Se acaba de celebrar una más de esas
cumbres decisivas que han jalonado en el último año y medio los cansinos
debates y repetitivos acuerdos de unos líderes europeos empeñados en
imponer recetas de austeridad generalizada y extremistas recortes del
gasto público a los países del sur de la eurozona que nada arreglan ni
pueden arreglar.
Las cumbres han ido pasando y los acuerdos adoptados han demostrado su
completa ineficacia. Así, los problemas de la deuda soberana de los
países del sur de la eurozona se han ido manteniendo y agravando. Todo
indica que la última de las cumbres celebradas en 2011 consagra las
mismas recetas y cosechará iguales pésimos resultados que las que la han
precedido.
No se trata de aumentar la alarma de una ciudadanía que muestra ya,
desgraciadamente, temores excesivos. Se trata de que las fuerzas
conservadoras que marcan el paso y el rumbo de la UE no consigan vender
con absoluta impunidad una mercancía averiada: en la austeridad impuesta
y en las nuevas y duras sanciones disciplinarias que pretenden imponer
no existe la más mínima preocupación por reforzar Europa, generar empleo
neto o impulsar actividades económicas sostenibles que garanticen
trabajos, contratos y retribuciones decentes para todos.
Europa sigue instalada al borde del abismo provocado por la
incompetencia de las autoridades comunitarias, la creciente aversión al
riesgo de los inversores y la mayor inestabilidad de los mercados de
deuda pública y privada. Quizás, una mirada crítica a los principales
acuerdos adoptados en la reciente cumbre pueda contribuir en algo a
transformar el temor de la ciudadanía en más indignación y a denunciar
el carácter antisocial, antieconómico y antieuropeo de las recetas que
siguen empeñados en imponer las instituciones europeas para superar la
crisis.
Lean con atención este párrafo: “Muchos han sido los logros durante los
últimos dieciocho meses para mejorar nuestra gobernanza económica y
afrontar la crisis económica y financiera.” Y este otro: “La Unión
Europea y la zona del euro han puesto todo su empeño a lo largo de los
últimos 18 meses en mejorar la gobernanza económica y adoptar nuevas
medidas de respuesta a la crisis de la deuda soberana. Sin embargo, las
tensiones del mercado en la zona del euro han aumentado, por lo que
hemos de redoblar nuestros esfuerzos para hacer frente a los desafíos
actuales.”
El primero de esos párrafos, el que subraya los logros obtenidos en el
último año y medio, abre las “Conclusiones del Consejo Europeo de 9 de
diciembre de 2011”. El segundo, el que precisa que el empeño no ha
conseguido aplacar las tensiones, inicia la “Declaración de los Jefes de
Estado y de Gobierno de la zona del euro” acordada el mismo día.
Los líderes europeos muestran su satisfacción por lo bien que lo han
hecho y por los logros obtenidos, pero advierten que no son bastantes y
que hay que mantener el rumbo y reforzar la dosis. Nada de refundación
de Europa. Todo lo acordado se limita a ratificar y desarrollar “lo que
ya hemos construido en los 18 últimos meses, mejorándolo” y a prescribir
más de lo mismo: más austeridad, mayor disciplina fiscal y
endurecimiento de las sanciones para los socios que incumplan los
límites impuestos, sin importar que no puedan cumplirlos o las causas
que han provocado el incumplimiento.
Aclaremos algo antes de adentrarnos en el examen de los acuerdos
alcanzados por la cumbre europea: los riesgos de implosión del euro son
reales, han aumentado dramáticamente en los últimos meses y los acuerdos
adoptados por el último Consejo Europeo no los reducen. Una aclaración
más: la UE dispone de suficientes herramientas para, llegado el caso,
evitar que el euro estalle o la eurozona se reduzca porque algunos de
sus actuales miembros se vean obligados a abandonarla. Así las cosas, no
parece plausible que los líderes europeos abran la puerta a hipótesis
que pueden evitar y cuyos efectos, de llegar a concretarse, tendrían
impactos catastróficos para el conjunto de las economías que forman la
eurozona y comparten el euro. No obstante, las torpezas y el dogmatismo
en la interpretación de la crisis que han evidenciado las fuerzas
conservadoras que determinan en la UE las políticas de salida de la
crisis se han manifestado de forma tan persistente que no cabe descartar
ningún escenario.
Los acuerdos de la cumbre
Según la “Declaración” de los líderes europeos de la eurozona, los
acuerdos alcanzados el pasado 9 de diciembre tienen por objetivo avanzar
hacia una unión económica más fuerte y centran las tareas de las
instituciones comunitarias en dos puntos: en primer lugar, un nuevo
pacto presupuestario y una coordinación reforzada de las políticas
económicas; y en segundo lugar, el desarrollo de los actuales
instrumentos de estabilización.
¿Qué elementos distinguen el nuevo pacto presupuestario que se propone? En realidad, nada nuevo:
- Equilibrio estricto de las cuentas públicas que deberá concretarse en
un déficit estructural anual inferior al 0,5% del PIB nominal.
- Entronización de ese tope del 0,5% en la Constitución o en una norma de nivel equivalente.
- Convergencia de los déficits de los Estados miembros hacia un nivel de
referencia específico en función de un calendario propuesto por la
Comisión.
- Sanción inmediata para los Estados miembros afectados por un
procedimiento por déficit excesivo (más del 3% del PIB) y exigencia de
presentar a la Comisión y al Consejo, para que lo refrenden, un programa
de reformas estructurales encaminado a garantizar una corrección
duradera y efectiva de los déficits excesivos. La Comisión y el Consejo
supervisarán la ejecución del programa y los planes presupuestarios
anuales correspondientes.
- Establecimiento de un mecanismo para que los Estados miembros informen
con antelación de sus planes nacionales de emisión de deuda pública.
Refuerzo de la vigilancia económica y presupuestaria con una nueva
reglamentación que entre en vigor antes de que se inicie el nuevo ciclo
presupuestario.
En resumen, nada que no esté ya aprobado o en marcha.
Respecto al otro objetivo, ¿cómo se reforzaran los instrumentos de
estabilización? Tampoco aquí destacan las novedades. Cierran filas para
impedir cualquier deslizamiento federalista o propuestas que permitan
abordar los problemas de las deudas soberanas de los países del sur de
la eurozona con mayor apertura a la mutualización de los riesgos:
- Se adelanta la entrada en vigor del Mecanismo Europeo de Estabilidad
(MEDE) para julio de 2012. Mientras tanto y hasta mediados de 2013
seguirá funcionando el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF)
para mantener los programas de rescate en curso. En marzo de 2012 se
evaluará si es suficiente el techo global de 500.000 millones de euros
fijado para el FEEF y el MEDE.
- Se aportarán 200.000 millones de euros al Fondo Monetario
Internacional (FMI), en forma de préstamos bilaterales de los Estados
miembros de la zona del euro (al que podrán sumar sus aportaciones otros
países de la UE y de la comunidad internacional), con la intención de
disponer de mayores recursos para hacer frente a nuevos episodios de
crisis financiera.
- La quita aprobada para el caso de la deuda soberana griega será única y
excepcional; se afirma solemnemente que no volverá a repetirse.
- Se incluirá un procedimiento de urgencia en el funcionamiento del MEDE
para que la regla del mutuo acuerdo sea sustituida por la de mayoría
cualificada del 85% en caso de que la Comisión y el BCE concluyan que es
necesario adoptar una decisión urgente en materia de asistencia
financiera cuando se vea amenazada la estabilidad financiera y económica
de la zona del euro.
En conclusión, dentro de unos meses se habrán concretado y podremos
analizar estos acuerdos que pretenden una mayor disciplina económica y
fiscal de los Estados miembros que sufren mayores desequilibrios en sus
cuentas públicas y exteriores. Y mientras tanto, las deudas públicas de
España e Italia quedan en manos del miedo y los apetitos de los
inversores y de la quebradiza voluntad del BCE de intervenir con
cuentagotas en los mercados secundarios para comprar deuda pública de
los socios más acosados e intentar impedir que los costes financieros
conviertan sus problemas de liquidez en insalvables problemas de
insolvencia.
La respuesta inmediata de mercados e inversores a estos acuerdos ha sido
desfavorable. Por mucho que extrañe, los inversores reprueban las
medidas de austeridad extrema que impiden el crecimiento económico y
cuestionan la eficacia de los acuerdos alcanzados. Por eso se deshacen
de las inversiones que presentan mayor riesgo, sean títulos de deuda
pública y privada o acciones de los grandes grupos bancarios que tienen
que acudir al BCE para financiarse. Y por eso, la acción de los
inversores más especulativos es tan rentable y tiene tanta eficacia en
su acoso a la deuda soberana de los países del sur de la eurozona y al
propio euro.
Probablemente, en los próximos días y semanas podrá observarse de nuevo
cómo vuelven a ocasionarse repuntes inasumibles de los intereses que
deben ofrecer Italia y España para financiar sus nuevas emisiones de
deuda pública. Y se volverá a echar pestes de los especuladores y las
agencias de calificación de riesgos. Y Europa se encontrará otra vez
haciendo equilibrios en el alambre de unos fondos de rescate
insuficientes y en vísperas de una nueva y urgente cumbre decisiva.
El problema de estos acuerdos no es la cesión de soberanía para salvar
el euro. El problema es que no sirven para salvar el euro y que fuerzan
un equilibrio presupuestario en los Estados miembros que impide la
decisión democrática de la ciudadanía, el mantenimiento de la actual
oferta de bienes públicos y que la inversión pública inteligente
encaminada a modernizar las estructuras productivas y generar
actividades y empleos sostenibles pueda ser financiada mediante la
emisión de deuda pública.
La cuestión realmente importante no es que el Reino Unido se haya
quedado aislado. El problema más relevante es que la ciudadanía
partidaria de un reforzamiento de la Europa social se ha quedado
huérfana y no cuenta con representantes políticos que defiendan en las
instituciones europeas los principios de cohesión social y territorial,
solidaridad entre los Estados miembros y reparto equilibrado de
oportunidades, costes y beneficios que eran parte consustancial del
proyecto de unidad europea.
El problema no es, ni siquiera, que la derecha europea haya reforzado su
peso y su capacidad de imponer medidas antisociales. Tal hecho está
dentro de lo que puede considerarse normal. El problema es que la
izquierda socialdemócrata o socioliberal sigue desaparecida y se muestra
incapaz de articular un discurso o un párrafo diferentes en algún punto
a los que emite la derecha. ¿No hay nadie en la dirección del PSOE
capaz de distanciarse en lo más mínimo de los objetivos, valoraciones o
satisfacción que a propósito de esta cumbre han manifestado Rajoy y
Zapatero?
¿Pueden reducirse todas las preocupaciones de los dirigentes políticos
españoles a intentar obtener, sin resultado alguno, el poder de veto en
el fondo de rescate y a tratar de conseguir que algún gesto de Merkel o
Sarkozy les permita aparentar que están en la pomada?
Lo que se ha escuchado a algunos miembros del PSOE se reduce a, sin
dejar de mostrar su apoyo más o menos crítico a los resultados de la
cumbre, echar de menos alguna referencia de los líderes europeos a la
cuestión de los eurobonos. O, en algún caso, a subrayar la oportunidad
perdida de alcanzar un pacto en el que a cambio de las cesiones de una
mayor disciplina fiscal o la cesión de soberanía en cuestiones
presupuestarias se obtuvieran como contrapartidas la aceptación a medio
plazo de algún tipo de emisión de eurobonos, indicios claros de
preocupación por la recuperación del crecimiento o alguna señal de
respeto por la Europa social. ¿De verdad que no hay nadie más ahí que
pueda decir más cosas?
Los temas ausentes de la cumbre
El primero de los asuntos que han sido apartados conscientemente de los
debates de la última cumbre de Bruselas ha sido el de los instrumentos
que a corto plazo podrían impedir el cierre de los mercados a las deudas
soberanas de Italia y España y reducir las exigencias de altas
rentabilidades por parte de los inversores que aún se atreven a
financiar a estos países. La actuación sin restricciones del BCE en los
mercados primario y secundario de deuda o la monetización de la deuda
han sido explícitamente rechazados como solución a corto plazo. Menos
aún se ha permitido iniciar el debate sobre reformas institucionales de
mayor calado que a más largo plazo permitieran mutualizar riesgos y
beneficios, avanzar en la unión fiscal entre los Estados miembros,
definir la función del BCE como prestamista de último recurso de los
Estados (porque en el caso de los bancos sí actúa como prestamista de
último recurso) o constituir un único emisor de eurobonos.
En todo caso, esas u otras posibles soluciones federales al grave
problema de la deuda soberana de la eurozona se dejan para el final de
un proceso que, por tiempo indefinido, va a estar dominado por una mayor
disciplina fiscal, aceptación por parte de todos los socios de duras
sanciones semiautomáticas, constitucionalización de la regla de oro del
equilibrio fiscal y mayores posibilidades de intromisión de
instituciones comunitarias en la elaboración, aprobación y seguimiento
de los presupuestos públicos de los Estados miembros.
El segundo de los grandes temas que han sido ignorados por la cumbre
está relacionado con las recientes previsiones de desaceleración del
crecimiento en la eurozona que, para los países del sur de la eurozona,
se podría concretar en una nueva fase recesiva que haría aún más
complicada la gestión de los graves desequilibrios de sus cuentas
públicas y la financiación de su deuda soberana.
Diversos organismos internacionales (FMI, OCDE, BCE, IIF y una lista
inacabable de instituciones) han hecho públicas unas previsiones que
señalan la clara desaceleración, del crecimiento de la economía mundial,
a la que ha contribuido la generalizada austeridad fiscal impuesta en
la eurozona, y un más que probable estancamiento o incluso nueva
recesión para el conjunto de la eurozona en 2012.
La disminución del crecimiento efectivo mundial afecta a los países
emergentes y a economías que, como las del Reino Unido o EEUU, han
desarrollado políticas monetarias más expansivas y políticas cambiarias
más intervencionistas que las de la UE. En el caso de los países del sur
de la eurozona, las economías griega y portuguesa están ya en recesión y
la economía española, estancada. El débil y precario crecimiento de la
eurozona se prolongará, en el mejor de los casos (sin implosión del
euro), hasta 2014 como consecuencia de diferentes factores: el necesario
desendeudamiento de hogares y empresas, el encarecimiento y la
restricción del crédito bancario, la generalizada austeridad
presupuestaria impuesta en la UE y el retroceso de la masa salarial
(respecto a las rentas del capital y el ahorro) y los salarios reales,
que son el componente más importante de la demanda interna.
El tercero de los temas que no han ocupado ni un minuto de los debates
de la cumbre y que es, probablemente, el más crucial para el futuro de
la UE es el problema de cómo compensar desde las instituciones
comunitarias y la acción política el movimiento espontáneo que resulta
del funcionamiento del mercado único y el euro e impulsa una creciente
heterogeneidad de estructuras productivas y especializaciones entre las
economías de los Estados miembros.
Durante una docena de años, antes de la crisis global, el crecimiento
del PIB de los países del sur de la eurozona (con la excepción
portuguesa) fue muy superior a la media de la UE. Esa brillante
apariencia impulsaba la ilusión de una convergencia económica que
utilizaba la evolución del PIB por habitante como indicador básico.
Debajo de esa superficie de notable crecimiento económico pasaban
inadvertidos los flujos de ahorro de los países centrales de la UE que
impulsaban en los países periféricos un crecimiento desorbitado de la
burbuja inmobiliaria y una especialización en servicios protegidos de la
competencia, de bajo valor añadido y mínima cualificación laboral. Ni
la pérdida de peso del sector industrial ni los elevados costes
energéticos y medioambientales que comportaba un modelo de desarrollo
basado en el endeudamiento de los agentes económicos privados se
contabilizaban en la estimación del agregado monetario que representa el
PIB.
Conviene no olvidar que han sido los capitales y ahorradores alemanes,
entre otros, los que han financiado la burbuja inmobiliara, las
actividades protegidas insostenibles y las especializaciones
indeseables. Los mercados actuaban con total ceguera. Las altas
rentabilidades que proporcionaban las economías periféricas atraían unos
ahorros y excedentes exteriores de inversores incapaces de apreciar la
insostenibilidad de los beneficios que obtenían y de las actividades que
financiaban. Los mercados no proporcionaban la más mínima información
de los altos costes y riesgos que generaba un crecimiento efectivo muy
superior al de los países capitalistas de mayor nivel de desarrollo y al
propio crecimiento potencial de los países del sur de la eurozona.
Tras la superficie del intenso crecimiento de la economía española (al
igual que las de otros países del sur de la eurozona) se estaba
consolidando un sobreendeudamiento insostenible de los agentes
económicos privados, un retroceso significativo del peso relativo del
sector manufacturero, unas especializaciones de tipo laboral y
productivo muy inconvenientes, un consumo irresponsable de recursos
materiales y energéticos y una extensión irracional del cemento y el
ladrillo, especialmente en el litoral mediterráneo, que suponía la
pérdida irreversible de paisajes, territorios, actividades tradicionales
y modos de vida. Y aceitando ese irracional modelo de crecimiento una
corrupción omnipresente que penetraba y degradaba partidos políticos,
instituciones y conciencias.
Antes de la crisis, se podía tener la ilusión de una eurozona capaz de
impulsar la convergencia real de las estructuras productivas y los
niveles de renta de los países que la integraban. Tras la crisis, se
sabe que tal convergencia no se produce espontáneamente, que las
actividades de mayor valor añadido y con mayor densidad tecnológica se
concentran en los países que parten de mayores o mejores ventajas y que
es necesario una mayor implicación institucional del poder político
comunitario en la redistribución de beneficios y oportunidades a favor
de los países del sur de la eurozona. Sorprende que Rajoy, como antes
Zapatero, no haga la más mínima alusión a este problema que es crucial
para la economía española y para la viabilidad de la UE como un proyecto
y un espacio capaz de promover la solidaridad entre los socios.
Por mucho que los líderes europeos se empeñen en ignorar la
heterogeneidad creciente de la eurozona, no podrán mantener por mucho
tiempo una unión monetaria y un mercado único que sigan distribuyendo de
forma tan desigual los beneficios y los costes que generan. Menos aún
si, como solución a los desequilibrios de las cuentas exteriores (fruto
de la desindustrialización y la especialización inconveniente generadas)
que presentan los países del sur de la eurozona, el único plan que
propugnan es una presión sobre la demanda interna que permita disminuir
las importaciones y facilite un avance de las exportaciones que no
exija, como hasta ahora, financiar con ahorro exterior (deuda externa)
el crecimiento económico.
La única forma de conseguir esa reducción de la demanda interna consiste
en disminuir los costes laborales (salarios y cotizaciones sociales a
cargo de las empresas) y los gastos públicos. Y de paso, disminuir los
costes fiscales (impuesto sobre beneficios y otros tributos que gravan
la actividad empresarial) para que las empresas amplíen márgenes y
puedan mejorar su competitividad de costes y abaratar sus exportaciones.
La reducción de ingresos fiscales se compensaría, para favorecer el
cumplimiento de los ritmos comprometidos de reducción de los déficits
públicos, con incrementos de impuestos indirectos y tasas y recortes de
la inversión pública. ¿Cómo se mantiene un proyecto común que sólo
ofrece a una parte de los socios un horizonte de empobrecimiento masivo y
mayores niveles de exclusión social? ¿Cómo mantener el apoyo de la
ciudadanía a un proyecto insolidario de unidad europea que aumenta la
desigualdad social y territorial y no garantiza la salida de la crisis
de todos sus miembros?
Cambiar el rumbo y las políticas que imponen las instituciones europeas
La crisis financiera y económica que atenaza a la economía mundial y,
especialmente, a la eurozona sigue demostrando un gran potencial
destructivo. Las fuerzas conservadoras que ejercen el poder en las
instituciones y gobiernos de la UE están imponiendo (no sólo
pretendiendo) una salida antisocial que reduce derechos laborales,
deteriora los bienes públicos y la protección social que ofrecen los
Estados y alienta una devaluación interna en los países del sur de la
eurozona que reduce el bienestar de la mayoría de la población, aumenta
la desigualdad social y pone en riego de exclusión a una parte
importante de los trabajadores de menor renta.
Esa salida antisocial es también una salida antieconómica, pues propicia
la destrucción de tejido productivo viable y cualificaciones laborales y
el retroceso de la inversión productiva pública y privada que reduce el
crecimiento potencial.
Y es también una salida antieuropea, ya que empobrece a los países del
sur de la eurozona, impulsa los niveles de desigualdad existentes,
promueve la insolidaridad y pone en cuestión el proyecto de construcción
de la unidad europea.
Las políticas de austeridad generalizada y disciplina fiscal que
pretenden sostenerse en el endurecimiento de las sanciones son
ineficaces para lograr los objetivos que se proponen. No pueden
aplicarse sin generar graves fracturas sociales y retrocesos en las
condiciones de vida y trabajo de buena parte de la población. No
permiten abordar el grave problema del desempleo masivo que afecta
especialmente a la economía española y que asfixia a los parados de
larga duración y a los jóvenes, tanto a los que el sistema educativo
sigue expulsando de las aulas sin disponer de una titulación mínima como
a los que prolongan sus estudios universitarios y multiplican sus
titulaciones sin encontrar empleo. No ofrecen instrumentos suficientes
para abordar los problemas de déficit y endeudamiento públicos que
colocan a los países del sur de la eurozona (no sólo a los periféricos)
al borde de la insolvencia. Europa es, tras la última cumbre europea,
más frágil, desigual e insolidaria.
Hay que intentar frenar, debilitar, deslegitimar e impedir la salida
conservadora de la crisis. Tal propósito no es un objetivo imposible.
Gabriel Flores | Economista