodean a los afectados son demasiado graves, como para tener una solución sencilla.
   d.- Las redes de atención especializada a PSH, poco desarrolladas y no extendidas en tiempos de bonanza, cuando ya funcionaban al límite de su capacidad, hace que, con el aumento de la demanda y de la población con necesidades, se vean desbordadas, prestando, en ocasiones, servicios poco adecuados. Esto provoca que una parte de los afectados evite acercarse a estos dispositivos, dada la falta de respuesta, buscando otros lugares de refugio menos saturados por la demanda.

Enrique Cuesta e Iñigo Mateo, coordinadores del programa contra la Exclusión Social de Acción En Red (www.accionenredmadrid.org)




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