LA PERSISTENCIA DEL PARO MASIVO: LO QUE EL SEÑOR GOBERNADOR QUIERE IGNORAR.
Cinco millones de parados y subiendo, persistiendo, son muchos. Plantean muchas preguntas sobre las causas, sobre las medidas que hay que tomar. Provocan una interpelación permanente a los políticos y a los técnicos sobre qué soluciones adoptar, sobre cómo atajar la cuestión. También ofrecen muchas oportunidades a los vendedores de recetas mágicas, a los embaucadores, a los ignorantes; son especies que abundan y proliferan cuando el paro crece, como las setas o los caracoles tras las lluvias de otoño.
No hay vía más sencilla para eludir las interpretaciones erróneas que el análisis detenido de la realidad, eso que se le debe exigir a toda ciencia seria. Una guía para entender el mundo real, para ayudar a encontrar respuestas. Pero el que se siga un buen método no garantiza la infalibilidad, pues los errores y los caminos fallidos forman parte del propio proceso de aprendizaje e investigación. Y, por otra parte, el propio quehacer científico está contaminado por sesgos diversos: los que generan las ideologías de los propios científicos, los que provoca la financiación privada y los que produce el propio sistema académico, a menudo tan jerarquizado y organizado como otras instituciones sociales. Unos sesgos que son más evidentes en las ciencias sociales, en las que ni están disponibles muchos de los métodos de investigación de las ciencias naturales ni el objeto de estudio (las personas, los grupos sociales) constituye un objeto pasivo de investigación.
Todos estos sesgos están particularmente presentes en la que a veces pretende ser la ciencia social por excelencia, la economía, y que, observada con lupa crítica, aparece como una combinación de conocimientos reales, lugares comunes e ideologías. Es por esta razón que siempre resulta necesario descodificar y analizar las afirmaciones mayestáticas de algunos individuos que hablan desde el púlpito arrogándose un conocimiento verdadero. Tal es el caso del señor gobernador del Banco de España, arropado por el coro de los cien (o doscientos; uno ha perdido la cuenta) “mejores economistas teóricos del país”. Unos economistas tan buenos que no supieron predecir los fallos del sistema financiero ni alertar de los peligros de nuestro modelo productivo, que no han explicado por qué las ayudas al sistema financiero no se han transmitido al sector real, y que simplemente llevan años limitándose a tratar de inculcarnos que todos nuestros problemas se reducen a dos cuestiones clave: las regulaciones del mercado laboral y el excesivamente generoso sistema de protección social. Sin embargo, eluden explicarnos cómo este sistema regulatorio —que, según sugerencia de Fernández Ordóñez, “crea pánico a contratar”— pudo en el pasado reciente generar el mayor crecimiento de empleo de nuestra historia, al tiempo que permitía que el peso de las rentas del trabajo se mantuviera constante a lo largo del tiempo (y por debajo del 50% de la renta nacional) a pesar de que el crecimiento provocó un notable aumento del porcentaje de asalariados en la población ocupada.
Y es que, como ocurre en otros campos, a veces uno ve lo que quiere ver y se obsesiona en mirar las cosas desde un ángulo erróneo perdiendo de vista otras posibilidades de percepción, dejando fuera otras hipótesis que nos permitirían detectar otro tipo de cuestiones. Mi sugerencia es que, para entender el desempleo, la mejor pista es analizar cuáles han sido los elementos que explican el crecimiento y la destrucción de empleo, cuál es la estructura económica que sustenta este proceso.
Cuando se realiza dicho ejercicio, lo que se percibe es otra interpretación de la historia. Y lo que emerge es que el problema del paro en España está indisolublemente ligado a un historia de especialización productiva que no podía acabar de otra forma. Una historia que incluye un proceso paulatino de desindustrialización, iniciado a raíz de la crisis de 1975 y de la internacionalización de nuestra economía, y que se ha agravado en cada recesión. Una desindustrialización que, al no estar asociada a un cambio sustancial en nuestro modelo de consumo (en la vía de una sociedad más “desmaterializada”), genera problemas sistemáticos en la balanza de pagos que se traducen en un endeudamiento externo. Un desarrollo insuficiente del sector público asociado al éxito de las élites económicas a la hora de imponer la hegemonía de las políticas de bajos impuestos. En este contexto, gran parte del impulso económico se ha asociado al binomio turismo-construcción. Al final de la expansión, el peso de este último sector en España era casi el doble que la media europea, y su descalabro inevitable permite entender gran parte del problema actual: la destrucción de empleo en la construcción explica, por sí sola, más del 52% de todos los puestos de trabajo destruidos entre el tercer trimestre de 2007 y el primero de 2011. El resto son mayoritariamente empleos industriales, especialmente concentrados en sectores vinculados a la propia construcción (madera, mueble, estructuras metálicas, cemento y materiales de construcción), y ello sin perder de vista el impacto que tenía el sector en algunas actividades de servicios (inmobiliarias, transporte, empresas de ingeniería y arquitectura, etc.). El pánico a crear empleo no se debe a las regulaciones laborales, sino al colapso de un sistema productivo que es necesario transformar. Nadie va a crear empleo en la construcción cuando hay millones de pisos vacíos, ni tampoco en las empresas industriales cerradas.
Los economistas neoclásicos suelen trabajar con modelos de “pizarra”, en que la economía sube y baja respondiendo inmediatamente a pequeños cambios en las variables económicas. Por desgracia, la economía real es mucho más compleja: la actividad productiva y las inversiones requieren tiempo para materializarse, la información es imperfecta, muchos mercados están controlados por oligopolios, el tamaño importa, los comportamientos de las personas son complejos... Y cuando la economía se deprime, los inversores se paralizan, como explicaron muy bien los economistas keynesianos. Hace veinte años se puso de moda el concepto de “histéresis”. Reflejaba un hecho empírico relevante: cuando se generaba paro masivo, éste tendía a mantenerse durante largo tiempo (por tanto, debía tratar de evitarse la caída masiva del empleo). La destrucción de una estructura productiva con motivo de las crisis y la dificultad de recomponerla a corto plazo son, sin duda, las explicaciones más verosímiles del fenómeno.
Si este diagnóstico es adecuado, salir del desempleo masivo exige un cambio estructural que requiere claridad de ideas, voluntad de reformas y... tiempo. Se trata en todo caso de una transformación difícil de realizar que, dado lo que sabemos acerca de los retos ambientales, las desigualdades, las características de la población etc., requiere un complejo entramado de políticas orientadas a cambiar, para mejor, nuestro modelo de producción y consumo. Y que deberá hacer frente a la resistencia de los intereses dominantes, internos y externos, que siguen conspirando para que todo siga igual. Es evidente que MAFO y sus muchachos forman parte de estas fuerzas reaccionarias que impiden que discutamos en serio cómo reorientar la situación.
Por cierto, los cinco millones de parados no se explican sólo por los 2,3 millones de empleos destruidos, sino también por la llegada de un millón de mujeres adultas al mercado laboral, hecho que en gran medida pone de manifiesto la enorme inseguridad económica que padece gran parte de la población trabajadora, y que es una expresión adicional de un modelo social que no protege la subsistencia de la mayoría de la población. Los exabruptos del señor gobernador pueden leerse de varias formas, como resultado de su ignorancia o de su mala fe, o como simple cortina de humo para ocultar su responsabilidad y la de los suyos en la generación de un enorme problema social.
P.D.: En un panorama negro a veces hay alegrías. El País de hoy (sábado 28 de mayo) da noticia de un manifiesto de personalidades israelíes favorables a un Estado palestino. Entre los firmantes figura el premio Nobel de Economía Daniel Kahneman. Kahneman, un psicólogo cognitivo, ha mostrado en sus trabajos que nuestros comportamientos difieren de los de la economía estándar. A pesar del Premio Nobel, es una de las voces silenciadas de lo que se enseña como “ciencia económica”. Conforta comprobar que alguien de quien uno ha aprendido cosas interesantes es también una persona con coraje moral y clarividencia empírica. Quizá también por esto sigo pensando que la crítica a la mala economía no puede llevarnos a despreciar el esfuerzo de conocimiento científico del funcionamiento económico.