Paul Mason
No es una economía para jóvenes
The Guardian, Londres, 4 julio 2012.
Los titulados universitarios de hoy en día pueden imaginar que
serán más pobres que sus padres, un fenómeno social que se produce por
primera vez desde 1945. El agotado modelo económico occidental no sabe
aprovechar el dominio de las nuevas tecnologías que posee esta
generación perdida.
Pensé en la expresión "titulado universitario sin futuro" mientras daba
clases a alumnos sobre sociedad política en la Universidad de
Birmingham. Dibujé un gráfico de expectativas, en forma de curva
ascendente: estos son vuestros ingresos a los 21 años, luego, los
sueldos aumentan, lo que aumenta los precios de la vivienda una vez que
accedéis al mercado inmobiliario; los fondos de pensiones crecen y al
final de la curva, podéis disfrutar de la comodidad; además, existe un
Estado del bienestar para protegeros si las cosas salen mal.
Pero esa era la curva antigua. Entonces dibujé la nueva. Es una curva
descendente: los sueldos no suben; no podéis acceder al mercado
inmobiliario. La austeridad fiscal se come vuestros ingresos
disponibles. Os quedáis fuera del plan de pensiones de la empresa;
esperaréis hasta los setenta y tantos años para jubilaros. Y si todo
sale mal, la situación será delicada aunque la red de seguridad del
Estado de bienestar siga estando ahí.
Pruebas psicométricas
A algunos de los alumnos hasta les dolía el cuello de tanto asentir.
Esta generación de personas jóvenes y con formación es única, al menos
en el periodo posterior a 1945, es un grupo que puede esperar envejecer
siendo más pobre que sus padres. Han sido testigos de un aumento masivo
en el desempleo juvenil: el 19% en Reino Unido, el 17% en Irlanda, el
50% en España y Grecia. Pero también han vivido una revolución en la
tecnología y las comunicaciones que se suponía que otorgaría más poder a
la juventud.
A medida que la primavera árabe estallaba a nuestro alrededor, con un
descontento que prosigue desde Atenas a Quebec, este nicho sociológico
ha sido fundamental. El titulado universitario al que se le ha negado la
formación liberal y relajada de la generación de sus padres y que en
cambio ha tenido que hacer frente, casi desde la pubertad, a una batería
de pruebas psicométricas, llamamientos a la excelencia y opciones
profesionales que limitan la vida.
Cuando estaba en la universidad (Sheffield, 1978-81) tenía tiempo para
tocar en un grupo, formar piquetes en una acería, ocupar varios
edificios, escribir ficción vergonzosamente mala, cambiar de curso y
solicitar la creación de una titulación doble que se ajustara a mi
propósito de mi vida. "Lo puedes hacer siempre que no le digas a nadie
más que existe", me dijo mi profesor. Además, la matrícula era gratuita.
Había una beca con la que podías vivir siempre que no pasaras de la
bebida a las drogas de clase A y en vacaciones tenía un trabajo en una
fábrica con el que ganaba casi lo mismo que mi padre con su trabajo de
verdad en una fábrica.
Un estilo de vida autodestructivo
Para que el futuro sea mejor, tenemos que acabar con un modelo económico
que ya no funciona. Porque la frase de titulado universitario sin
futuro es la expresión humana de un problema económico: el modelo
occidental se ha agotado. No puede ofrecer suficientes trabajos de alto
valor para su mano de obra altamente cualificada. Y aún así, el artículo
esencial, es decir, la titulación universitaria, ahora cuesta tanto
que, con sus trabajos de baja remuneración, tardarán décadas en pagarlo.
Mientras visitaba universidades y viviendas y lugares ocupados para
hablar sobre las raíces de la crisis, ha habido veces que he tenido que
decir: "La expresión de titulado universitario sin futuro no significa
literalmente que no tengáis futuro". Porque la psicología que prevalece
entre los jóvenes se ha vuelto peligrosamente nihilista, incluso para
los activistas.
Porque en la generación del movimiento de Ocupación, hay noches que mi
canal de Twitter se llena de relatos de estilos de vida autodestructivos
contados alegremente, intercalados con estallidos de gas lacrimógeno y
comparecencias en los tribunales.
Ahora que el desempleo juvenil llega al 50% en los países afectados en
la Europa periférica y la crisis pasa de un año al siguiente, se nota un
ambiente de debilidad que envuelve sigilosamente la cultura de los
jóvenes adultos.
El ideal anti-liderazgo, la falta de estructura que definió a las
protestas de 2009 a 2011, también empieza a ser molesto. Puesto que los
movimientos de protesta están dirigidos a evitar el surgimiento de
líderes, lo que ocurre es que esta generación se ve obligada a reunirse
alrededor de los podios de los escribas y profetas existentes: resulta
duro observar la gramática física de esas conferencias de Žižek,
Chomsky, David Harvey, Samir Amin, un hombre de barba gris predicando a
jóvenes de 21 años.
Sentido para los negocios
Pero también hay aspectos positivos. Al igual que conozco a jóvenes
activistas ansiosos por contarme cuál va a ser su próxima acción de
protesta, casi siempre también hay otra historia: han creado una revista
en Internet. No, no se trata de una cooperativa, se trata de un
negocio. Han montado una cafetería o un grupo de teatro o, como es el
caso de la granja andaluza que visité, se han apoderado de un terreno
abandonado y han plantado verduras. Y todos esos exámenes, ejercicios,
clases y el incesante carácter profesional de la formación, ha hecho que
esta generación sea muy emprendedora.
Al igual que crearon de la nada formas de protesta que rompían con el
pasado, esta generación está creando formas de negocio y de comercio, de
literatura y arte, que viven en las grietas que dejan el menguante PIB y
el derrumbamiento del crédito.
Esta es la primera generación capaz de tratar el conocimiento como si
fuera software: disponible para cargarse, utilizarse, ampliarse y
finalmente eliminarse. Son capaces de empezar con niveles de
conocimiento que las generaciones anteriores tuvieron que aprender a
través de un largo proceso de ingestión y adquisición de destrezas.
Ahora, lo único que necesitan es que el modelo económico se ponga a la
altura del potencial humano que ha creado la tecnología.
A medida que van pasado los años, pues vivieron en su primer año
universitario la caída de Lehman Brothers y ahora será su segundo año
como posgraduados o su segundo año en el paro, los titulados
universitarios sin futuro han llegado a la siguiente conclusión: tienen
que labrarse un futuro por sí mismos. Y si se observa con detenimiento,
si se pasan por alto las barbas descuidadas y el rímel corrido tras la
fiesta, saben cómo salir adelante.