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Que hacer cuando la vida yerra
Antonio Orellana
30-01-2014
Artículo extraído de Blog

Que hacer cuando la vida yerra. Antonio Orellana

Hay un tema que no deja de dar vueltas en mi cabeza, y que intento tomarme en serio con todas sus consecuencias. John Dewey llamaba a este ejercicio pensamiento reflexivo. ¿Y qué es esta cosa que ocupa mis sentidos? Una idea simple, aunque no sencilla ni fácil de manejar. Consiste en intentar dar respuesta a la pregunta de cómo es posible que haya tanto descontento entre tanta gente y no encontremos la manera de hacerle frente. Es algo desesperante.

 Si miramos a nuestro alrededor percibimos cómo existe una insatisfacción generalizada con la manera en que se conducen las cosas. Esperamos una respuesta. Pero esta no llega. Observamos el deterioro que tiene lugar en muchos ámbitos de nuestra vida. Pero no sabemos cómo detenerlo. En algunas ocasiones nos preguntamos, ¿en realidad queremos hacerlo? Empujados por los acontecimientos, no sabemos, a ciencia cierta, qué originó todo esto. ¿Por qué en un primer momento, cuando todavía era posible impedirlo, actuamos como actuamos? ¿Por qué, posteriormente, consentimos que fuese tomando cada vez mayor dimensión? ¿Qué impulsó a no actuar, cuando todavía estábamos a tiempo? ¿Podrían haberse conducido las cosas por derroteros diferentes? ¿El curso de los hechos responde a una férrea ley a la que estamos condenados, por nuestra condición o por el devenir de los tiempos? ¿Podríamos hacer algo?


 A veces basta tan sólo un pretexto para obligarnos a pensar en estas cosas. En mi caso, tomarme un tiempo para redactar estas líneas. Soy de la opinión que el lápiz y el papel ayudan a ordenar las ideas. Al menos, a plantearlas con más pausa, o, si se quiere, más ponderadamente. La reflexión nos arrastra hacia un lugar apartado, donde nos recluimos con nuestras meditaciones.

 A cierta distancia del ruido exterior, aunque alterado por las voces que residen en nuestro interior. Intentamos, siempre, encontrar un atajo en la vida. Encontrar la fórmula mágica que nos evite el sufrimiento y la espera. Hallar el elixir que agudice nuestra inteligencia. Pero, desafortunadamente, estos atajos no existen. Sí existe, en cambio, la posibilidad de cambiar la manera en que vemos las cosas. Cuando echamos una ojeada al mundo que nos rodea, cualquier cosa condiciona nuestra mirada. Y al hacerlo es preferible, siempre, retener sus ventajas que contabilizar sus males. Por qué dejarse arrastrar por esa extravagante idea que reduce la vida a un mero saldo de pérdidas y ganancias y no disfrutarla en todo su esplendor. Por qué la vida se ve condicionada por lo que los números dictan y no por el comportamiento de nuestros actos. La vida no suele errar, somos nosotros quienes fallamos a la vida.




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