La huelga general del 29M es un paso clave contra la ofensiva regresiva
del Gobierno del PP. Ha sido una actuación acertada de los sindicatos,
que han demostrado ser agentes sociales fundamentales para encauzar el
rechazo popular y frenar la involución social. Ha tenido un impacto
social positivo, y reabre nuevas posibilidades y escenarios para
continuar la acción sindical y ciudadana contra la política de recortes y
por los derechos sociolaborales y una gestión más justa de la crisis.
Es una tarea conjunta del movimiento sindical y la izquierda social y
política, que se enfrentan a diversas dificultades y limitaciones. Aquí
nos centraremos en las actuaciones de los grandes sindicatos, dada su
influencia y protagonismo. En las orientaciones y decisiones de sus
dirigentes ha habido aciertos y errores. Y es conveniente la reflexión
crítica y el debate constructivo para reafirmar los primeros y evitar
que se reproduzcan los segundos. Las encrucijadas inmediatas están
abiertas. Es preciso sacar enseñanzas, comprender mejor el significado
de esta amplia y contundente respuesta ciudadana y enmarcarla en el
proceso social anterior. Así, se podrán definir mejor su impacto
posterior, las opciones estratégicas para el sindicalismo y las
perspectivas a medio plazo.
Límites del diálogo social
La actuación de las cúpulas sindicales ha dado diversos bandazos, y ha
denotado algunos diagnósticos poco realistas y una estrategia
ambivalente y contradictoria. Su apoyo a los tres últimos pactos
sociales (acuerdo para la negociación colectiva –ANC- de 2010, pacto
para el recorte de las pensiones en 2011 y acuerdo salarial con la
aceptación de su pérdida de capacidad adquisitiva en 2012) ha llevado al
movimiento sindical a callejones sin salida. Han constituido
concesiones sindicales relevantes en el retroceso de derechos
sociolaborales de las clases trabajadoras, no han conseguido resultados
significativos en el freno a los planes gubernamentales o empresariales,
y no han impedido las siguientes reformas regresivas: la de la reforma
laboral del PSOE en el primer caso; la de la negociación colectiva del
Ejecutivo socialista en el segundo, y la actual reforma laboral del
Gobierno del PP en el tercero. Tampoco han evitado el deterioro de la
estabilidad del estatus y la capacidad contractual de las estructuras
sindicales.
La experiencia de esos pactos generales ha demostrado que esos procesos
institucionales de diálogo social no han conseguido resultados positivos
para las condiciones y derechos de capas populares y el mantenimiento
del equilibrio contractual en las relaciones laborales, ni han
constituido un freno significativo o una suavización relevante de su
aplicación. Todo lo contrario. La colaboración de esos dirigentes
sindicales, con su apoyo a esos retrocesos, no les ha reportado mayor
credibilidad social sino mayores dificultades de legitimidad ante la
sociedad y sus bases sociales. Así, han producido una erosión de su
capacidad representativa y de influencia frente a empresarios e
instituciones políticas, que ahora, con esta demostración de fuerza y
apoyo popular del 29M, recuperan parcialmente. Sin embargo, esa mayor
debilidad sindical ha sido aprovechada por patronal y gobiernos (primero
el del PSOE y después, de forma más dura, el del PP, además de varios
autonómicos) para imponer sus siguientes reformas regresivas. Estas
medidas, además de un profundo recorte a los derechos laborales, también
conllevan un fuerte desequilibrio en las relaciones laborales, con
mayor poder empresarial y marginación de la función reguladora y
representativa de los sindicatos.
Por tanto, esa apuesta fundamentalista por el diálogo social, en el
actual contexto, de fuerte ofensiva antisocial, ha sido ineficaz
respecto de sus objetivos explícitos de frenar sustancialmente estos
recortes. Tampoco ha servido para garantizar el estatus y la estabilidad
de los propios aparatos sindicales, a cuya línea de flotación apuntan
las tres reformas laborales: indefensión de trabajadores y trabajadoras,
subordinación al empresariado, y debilitamiento de la capacidad
reguladora y contractual de la negociación colectiva y las
correspondientes comisiones negociadoras y paritarias. La función
reivindicativa y representativa a través de la acción sindical en la
negociación colectiva queda cuestionada y disminuida, y puede generar
mayor impotencia transformadora y menor legitimidad de los aparatos
sindicales ante sus bases sociales.
No obstante, desde hace tiempo ya era evidente el estancamiento de la
acción sindical reivindicativa y dinamizadora durante la negociación de
los convenios colectivos y el bloqueo en el avance sobre sus resultados
para las capas asalariadas. El primer ANC de 2002 fue defensivo,
pretendía impedir la reforma laboral del PP, cosa que no evitó y hubo
que frenarla con la huelga general de ese año que sí consiguió su
modificación sustancial. Era todavía época de crecimiento económico y de
empleo y de mantenimiento de las condiciones salariales y laborales,
aun en un mercado de trabajo con importantes zonas de precariedad,
particularmente juvenil. La conflictividad laboral en la negociación
colectiva prácticamente desapareció. La dinamización y el empuje del
sindicalismo de base no aparecían como una necesidad para fortalecer
esos derechos y la propia credibilidad de sus representantes en la
negociación. Junto con esa relativa estabilidad en el empleo y las
condiciones laborales y salariales, esa inercia ofrecía cierta confianza
en el mantenimiento de ese equilibrio contractual y la acomodación de
esa estructura negociadora. Se reforzaba con el reconocimiento
institucional y jurídico de varias decenas de miles de sindicalistas en
su función negociadora, a través de las comisiones negociadoras de los
convenios, comisiones paritarias y diversas funciones de mediación y
arbitraje, junto con la participación institucional de muchos dirigentes
sindicales y la ampliación de su aparato para desarrollar políticas
activas y de formación (cuestión contra la que apunta la rebaja de 1.500
millones de los presupuestos generales de 2012).
Sin embargo, ese entramado organizativo tenía unas bases frágiles si no
se asentaba en la bonanza del crecimiento económico y el empleo con un
reparto equitativo de sus rentas, es decir, con unos resultados
reivindicativos significativos para las clases trabajadoras. Presuponía
una fuerte vinculación con sus bases sociales, importante en los grandes
centros de trabajo, pero más débil entre las capas trabajadoras de las
pymes y la gente joven. Con la crisis y las políticas regresivas, esa
labor negociadora e institucional no ha sido suficiente para evitar su
cuestionamiento empresarial y del gobierno socialista primero y de la
derecha después, que han impuesto un profundo desequilibrio que cercena
la dimensión y el estatus adquiridos por esos aparatos sindicales. La
simple inercia de una representatividad y una comunicación básica con su
afiliación y sus bases sociales más estrechas, presenta insuficiencias
para acometer las nuevas tareas, más duras, que necesitan una profunda y
prolongada activación de trabajadores y trabajadoras y mayor
participación de sus bases sociales.
La crisis económica y de empleo, la presión empresarial y la política
institucional de austeridad y subordinación del diálogo social a una
política regresiva, han puesto en evidencia la fragilidad del estatus de
esa burocracia sindical. Los sindicatos son instrumentos fundamentales
–reconocidos en la Constitución- para participar en la regulación de las
condiciones sociolaborales. Las reformas laborales, además de
precarizar las condiciones laborales, han debilitado la capacidad de
articulación y presión social de las capas asalariadas y han fortalecido
el poder empresarial. Pero, el segundo componente clave y más
específico es el desequilibrio en las relaciones laborales, con el
debilitamiento de la capacidad reguladora de las estructuras sindicales
en la negociación colectiva y en el plano más general. Los cambios
normativos e institucionales que ahora se aprueban consolidan esa
situación y van a tener efectos regresivos profundos, laborales y
sindicales, en los próximos años. Ello sí puede constituir una derrota
particular de los aparatos sindicales, idea incorporada en la visión
algo catastrofista de que la ofensiva del PP va ‘a terminar con todo’,
incluido el reconocimiento y la estabilidad de los dirigentes de los
grandes sindicatos. No es el final. En las 4.500 empresas medianas y
grandes (con un millón de asalariados) con su convenio propio, su
representación sindical más estable y su comisión negociadora, ven
reducidas sus funciones a favor del empresario y las comisiones de
arbitraje, pero tienen mayores recursos que el resto de pequeñas
empresas en situación más desventajosa. Sus trabajadores y trabajadoras,
particularmente las personas precarias, tienen mayores riesgos de
retrocesos.
Por tanto, tiene sentido su valoración de que el actual es el mayor
ataque laboral y sindical de toda la democracia, y puede ser un punto de
inflexión en el menor papel regulador, negociador, institucional y
asistencial de las estructuras sindicales, cuestión que genera su lógica
preocupación. A finales del año 2010, tras el pulso del 29-S, se
produjo en las cúpulas sindicales un vértigo ante el riesgo de una
prolongación del conflicto social con los poderosos. Para evitarlo,
generaron la ilusión de que la desactivación del conflicto y su
colaboración con el pacto de las pensiones les permitirían mantener el
objetivo estratégico del equilibrio en las relaciones laborales, es
decir, la capacidad contractual de las estructuras sindicales y su
estatus institucional y en la negociación colectiva. Las siguientes
reformas laborales se han encargado de demostrar lo desacertado de ese
pronóstico y esos pactos, así como la ausencia de la suficiente
previsión y preparación para hacerlas frente. Ha sido necesaria la
evidencia de la última reforma laboral del PP, especialmente agresiva,
la que ha forzado a los dirigentes sindicales mayoritarios, por encima
de las pretensiones iniciales de ignorarla o minusvalorar la indignación
social contra ella, a una reconsideración de la gravedad de este embate
y la conveniencia de una actuación contundente y firme contra ella.
De momento no se ha conseguido su abolición y su aplicación ya tiene
efectos graves. La imposición y la arbitrariedad empresarial ya están a
la orden del día. Además, la desarticulación de la negociación colectiva
sectorial y la marginación de las comisiones negociadoras y paritarias
de los convenios colectivos, dando el poder decisorio a las comisiones
de arbitrajes, ajenas al sindicalismo, puede ser un golpe profundo a su
función principal de defensa reivindicativa y garantía de las
condiciones laborales de las clases trabajadoras. A corto plazo, es
difícil una modificación sustancial de esas reformas cuya pleno
desarrollo va a profundizar esas dinámicas regresivas y ese
desequilibrio para el sindicalismo. No se puede confiar en una
improbable negociación sustantiva con el Gobierno para que las retire o
cambie significativamente, pero hay que evitar adaptarse y acomodarse a
la nueva situación, refugiándose en el intento de salvar sólo algunas
parcelas sindicales de actividad institucional y mirar hacia otro lado.
Refuerzo de la acción sindical y sociopolítica
La única alternativa sindical realista para frenar esta ofensiva
regresiva de la derecha es fortalecer la dimensión representativa y
social del movimiento sindical y ciudadano, su vinculación con las
clases trabajadoras y la ciudadanía indignada y su activación y
articulación. Se trata de afianzar el arraigo de los representantes
sindicales con sus bases trabajadoras, particularmente en las pymes y la
gente joven, con la extensión a las personas desempleadas y sin
descuidar a las capas profesionales. Y además, junto con otros grupos de
izquierda social y política, estimular y ser portadores de las demandas
sociopolíticas de la ciudadanía. Supone reafirmar la confianza y la
credibilidad en sus propias bases sociales, recomponer su función
reivindicativa y dinamizadora, para hacer frente a toda esta ofensiva
antisocial. Ello le permitirá ir ganando legitimidad, representatividad,
influencia y capacidad contractual en el nuevo marco de relaciones
laborales, más disperso y desventajoso, que impone las últimas reformas
laborales.
Consiste en una reorientación de la estrategia sindical, superando las
inercias de pasividad y acomodamiento, de más de una década, en la
negociación colectiva, ámbito clave para el sindicalismo, y con un
sistema de concertación institucional ahora fracasado. Es una adecuación
imprescindible y necesaria para frenar el desgaste de prestigio y
legitimidad de los dirigentes sindicales por sus pactos infructuosos y
la tendencia hacia la irrelevancia que los poderes políticos y
económicos quieren imponer al movimiento sindical. La reversión del
nuevo marco jurídico-laboral y el reconocimiento del estatus de las
estructuras sindicales es un objetivo fundamental, que se debe librar,
particularmente, con el fortalecimiento de la acción sindical en los
centros de trabajo y en una dinámica general de resistencia frente a la
involución socioeconómica y laboral. Frente a la casi nula
conflictividad laboral en las empresas y en el ámbito local, y más allá
de los conflictos sociales y manifestaciones generales, la actividad
defensiva y prolongada supone un cambio de las inercias y prioridades de
la acción sindical. La respuesta depende, sobre todo, de la capacidad
representativa y dinamizadora de los sindicalistas de base, de los
representantes directos de trabajadores y trabajadoras, en los centros
de trabajo. La nueva estrategia de las direcciones sindicales debería
apuntar a ello, renovando la cultura, las dinámicas organizativas, las
propuestas y los nuevos horizontes de cambio que ilusionen a sus bases y
a la ciudadanía. Dada su influencia social, y junto a otros grupos
sociales progresistas, deberían ofrecer un liderazgo y dar alternativa a
las exigencias de fortalecer un sindicalismo firme y una mayor
participación democrática y ciudadana, como instrumentos para conseguir
mejoras sociolaborales y forzar una democracia social y económica
avanzada.
Uno de los ejes específicos de la nueva orientación, frente a la nueva
realidad impuesta, debería ser una mayor dinamización de la acción
sindical en las empresas y sectores, reafirmando la acción
reivindicativa con ocasión de la articulación de los convenios y
acuerdos colectivos. Su plasmación en movilizaciones sociolaborales y
avances colectivos puede ser desigual, se trata de empezar en los sitios
y momentos más favorables. En todo caso, presupone el reconocimiento
del fracaso del reciente acuerdo de los negociadores sindicales con la
patronal para la reducción salarial, que ha demostrado ser
desequilibrado y perjudicial para trabajadores y trabajadoras. El
contenido de esa concesión sindical, sustancial para la patronal como
confirmación de la disponibilidad de las cúpulas sindicales para admitir
ese retroceso y garantizar la pacificación de las relaciones laborales
en la negociación colectiva, se ha aplicado. La supuesta contrapartida
para los sindicatos, derivada de la promesa patronal de respetar el
consenso en la reforma laboral posterior y admitir sólo un retroceso
limitado en la capacidad contractual de las estructuras sindicales, se
ha incumplido. Está claro que el acuerdo era desequilibrado y que,
además, ese compromiso ha resultado ser retórico para la patronal que
apostaba, todavía más con el acuerdo en la mano, por un retroceso
profundo de las condiciones laborales y el estatus de los sindicatos.
Han quedado en evidencia sus consecuencias: éxito para la patronal (y
Gobierno) y fracaso para los sindicatos. Es motivo suficiente para que
los órganos dirigentes de los grandes sindicatos, aun sin que acepten
explícitamente su gran error, impugnen el citado acuerdo, en vez de
seguir reclamándolo. Supone abrir un frente de rechazo a los retrocesos
salariales y laborales en las empresas y sectores y resituar la acción
reivindicativa.
El segundo eje tiene que ver con la respuesta ante los recortes sociales
y en defensa de los servicios públicos y el Estado de bienestar. Las
ejemplares movilizaciones y huelgas del sector de enseñanza en Madrid y
de la sanidad y empleados públicos en Catalunya es una pauta a seguir y
generalizar. Motivos no faltan en este periodo restrictivo del gasto
público y de deterioro de prestaciones y servicios públicos. El impulso
sindical y social debe ser prolongado y general.
El tercer eje es sobre la orientación global de continuidad de la
oposición y la resistencia sindical y ciudadana, tras la negativa del
Gobierno del PP a modificar su reforma laboral y sus planes
restrictivos. El próximo reto es esta misma primavera, mayo y junio,
como marco para volver con otra contestación social masiva que siga
debilitando la legitimidad de esa política, favoreciendo la dinámica
sociopolítica para su cambio, a través del fortaleciendo el movimiento
sindical y la izquierda social, junto con la expresión colectiva de esa
ciudadanía activa. Y en el horizonte del curso que viene, con la amenaza
de mayores planes de ajuste y austeridad y un agravamiento de las
consecuencias sociales de la crisis, hay que levantar una dinámica
creíble de resistencia social y de cambio del escenario sociopolítico
que apueste por el empleo decente y los derechos sociolaborales.
Los dirigentes de CCOO y UGT utilizan un lenguaje doble. Por un lado,
conscientes de las dificultades para forzar avances sustantivos en los
objetivos reivindicativos, amenazan al Gobierno con una movilización
sostenida y creciente, manifestando firmeza en sus exigencias de cambios
sustantivos. Por otro lado, ponen el acento en una faceta más limitada y
de cierta ambigüedad: la recomposición del diálogo social, como freno a
las imposiciones gubernamentales, junto con el reconocimiento
institucional de la función de los aparatos sindicales y la garantía del
reequilibrio de su capacidad contractual y su estatus. Pero, como se ha
dicho, ha terminado la etapa en que el diálogo social, como condición o
veto sindical para regular condiciones y derechos sociolaborales,
permitía conseguir o mantener algunos derechos o, al menos, evitar
recortes sustantivos. Y la promesa institucional de tratar bien a los
sindicatos está condicionada a una completa subordinación a sus planes.
La situación actual ha dejado operativas dos opciones de acción
colectiva: 1) negociación institucional y colaboración con acuerdos
generales regresivos para las capas trabajadoras que tampoco consolidan
al sindicalismo, o 2) respuestas firmes y masivas para frenar esos
retrocesos, activar a sus bases sociales y la ciudadanía, afianzar la
representatividad y arraigo del sindicalismo y su unidad con otros
movimientos populares, y condicionar y revertir esos recortes. Y es en
la medida que se consolide la segunda opción cuando se podrán recuperar
unas negociaciones más equilibradas y unos acuerdos (generales y en la
negociación colectiva) positivos, para sus bases sociales y los propios
sindicatos.
La otra cara es la opción individual de la supervivencia y adaptación a
la inseguridad y la precariedad. El tradicional esfuerzo en formación de
muchos jóvenes no constituye ya una salida segura al empleo cualificado
y el ascenso social. Se generan dinámicas de descontento y malestar,
con distintas posturas reactivas, pero también de miedo, resignación y
segregación.
Este proceso de huelga general es una clara y firme advertencia popular
para modificar esa dinámica. Supone un fortalecimiento de la izquierda
social contra la involución social y refuerza el movimiento sindical. Ha
sido una convocatoria acertada, con objetivos justos. La masiva
participación popular aporta una nueva relegitimación de las estructuras
sindicales. No obstante, ese apoyo no es incondicional ni para
cualquier iniciativa o acuerdo. Los dirigentes sindicales asumen una
gran responsabilidad en la gestión de esta gran capacidad social
expresada por esta ciudadanía activa. Les exige afirmación en sus
objetivos fundamentales: retirar la reforma laboral -y las dos
anteriores-, frenar la ofensiva antisocial del Gobierno del PP, abrir un
horizonte de cambio.
Dado el desequilibrio en las relaciones de poder y la persistencia y la
profundidad de la política regresiva del Gobierno de la derecha, la baza
fundamental a utilizar por los sindicatos y el conjunto de la izquierda
social es la de una resistencia sindical y ciudadana, intensa y
prolongada. Supone estimular la participación democrática y la
activación de la ciudadanía, modificar el escenario sociopolítico,
generar las condiciones para deslegitimar y abolir esas normas
antisociales y promover un cambio de la política socioeconómica y de
empleo, garantizar los derechos sociales y laborales y reforzar el
Estado de bienestar y una democracia social más avanzada.