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Un nuevo mapa de la desigualdad en la UE. María Fernández


Un nuevo mapa de la desigualdad en la UE. María Fernández

Un nuevo mapa de la desigualdad en la UE (El País, 4 de diciembre de 2016).

Los datos ayudan a comprender el mundo, pero interpretarlos puede ser
tan complicado como caminar descalzo por un campo de cactus. El PIB per
capita dice que, por ejemplo, un gallego (con 20.619 euros) está al mismo nivel
que un valenciano (21.468 euros). Sin embargo, en la comunidad del
botafumeiro la fortuna de un solo vecino, Amancio Ortega (fundador de Inditex),
supera el PIB generado por el resto —2,7 millones de personas—. Del otro
lado, el patrimonio que la revista Forbes asigna a Juan Roig, presidente de
Mercadona, serviría para pagar las pensiones de los 8,5 millones de jubilados
españoles durante un mes. Saltando el charco, un estadounidense puede
sentirse afortunado por formar parte del 10% de la población más rica del
planeta. Pero si así fuera, el Gobierno de la nación más poderosa no habría
acabado en manos de una persona como Donald Trump.

¿Cómo hemos llegado al punto de no comprender lo que está pasando?,
se preguntan muchos analistas ante fenómenos como el norteamericano o el
Brexit en Europa. Quizá no baste con las clásicas variables económicas (renta,
riqueza) para calibrar el descontento social, la frustración por la falta de empleo
o la creciente intolerancia contra los inmigrantes. “Medir la desigualdad no es
desde luego fácil, y aparte de las dificultades técnicas del propio cálculo están
los temas relacionados con la calidad de la información en la que esos cálculos
se basan”, reflexiona el profesor Francisco J. Beltrán Tapia, historiador
económico de Magdalene College, de la Universidad de Cambridge.

Recientemente la Comisión Europea, junto con el Instituto Vasco de
Competitividad (Orkestra), ha aplicado el índice de progreso social ideado por
la ONG norteamericana Social Progress Imperative a 272 regiones europeas.
Este indicador, apadrinado por el economista Michael Porter, valora en cada
territorio cientos de variables gracias a las bases de datos publicadas por la
oficina estadística (Eurostat) y a centenares de encuestas. El resultado es
elocuente: las regiones con un mayor PIB per capita no son las que mejor lo
hacen en términos de progreso social. España, y por extensión los países del
arco mediterráneo, cubre de manera muy eficaz las necesidades básicas de
sus ciudadanos, pero no facilita oportunidades igualitarias en la medida en que
sí lo hacen otros países con el mismo nivel de riqueza.

El índice aporta datos sobre tres dimensiones: atención a necesidades
humanas básicas —ahí la mayoría de las regiones europeas muestran buenos
resultados—; fundamentos de bienestar, como acceso a conocimientos
básicos, información o cuidados médicos esenciales y, en tercer lugar (y no
menos importante), las oportunidades que ofrece cada territorio en la medida
que permite a sus habitantes desarrollarse personal y profesionalmente,
proteger sus derechos personales, su libertad para elegir o sus decisiones.

María Luisa Blázquez de la Hera, del Centro Internacional de
Competitividad del IESE y colaboradora del proyecto, subraya que, si bien hay
una correlación muy estrecha entre la medición de las necesidades básicas y el
PIB per capita (cuanto más PIB, mejor cubiertas están), en el terreno de las
oportunidades hay mucha más dispersión. “La riqueza no necesariamente se
emplea en mejorar los derechos personales, la tolerancia, o en facilitar el
acceso a la enseñanza superior”, señala. Con este análisis, resalta, han
comenzado a bucear en un territorio inexplorado. “Este tipo de conceptos [por
ejemplo, analizar la obesidad en una región o la tolerancia hacia los
homosexuales] no se suelen incorporar y desde el ICC creímos que era una
buena idea hacerlo, porque, recordemos, lo que no se mide, no existe”. El
baremo utilizado en el estudio suma variables básicas —como acceso a la
sanidad, alcantarillado, mortalidad infantil o calefacción en el hogar— junto a
otras menos previsibles, como muertes por accidentes de tráfico, seguridad por la noche, confianza en el sistema político, penetración de la corrupción, acceso
de la banda ancha en el hogar o contaminación del aire.

Si el mundo fuera un país, obtendría 62 puntos en la escala marcada por
el estudio (en un rango del 1 al 100). China, con niveles de progreso medios, e
India, con registros bajos, influyen fuertemente en los resultados al combinar
una población de 2.000 millones de personas. Rusia, Arabia Saudí y
Venezuela, con ingresos relativamente altos, presentan bajos niveles de
progreso social y, en Europa, las regiones nórdicas (Dinamarca, Finlandia,
Islandia, Suecia y Noruega) confirman que su modelo funciona pese a sus
históricos talones de Aquiles, como las elevadas tasas de suicidios.

Con 85 puntos, España figura en el puesto número 17 entre los Estados
con un mejor resultado en el índice de 133 países analizados. La clasificación
la encabezan Finlandia, Canadá —con su modelo multicultural— y Dinamarca;
y la cierran la República Centroafricana, Afganistán y Chad. Pese a la buena
posición global de España, acercando la lupa a las autonomías el estudio
constata que a la hora de ofrecer mejores oportunidades a sus ciudadanos
para progresar, ninguna de las 17 obtiene una mejor nota respecto a otras
regiones del globo con niveles de riqueza similares. Un total de 11 presentan
registros más bajos que la media. “Tenemos que conseguir, por ejemplo,
mayores oportunidades de acceso a la enseñanza superior. Aunque tenemos
muchas y buenas universidades, no es suficiente”, cree Blázquez.
Las oportunidades de los jóvenes españoles respecto a otros europeos
son, de partida, inferiores. “España es un país que ofrece un sólido acceso a
conocimientos básicos, aunque en alfabetización de sus adultos está en
desventaja. Es un país con un buen sistema de salud y bienestar, pero con
desventajas relativas en temas de tolerancia, por ejemplo, tolerancia religiosa”,
apunta Blázquez. Susana Franco, investigadora de Orkestra, destaca que el
país acarrea un gran déficit en educación por culpa de que gran parte de su
fuerza laboral abandonó en su día la secundaria. “Otro de los indicadores que
peores resultados ofrece tiene que ver con la poca confianza en las
instituciones, en el sistema legal y político”, que enlaza con la sensación de
hartazgo por los casos de corrupción.

Para conocer la realidad social de manera más precisa otros
economistas ofrecen sus propias recetas. “No podemos basarnos en un solo
indicador porque, por definición, son limitados, miden unas cosas y olvidan
otras. Además, el crecimiento por sí solo no nos asegura el progreso social”,
cree Raúl Flores, analista e investigador social de Cáritas. Habla de hasta
cuatro referencias (índices Gini y 80/20, tasa Arope e informes de la OCDE)
para aproximarse a la fotografía real, esa que puede explicar por qué una ola
de extremismo hace que la ultraderecha esté tomando posiciones en países
clave de Europa.

El poder es mío
Luis Molina, miembro de Economistas frente a la Crisis, recuerda en sus
estudios publicados que, según el reparto del patrimonio, “el 1% de la
población española posee el 27,2% de la riqueza conjunta”. Su diagnóstico
sobre el futuro es muy sombrío. “Lo que está salvando la situación en España
(como en Grecia, que registra una distribución de patrimonio muy parecida) es
el hecho de que amplias capas de la población vienen compartiendo su
modesto patrimonio familiar para paliar las consecuencias de las políticas de
austeridad. Una solución de emergencia, porque comerse el patrimonio por
carecer de rentas es pan para hoy y hambre para mañana”. Los recortes de
derechos sociales y los desahucios corroboran, según él, el proceso de
vaciamiento patrimonial de los que menos tienen. Y la reforma laboral vendría
a dar la puntilla a un marco de relaciones laborales que permite “trabajar y
seguir siendo pobre”, como lo demuestra el hecho de que casi seis millones de
trabajadores ingresen el salario mínimo (o menos), sin “ensombrecer” las
estadísticas.

En este punto se detiene la reflexión de otro economista, Luis Ayala,
coordinador de dos informes sobre desigualdad (Los Libros de la Catarata,
Fundación Alternativas, 2015). Ayala cree que los salarios bajos derivados del
sistema productivo (centrado en la construcción y los servicios) hacen que
estemos “peor que hace 15 o 20 años”. Es lo que Raúl Flores llama “la pérdida
del espacio de seguridad”. Porque para muchas familias tener un trabajo ha
dejado de ser una forma de satisfacer sus necesidades.

Pero ¿y si el problema no está en la desigualdad? El profesor de
sociología de la Universidad Complutense Julio Carabaña desafía el
aparentemente sólido consenso sobre el aumento de las diferencias sociales
que trasladan economistas de Europa y EE UU, desde Thomas Piketty a
Joseph Stiglitz o los investigadores de The Luxembourg Income Study (LIS), un
centro apoyado por personas como Paul Krugman, Nobel de Economía. “La
desigualdad social en el mundo está disminuyendo, lo dicen los datos. En
España ha aumentado durante la crisis el equivalente a lo que disminuyó
durante la época de bonanza”, cree Carabaña. “En la Europa de los 15 no ha
aumentado en absoluto desde el año 1995, en el último ciclo económico,
aunque sí lo ha hecho en EE UU”. ¿Por qué, según él, se exagera? “Porque
hay un desplazamiento perverso de la atención, porque parece que el
problema es que haya mucha gente rica, y no que haya pobres. Pero el
aumento de las rentas en la parte alta de la tabla no es el problema”.

Alternativas

El índice del Social Progress Imperative y otros análisis económicos
arrojan otra conclusión: hay margen para que los Gobiernos cambien las cosas
porque es la política la que favorece o ataja esos desequilibrios. Francisco
Beltrán pone como ejemplo las trayectorias de EE UU y Reino Unido, donde el
porcentaje de riqueza en manos del 1% de la sociedad no ha dejado de crecer
desde los años setenta (alcanza el 18% y 14%, respectivamente), frente al
camino opuesto recorrido por países como Alemania o Dinamarca (que están
por debajo del 10%). “Mientras la Europa continental ha logrado mantener
relativamente controlada la desigualdad medida, los ricos en EE UU y Reino
Unido han incrementado de forma sustancial la parte del pastel económico que
acaba en sus manos”.

Bajo la globalización capitalista, piensa Luis Molina, es difícil actuar:
“Cualquier síntoma de irracionalidad colectiva se produce porque el sistema
responde a una razón económica minoritaria, y por cierto irracional: la
acumulación patrimonialista sin límite en un entorno de desigualdad extrema y
creciente”. Para enfrentarlo propone que la mayoría social recupere la
capacidad de hacer que el poder político represente sus intereses. “Se pueden
mejorar las desigualdades de renta, destinar transferencias donde más se
necesitan, potenciar los servicios públicos, organizar mejor la carga de la
fiscalidad, subir el salario mínimo, acabar con las puertas giratorias ...”. Otros
economistas recetan más mecanismos de redistribución para corregir los
fuertes déficits. “Tanto desde el punto de vista de impuestos como de
prestaciones sociales. Gastamos menos que otros países con un PIB per
capita más bajo”, recuerda Ayala.

“Tenemos que generar elementos propositivos, ir hacia adelante”,
enfatiza Raúl Flores. “No podemos dejar que el ascensor social, ese que en los
años de bonanza subía, no pare en las plantas más bajas”.
Radiografía de la falta de oportunidades
Yugoiztochen, la peor de la UE. Al sudeste de Bulgaria se encuentra Yugoiztochen,
una región con poco más de un millón de habitantes, apenas 5.237 millones de PIB y
una renta de 9.000 euros. Según el Social Progress Index, es la que menos
oportunidades ofrece a los ciudadanos de toda la UE. Le sigue Severozapaden, en el
mismo país, zona donde apenas hay universidades y que tiene la peor tasa de
esperanza de vida.

La zona con más oportunidades. Rodeada por vastos paisajes, Övre Norrland, la
región más septentrional de Suecia (forma parte de Sápmi, Laponia) encabeza el
ránking regional de las zonas que ofrecen más oportunidades del continente. Más del
20% de su población tiene estudios superiores (las mujeres, en proporción, están
mucho mejor formadas que los hombres). Es una gran exportadora de madera y
minerales.

Madrid, la mejor situada de España. En el puesto número 92 entre 273 regiones del
continente se sitúa Madrid dentro de la clasificación del índice que mide el progreso en
Europa. A su favor, ofrece un buen acceso a servicios básicos y aceptables niveles de
tolerancia. En su contra, la baja confianza de sus ciudadanos en el sistema político así
como una alta percepción de la corrupción.

Londres, ¿una gran capital? Con un PIB per capita de 80.400 euros, el más alto de
la UE, Londres ofrece, comparativamente con otras ciudades de su nivel, muy malos
resultados en sanidad (mortalidad infantil y muertes antes de los 65 años altas),
calidad del agua, sanidad básica y seguridad personal. También falla en aspectos
como su alto número de jóvenes que ni estudian ni trabajan.

El débil corazón europeo. Bruselas es otro de esos ejemplos sorprendentes: ocupa
el tercer puesto en la generación de riqueza pero queda relegada al 81 (de 272
regiones) en relación a lo que ofrece a sus ciudadanos. Un bajo nivel educativo, el alto
coste de la vivienda (que comparte con Londres), una alta tasa de muertes por
enfermedades cardíacas o una alta tasa de homicidios lastran su puntuación.
Poca potencia italiana. Cinco de las 10 regiones que menos oportunidades de
desarrollo ofrecen a sus ciudadanos (en relación a su PIB) están en Italia. Se trata de
Véneto, Liguria, Piamonte, el Valle de Aosta y Lombardía. Además, las regiones del
sur del país registran las peores puntuaciones globales, entre otras cosas por la baja
calidad de los servicios públicos y la escasa confianza en las instituciones.
Los grupos de la cabeza y la cola. Junto a la capital de España, las regiones más
avanzadas del país son el País Vasco, Navarra, Cantabria y Castilla y León. El informe
sitúa en la cola, por este orden, a Melilla, Ceuta, Andalucía, Baleares y Castilla La
Mancha. Los autores del estudio destacan el gran desequilibrio que existe entre las
autonomías españolas, mayor que el que se detecta en países de tamaños similares.
Educación. Baleares presenta la tasa de inscripción en educación secundaria más
baja del país, seguida de Melilla, Ceuta y Canarias. En cambio, Ceuta, Extremadura y
Andalucía son las tres regiones donde el abandono temprano de la escuela es mayor.
Extremadura, Baleares y Castilla La Mancha tienen las peores puntuaciones en
acceso a la educación superior. En el lado opuesto están País Vasco, Madrid y
Navarra.

Sanidad. España sale muy bien parada en los parámetros que miden la salud y el
bienestar, así como en el acceso a cuidados sanitarios básicos y nutrición. Y eso pese
a que el presupuesto para sostener hospitales y centros de salud ha caído un 14%
durante la crisis (más de 10.000 millones). Sin embargo, los indicadores de opinión de
los ciudadanos y las listas de espera anticipan que esa situación puede terminar por
revertirse.

Corrupción.La corrupción es un grave problema en un buen número de regiones de
Italia, Bulgaria, Rumanía o Grecia. España se encuentra en posiciones intermedias en
la tabla. La clasificación tiene en el lado opuesto la limpieza de los países nórdicos. En
España a principios de este año había un millar de políticos con causas judiciales
pendientes. Un 95% de ciudadanos están convencidos de que el sistema favorece la
impunidad.

La pobreza de los salarios. Según un estudio de UGT, un total de 5,9 millones de
personas, es decir, el 35% de los asalariados, cobra menos del Salario Mínimo
Interprofesional (SMI), fijado en 655,20 euros para 2016. A eso se añade, según datos
del INE, que en la última década los trabajadores con ingresos bajos, (en especial los
trabajadores a tiempo parcial), han perdido un 11,4% de salario.

Jóvenes con la vida difícil. Solo el 20% de la población joven (entre 16 y 29 años) ha
conseguido emanciparse de sus padres, según los datos del Consejo de Juventud
español. El 92,5% de las contrataciones realizadas a personas menores de 30 años
son de carácter temporal y la tasa de paro en ese colectivo se eleva al 34,4%. Un
panorama desolador que marcará el futuro económico del país.




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