Participación masiva y contundente el 29M: un paso clave contra la ofensiva del Gobierno del PP
El proceso de la huelga general del 29 de marzo ha permitido una
expresión colectiva masiva de la ciudadanía contra la política de
profundos recortes sociales y laborales del Gobierno del PP. La amplia
participación trabajadora y ciudadana constituye un paso imprescindible
para frenar su ofensiva antisocial, erosiona su legitimidad y refuerza a
la izquierda social y el movimiento sindical en su demanda de empleo
decente y plenos derechos sociales y laborales.
Es difícil realizar un análisis detallado y completo del nivel de
participación, con pocos datos fiables y mucha división entre distintas
fuentes. La cifra oficial facilitada por los sindicatos CCOO y UGT es de
más de 10 millones de huelguistas, un 77% de la población asalariada
(una vez descontados 1,3 millones en servicios mínimos). Fuentes
empresariales y gubernamentales han señalado un seguimiento ‘escaso’
(15% en la administración pública) y los medios liberales y de derechas
incluso hablan de ‘derrota sindical’. Medios afines a la oposición
socialista han destacado una participación significativa pero no general
(‘parcial o sectorial’). Diversas encuestas de opinión reflejaban una
disponibilidad participativa de, al menos, un tercio de asalariados
(unos cinco millones) junto con una mayoría que estaba en contra de la
reforma laboral y la consideraba legítima. Otros indicadores, como el
consumo de energía eléctrica, la situaban en un rango similar a la de
2010 y 2002, y lejos de la excepcionalidad de la generalizada
paralización de la actividad productiva y ciudadana en la de diciembre
de 1988.
No obstante, se pueden señalar varios hechos significativos o
diferenciales y valorar algunas enseñanzas. Primero, la participación en
los paros de las capas asalariadas ha sido superior a la del 29-S del
año 2010 (y similar a la del año 2002). Su distribución es desigual. Muy
generalizada en la gran industria, la construcción y el transporte;
importante en el sector público, particularmente en la enseñanza, y con
menor impacto en las pymes del sector servicios y el sector financiero.
Así mismo, ha tenido una gran repercusión en los grandes núcleos
industriales y urbanos y menor en las zonas con predominio del sector
servicios y en poblaciones medianas y pequeñas. En particular, se ha
notado un impacto muy superior en Euskadi y Navarra (y algo también en
Galicia) al converger las convocatorias de los sindicatos confederales
(CCOO y UGT) y los sindicatos nacionalistas (ELA, LAB, CIG…) que en el
año 2010 se habían expresado en fechas distintas (junio y septiembre).
Segundo, se ha producido una diferencia cualitativa en la presencia en
las manifestaciones: casi ha duplicado a las realizadas durante la
huelga general anterior hasta llegar a millón y medio (en este caso se
puede contar con el dato objetivo más fiable del espacio ocupado en las
más de 100 manifestaciones realizadas, en un tramo entre uno y dos
millones), destacando un cuarto de millón en Madrid y Barcelona y siendo
en diversas capitales la más amplia de la última década (desde las
movilizaciones contra la guerra de Irak en el año 2003).
Tercero, hay que añadir varios elementos que pueden configurar una nueva
dimensión participativa. Uno, mayor participación de capas medias o
profesionales, particularmente de la enseñanza y la sanidad, que también
han visto peligrar sus condiciones laborales y derechos sociales. Dos,
mayor presencia juvenil y estudiantil particularmente en las
manifestaciones, así como la práctica paralización académica en las
universidades. Es un hecho que ya comenzó en 2010 pero que ahora se
consolida y amplía. Junto a ello, un mayor desarrollo, con una mayor
composición juvenil, de múltiples piquetes, grupos informativos y
concentraciones locales en muchos pueblos y barrios. También ha influido
positivamente la participación de activistas del movimiento 15-M, así
como la disponibilidad de un amplio sector social participante de forma
pacífica en sus movilizaciones o con distintos bloques críticos.
Cuarto, se ha expresado una conciencia colectiva mayoritaria sobre el
carácter injusto de esta reforma laboral (y los planes de recortes
sociales y presupuestarios), su profundo carácter regresivo, y el
desequilibrio para las relaciones laborales con refuerzo del poder
empresarial. La extrema dureza y agresividad de estas medidas, sus
efectos perjudiciales para la mayoría de la sociedad y la falta de
credibilidad del Gobierno del PP para la creación de empleo y la
protección social, han profundizado la indignación ciudadana y la
legitimidad de la resistencia popular contra ellas. Las personas que han
apoyado esta movilización lo han hecho más convencidos y de forma más
firme. Un elemento asociado a esto es que la realidad de la coacción
empresarial en los pequeños centros de trabajo y hacia la gente precaria
ha sido más evidente, así como una mayor conciencia social sobre las
dificultades para una opción ‘libre’. Dicho de otro modo, parte de las
dificultades para la participación provenían más del miedo a las
consecuencias para su empleo o trayectorias laborales, que de una
valoración sobre la inconveniencia de esta movilización colectiva.
Quinto, un hecho diferencial es que, aunque esta política es una
continuidad de las reformas regresivas aprobadas por el Gobierno
socialista desde mayo de 2010, ahora tiene un desarrollo y unos efectos
acumulativos más graves para las clases trabajadoras y las relaciones
laborales, y su gestión corresponde a la derecha. El poder institucional
y mediático ha estado más dividido. La cúpula del PSOE (y los medios
afines) no avala esta reforma laboral y, aunque su apoyo a la huelga ha
sido leve, no ha apostado abiertamente por su desactivación y su fracaso
como el 29-S. Así, una parte de su base social, entonces descontenta
contra su gestión pero sin querer implicarse activamente en su rechazo,
ahora se ha sentido más cómoda en su actitud de oposición contra esta
reforma laboral y en la conveniencia del éxito de la movilización para
frenar al Gobierno (ahora del PP). Por tanto, al aumento de la
participación hay que sumar dos factores nuevos que explican su mayor
impacto social. Uno, que junto con la consolidación de la izquierda
social o crítica, con una participación activa en el conflicto social se
ha configurado otro amplio sector social que simpatiza más con este
rechazo popular. Entonces estaba constreñido por los intereses políticos
del aparato socialista que pretendía desactivar la indignación y el
rechazo ciudadanos contra aquella reforma laboral regresiva, construir
un cortafuegos en torno a esa contestación social, y evitar la
desafección de izquierdas, objetivos que no alcanzó. Aunque la
deslegitimación de fondo es hacia la misma política antisocial, la
diferencia ahora es que la responsabilidad de su gestión es del PP y su
descrédito se considera funcional para los intereses electorales del
PSOE. Dos, esta movilización popular ha superado el fuerte aislamiento
institucional y mediático y el intento de desprestigio de los
sindicatos, objetivos que ha seguido pretendiendo las derechas (PP-CIU)
sin mucho éxito; o dicho de otra manera, esta huelga general ha
conseguido un mayor reconocimiento y visibilidad en la opinión publicada
de distintos medios de comunicación más neutros y, al mismo tiempo, ha
tenido un mayor reflejo en la sociedad.
No obstante, antes de terminar esta valoración, hay que criticar los
hechos violentos aislados protagonizados por algunos activistas, al
margen de la mayoría de manifestantes y las organizaciones convocantes,
en Barcelona; son métodos equivocados y contraproducentes que enturbian
el carácter democrático y pacífico de la movilización popular, aun
considerando la falta de capacidad preventiva de la policía, su
reacción desproporcionada y la sospecha de la existencia de provocadores
junto con gente ingenua y espontanea. No obstante, las derechas, a
pesar de la instrumentalización mediática de algunos de sus medios de
comunicación, no han conseguido tergiversar esta masiva movilización
ciudadana y pacífica, ni convertirla en un conflicto de orden público o
una imposición de minorías violentas.
En resumen, este proceso de huelga general ha constituido una prueba de
acción colectiva progresista y reafirmación democrática de una amplia
izquierda social o ciudadanía indignada. Es una respuesta contundente de
una ciudadanía activa y un paso sustancial para fortalecer la oposición
popular a esas políticas antisociales y deslegitimar a sus gestores (ya
evidente en los resultados electorales en Andalucía y Asturias que han
evidenciado el freno al supuesto avance de las derechas). Se ha
extendido una mayor comprensión ciudadana hacia los justos objetivos de
este conflicto social, factor clave para debilitar y revertir esta
política socioeconómica y laboral regresiva. Pese a las dificultades
evidentes para forzar la retirada inmediata de la reforma laboral, ha
conseguido quitarle legitimidad y credibilidad social, y refuerza las
condiciones sociopolíticas para obtener su abolición (junto a las dos
anteriores: reforma laboral de 2010, y reforma de la negociación
colectiva de 2011). Es un paso clave para frenar la ofensiva liberal y
regresiva del nuevo Gobierno del PP, y supone ya una importante erosión
de su plan antisocial. Es un fuerte impulso social que persiste en el
empeño de exigir un giro social de la política socioeconómica y laboral.
Necesita continuidad y una estrategia de firmeza para consolidar y
ampliar los apoyos sociales y generar una dinámica de cambio social
profundo hacia una salida de la crisis económica más justa y equitativa.
Profesor Honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid