Ingresé como empleado en Caja Navarra el 1 de agosto de 1965, y desde 1980 hasta final de 2001 he formado parte del comité de dirección: los últimos 14 años de Juan Luis Uranga y toda la etapa de Lorenzo Riezu.
Si alguien me hubiese dicho hace dos o tres años que Caja Navarra se iba a transformar de entidad financiera a una especie de fundación tenedora de un porcentaje, entre el 15 y el 20%, de las acciones de un banco nacional, con el único objetivo de mantener con el dividendo de las mismas la obra social, no me lo hubiese podido creer. Sin embargo, en ésas estamos.
Las primeras cajas nacieron en el siglo XIX y fueron creadas por organismos públicos y fundaciones sin ánimo de lucro con la finalidad principal de combatir la usura. De aquella época data la extinta Caja Municipal. Caja Navarra fue creada por la excelentísima Diputación Foral de Navarra en el año 1921; cumple ahora 90 años.
En los años setenta del siglo pasado las cajas dieron un gran impulso a su desarrollo en el ámbito de las familias y los particulares para, posteriormente, a partir de los años ochenta, abordar el acompañamiento financiero a las pymes y autónomos.
El éxito de las cajas es incontestable, habiendo alcanzado el 50% de cuota de todo el mercado financiero español y, por supuesto, también en Navarra. Pero no solo hay que referirse al frío mercado; Caja Navarra ha mantenido servicios financieros en poblaciones de Navarra donde no era rentable, económicamente hablando, la apertura de oficinas. Ha financiado a las corporaciones locales para potenciar su desarrollo y ha sostenido programas sociales de los mismos; también ha participado en la creación de empresas para dinamizar el desarrollo del tejido industrial de Navarra. No diré nada de la obra social al deporte, a la investigación, a la cultura, a programas asistenciales, etcétera porque, según parece, dicha obra social se pretende mantener.
Las cajas han conseguido todos estos logros gracias a un ejercicio profesional, serio, innovador, y en muchos casos pionero como por ejemplo la implantación de la Clave, tanto en cajeros automáticos como en comercios, adelantándose a la Banca en su desarrollo. Pero sobre todo por su cercanía, su identidad regional, su sensibilidad y conocimiento del mercado doméstico y por la confianza generada en los navarros.
¿Se mantendrán estos rasgos de éxito cuando Caja Navarra tenga unas pocas acciones de un banco nacional con sede fuera de Navarra? ¿Suscitará la misma confianza a los navarros?
Hace apenas doce años le escuchaba decir a Enrique Fuentes Quintana (no necesita presentación) que había dos leones rondando el mundo de las cajas y que podían devorarlas: el primero eran los políticos si decidían intervenir de cualquier forma en las mismas, pues las debilitarían, y el segundo era la exigencia de privatización de un negocio que había alcanzado nada menos que el 50% del sistema financiero español. ¡Qué clarividencia! Ambos poderosos leones, en mayor o menor medida van a conseguir dar al traste con las cajas.
Pero deberíamos preguntarnos y reflexionar: lo que es bueno para esos leones, ¿es bueno para los navarros? Las pymes y las familias ¿encontrarán el mismo eco en sus demandas de financiación cuando las decisiones se tomen fuera de Navarra? ¿Se mantendrá toda la red de oficinas de Navarra abierta o la rentabilidad aconsejará el cierre de muchas de ellas? Ese banco nacional ¿ideará programas e invertirá en el desarrollo de los distintos sectores productivos y sociales de Navarra?
La Caja ha sido un instrumento financiero de primer orden que ha ayudado e impulsado el desarrollo de nuestra Comunidad, durante más de un siglo. ¿Por qué es bueno que desaparezca?
El Consejo General de Caja Navarra aprobó a finales de 2009 participar en un SIP junto a las Cajas de Tenerife y Burgos (no sabemos en virtud de qué tipo de afinidad). Entonces se ponía todo el énfasis en asegurar que la Caja mantendría su personalidad y su negocio dentro de Navarra, además de sus órganos de gobierno, y que solo la red de oficinas fuera de la Comunidad se aportaba al SIP y éste serviría de soporte de servicios comunes y estrategia de expansión para todas las entidades; además, se establecía una cautela que contemplaba la posible marcha atrás a los 10 años.
El próximo mes de mayo volverá a reunirse de nuevo el Consejo General para decidir sobre una nueva propuesta, al parecer impulsada por el Banco de España, para que la Caja de Navarra abandone totalmente su actividad financiera aportándola a Banca Cívica para quedar como una especie de fundación tenedora de unas pocas acciones del Banco, con cuyo dividendo tratará de cumplir con la obra social.
Este nuevo planteamiento nada tiene que ver con el primero, pasando de una fusión fría a una fusión pura y dura en la vertiente de entidad financiera, actividad que desaparece en CAN. Dudo mucho que nadie se hubiera atrevido a plantear al principio esta solución. Por otra parte el Banco de España, en este caso, parece que se comporta más como un servidor de ambos poderosos leones que como defensor de los intereses de nuestra tierra.
¿Y el Gobierno de Navarra? ¿No cree interesante mantener tan formidable instrumento para el desarrollo de la Comunidad? No tenemos información y hasta es posible que en términos economicistas las decisiones que se han ido tomando estén más que justificadas en función de cuál sea la real situación económica de la Caja que, antaño, disfrutaba del aval de la excelentísima Diputación Foral.
La solución alternativa que plantea el Banco de España para poder mantenerse como Caja de Ahorros es que hay que cumplir con un coeficiente de solvencia mínimo del 10% que, para Caja Navarra, supondría una aportación de alrededor de 500 millones de euros. Para salvar e independizar a la Caja, ¿no sería mejor solución vender las acciones de Iberdrola que mantiene el Gobierno en Sodena y suscribir Deuda Preferente de la CAN, que computaría en el coeficiente de solvencia? Sería un buen ejemplo a seguir, y estoy seguro que muchos navarros secundarían ese gesto hasta completar la cantidad que fuere necesaria.
Desde luego, si yo estuviera en el Consejo General no votaría a favor de la cesión del negocio de Navarra a Banca Cívica, ni autorizaría la salida a Bolsa de dicho Banco; pues una vez que hayan entrado inversores particulares no sé cómo podría darse marcha atrás, al cabo de 10 años, si las circunstancias lo hacían aconsejable.
Enrique Fuentes Quintana terminaba su alegoría asegurando que, si finalmente los leones acababan devorando a las cajas, él, al día siguiente, presentaría en el correspondiente registro la inscripción de una nueva caja de ahorros. Enrique ya no lo podría hacer, pero si se consuma la salida de la Caja del negocio financiero de Navarra, yo me ofrezco, desde ya, a colaborar, de forma absolutamente desinteresada, con aquellos navarros que quieran volver a fundar una nueva Caja de Ahorros para Navarra.
Por José Luis Antúnez Riezu, Subdirector jubilado de CAN
Artículo publicado en el Diario de Noticias de Navarra el 12 de Abril de 2011