El Gobierno del PP, durante estos meses, ha
reforzado y ampliado las medidas antisociales de ajuste y austeridad,
llevadas a cabo por el anterior Gobierno socialista desde mayo de 2010.
El Consejo de Ministros del 13 de julio aprobó un nuevo conjunto de
medidas de ajuste. Tienen un carácter profundamente antisocial y reducen
derechos sociales en tres áreas: protección al desempleo, servicios
públicos y condiciones salariales y laborales de los empleados públicos.
A ellas hay que añadir la última reforma laboral y las medidas fiscales
regresivas. Están inscritas en una estrategia liberal-conservadora de
ampliación de la austeridad para las capas populares y debilitamiento de
lo público y el Estado de bienestar, son injustas y tienen graves
consecuencias sociales y un gran déficit democrático.
Amparado por las instrucciones y las orientaciones de las instituciones
europeas, con esta política regresiva la derecha aprovecha la situación
de crisis económica para modificar los equilibrios anteriores de reparto
de rentas y las garantías de protección social y servicios públicos en
beneficio de los empresarios y las capas altas y en perjuicio de la
mayoría de la sociedad, las capas trabajadoras y, particularmente, los
sectores más desfavorecidos y en desempleo. Esta política
liberal-conservadora supone un plan sistemático para cambiar
profundamente el modelo social y el Estado de bienestar y avanzar en una
salida regresiva a la crisis económica. No obstante, existe en
ciudadanía una significativa falta de confianza y legitimidad social
hacia esas medidas y un justo descrédito de la clase política, empeñada
en hacer recaer los mayores costes de la crisis en la mayoría popular.
La estrategia liberal conservadora, dominante en las instituciones
europeas, e impulsada por el bloque de poder representado por Merkel,
pone en primer término la austeridad para las capas populares,
principalmente, de los países periféricos (España e Italia, junto con
los rescatados Grecia, Portugal e Irlanda). Prioriza los intereses de
los grandes bancos y acreedores financieros alemanes y centroeuropeos,
para garantizarles el retorno de su capital (e intereses), cuando han
sido, en gran medida, causantes de las burbujas especulativas. Ante las
necesidades de los países débiles para su desendeudamiento privado (y
público) y conseguir nuevas financiaciones, utiliza el chantaje de su
capacidad financiera y la presión del mercado de capitales para imponer
unas condiciones injustas de ajuste económico. Su prepotencia es
insolidaria (nacionalista) en el marco europeo, y aboca al estancamiento
económico y la recesión, particularmente, en los países del sur
europeo. Se invalidan así su capacidad de recuperación económica y de
empleo y provoca una prolongación de la crisis y sus consecuencias. Esa
política incluso no resuelve la garantía de pago de las deudas
contraídas por esos países, lo que es contraproducente para los propios
intereses a medio plazo del poder financiero centroeuropeo, como indica
la desconfianza de los grandes inversores en su mercado de deuda
pública. La política de austeridad parece que busca, dentro de un total
de suma cero, asegurar y reforzar las rentas y el poder de esas élites
dominantes a costa del mayor sufrimiento de las mayorías sociales del
sur europeo y la recolocación de esos países en una posición más
subordinada. No obstante, no sólo es injusta socialmente sino que
tampoco es eficaz para generar la suficiente actividad económica que
permita recuperar sus préstamos y reproducir los beneficios a medio
plazo, y está agrietando la legitimidad de esos poderosos y el marco
institucional europeo.
En el plano político e institucional es un intento de reforzamiento de
la hegemonía de las élites alemanas en las instituciones europeas, con
su política de ajuste duro y gestión regresiva de la crisis. Se amplían
las diferencias entre bloques de países fuertes (o acreedores y con
ventajas competitivas de sus economías) y débiles (o deudores, con una
posición dependiente); se refuerzan las brechas sociales internas y
entre países. Esa estrategia puede aparecer como funcional con los
intereses de ese poder económico financiero y con beneficios relativos
para parte de la población de los países centrales, pero tiende a sufrir
un fuerte proceso de deslegitimación popular, sobre todo en los países
periféricos, así como reticencias de sus élites socioculturales y
políticas y parte de sus sectores económicos. A pesar de los grandes
sacrificios impuestos a las mayorías sociales y la impresionante
fortaleza de su poder económico e institucional, esa estrategia no
asegura sus objetivos básicos: recuperar el total de sus préstamos,
estabilizar una dinámica económica que les reporte unos beneficios
seguros y suficientes, fortalecer su hegemonía política con una mínima
cohesión social y legitimidad ciudadana, mantener el marco institucional
de la eurozona y la Unión Europea. Se profundizan los desequilibrios
europeos (norte-sur), se amplía la subordinación de los países
periféricos y se produce un reequilibrio de las alianzas y núcleos
dirigentes europeos a costa de Francia, en una posición delicada
económicamente.
Los efectos sociopolíticos de esta dinámica liberal-conservadora son la
destrucción del modelo social europeo, con la reestructuración regresiva
del Estado de bienestar y el deterioro de lo público y los derechos
sociolaborales, el debilitamiento de la calidad democrática de sus
sistemas políticos, con importante descrédito de sus élites
institucionales y el empobrecimiento y subordinación de las capas
populares (y clases medias) periféricas. Las élites institucionales y
económicas de esos países débiles, desde la subordinación a ese bloque
de poder dominante, intentan un reacomodo de sus estructuras económicas y
productivas. Parten de la idea irreal de que la solución es ajustar,
esperar y seguir a la locomotora europea central, adaptarse a los
segmentos productivos y actividades económicas dependientes y poco
cualificados. Descartados una política activa de crecimiento económico y
del empleo, una financiación barata a medio plazo o una apuesta por la
innovación y la cualificación nos ofrecen su opción preferida: imponer
un fuerte descenso de los costes laborales y el gasto público social. Se
trata de una redistribución de rentas a su favor (grandes empresas,
sector financiero y capas altas) a costa de la calidad de vida, los
servicios públicos y la protección social de la mayoría de la sociedad. Y
dentro de ese reajuste del conjunto del país, intentan salir mejor
librados, perdiendo la óptica del interés colectivo de la población del
Estado.
En la sociedad se están generando tendencias ambivalentes. Por un lado,
impotencia, resignación, miedo, adaptación fragmentada y jerarquizada,
así como, reequilibrios competitivos de los grupos de poder nacional y
las distintas capas medias y trabajadoras. Por otro lado, en un primer
nivel, disconformidad con esa política, desde la deslegitimación pasiva y
la indignación ciudadana frente a sus medidas más impopulares y sus
gestores, tal como indican numerosas encuestas de opinión (según
Metroscopia, hasta el 90% de la sociedad critica a los partidos
políticos por su distanciamiento de las preferencias de la ciudadanía en
la gestión de la crisis, siendo, junto con los bancos, la institución
en la que menos confían; al contrario, las instituciones mejor valoradas
-en torno al 90%- son la sanidad y la enseñanza pública). En un segundo
nivel, con la expresión de resistencias sociales y protestas
colectivas, masivas, pacíficas y democráticas. Todo ello con un peso
significativo de valores solidarios y de justicia social, así como con
exigencias de cambio hacia medidas socioeconómicas más equitativas y
mayor cultura democrática.
En España llevamos más de dos años de una respuesta popular activa, con
altibajos. Desde la huelga general del 29 de septiembre de 2010 (y los
antecedentes de las amplias manifestaciones sindicales de enero y
febrero de ese año contra el plan gubernamental inicial de recorte de
las pensiones y las movilizaciones contra los ajustes de mayo) hasta la
huelga general del 29 de marzo y las grandes manifestaciones anteriores
(19 de febrero) y posteriores (19 de julio). Al mismo tiempo, ha
emergido otra dinámica paralela de protesta colectiva, expresiva de la
indignación ciudadana y la exigencia de mejor democracia, representada
por el movimiento 15-M. Desde la gran manifestación inicial en esa fecha
y las siguientes acampadas y procesos asamblearios hasta las grandes
manifestaciones del 15 de octubre de 2011, diversas actividades locales y
la última gran movilización del 12 de mayo pasado. Este breve recorrido
da un indicio de la existencia de la expresión colectiva de una masiva
ciudadanía activa, que manifiesta su indignación de forma pública y
plantea un cambio de rumbo. Es la base para fortalecer un campo social,
sindical y político que apueste por impedir esta política de recortes
sociales y pueda empujar por una gestión de la crisis más justa y
democrática y una salida más equitativa.
La crisis económica parece que va a ser prolongada, con un fuerte
desequilibrio de las relaciones de fuerza. Los riesgos de la gestión y
los planes del núcleo de poder hegemónico, con su política
liberal-conservadora-autoritaria, son la continuidad y la profundización
de los recortes sociales, la persistencia de una realidad de desempleo
masivo, vulnerabilidad social y políticas antisociales, con el deterioro
de las condiciones vitales y laborales de la mayoría social, la
subordinación de las clases populares, así como con su apuesta por el
debilitamiento de la ciudadanía indignada, la izquierda y los
movimientos sociales progresistas. Pero, junto a ello, persiste una
significativa cultura popular contra la injusticia social y por la
democracia y se expresa una ciudadanía activa. Existen distintas
representaciones y élites, fragmentadas y a veces en conflicto: desde el
sindicalismo, el movimiento 15-M y los distintos grupos y asociaciones
progresistas, hasta la actual articulación de las diversas izquierdas
políticas. En su conjunto todavía presentan grandes insuficiencias y
limitaciones para hacer frente a ese bloque de poder hegemónico y forzar
un cambio global de su política, más en el plano europeo, donde los
procesos sociopolíticos en Italia y, sobre todo, Francia son relevantes
para inclinar una tendencia u otra. Construir una alternativa popular
por una gestión y una salida justa y equitativa de la crisis es una
necesidad y, al mismo tiempo, una oportunidad para renovar y fortalecer
ese campo sociopolítico. Por tanto, existen grandes dificultades para
promover el cambio, a corto plazo, de esa política liberal-conservadora
hegemónica en la Unión Europea, y no son menores las que afectan a las
propias debilidades de las izquierdas, el sindicalismo y los grupos
progresistas. Pero se abre la posibilidad de ponerlas encima de la mesa y
afrontarlas.
La opción progresista debería ser la apuesta masiva, unitaria,
democrática y contundente para deslegitimar la política de recortes e
impulsar el giro hacia una gestión y una salida más justa y equilibrada
de la crisis. Un proceso de movilización sindical y ciudadana, con un
clima sociopolítico de confrontación con esa política. Una convergencia,
desde la autonomía, del sindicalismo, las izquierdas y el movimiento
asociativo y cultural progresista. La articulación de las protestas
colectivas, desde la acción sindical en la negociación colectiva y
frente al paro y la presión empresarial, hasta las movilizaciones
sectoriales y ciudadanas y las grandes manifestaciones unitarias contra
los recortes sociales y en defensa de los servicios públicos y los
derechos sociolaborales y democráticos. El horizonte es un proceso
creciente de activación de las mayorías populares cuya culminación debe
conllevar la confrontación por el cambio global de esa política y la
apertura de nuevas expectativas para la sociedad.
En estos dos años hemos realizado ya dos huelgas generales, positivas
pero insuficientes para detener esta involución social, así como grandes
manifestaciones. Ahora el reto es subir el listón de la implicación
pacífica y democrática. Una apuesta clave es la preparación de una
huelga general total, productiva y ciudadana, del tipo del 14 de
diciembre de 1988 HG, cualitativamente superior a las últimas.
Constituiría un empoderamiento democrático de la mayoría de la sociedad
frente a los poderosos y la exigencia ineludible de un giro a la actual
política de austeridad, fortaleciendo el camino de la esperanza del
cambio social y político. Esa perspectiva puede ser motivo de reflexión
colectiva y deliberación unitaria.
En definitiva, el reto para las izquierdas, el sindicalismo y los grupos
y movimientos sociales progresistas es impedir los recortes
antisociales, hacer fracasar esa estrategia, reactivar la ciudadanía y
conformar un bloque social unitario, en defensa del empleo decente, los
derechos sociales y laborales y el refuerzo del Estado de bienestar. Es
momento de superar la fragmentación y el sectarismo, renovar los
proyectos y las ideas y estimular el esfuerzo unitario. Las actuales
protestas colectivas, particularmente la gran marcha de Madrid, del día
15 de septiembre, y la participación masiva en la consulta popular
contra los recortes y los ajustes regresivos, junto con las distintas
movilizaciones en marcha, son un buen cauce para manifestar la
indignación ciudadana y exigir un cambio de la política social, laboral y
económica que garantice una salida más justa y equitativa de la crisis.