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Entre el acogimiento y el miedo a los refugiados
Agustin Unzurrunzaga SOS Racismo Donosti
11-02-2016
Artículo extraído de Cuadernos

Entre el acogimiento y el miedo a los refugiados

La política sobre el reconocimiento del derecho de asilo en la Unión Europea sigue llena de
contradicciones.
Hay acogimiento, pero se le quiere poner límites. Y ello se hace al margen de las necesidades de las
personas solicitantes. El tiempo pasa, e incluso los acuerdos de relocalización a los que se llegó el
22-23 de septiembre, no acaban de materializarse. El primer mini movimiento se ha dado el día 11
de octubre, con el traslado a Suecia de diecinueve refugiados eritreos. Ha ese ritmo, lo acordado a
finales de septiembre, que ya era muy limitado, tardará bastantes meses en materializarse.
Al mismo tiempo, la Unión Europea sigue con su política de impedir la llegada de nuevas personas
refugiadas. Lo que se busca es obligarlas a permanecer en países terceros, tales como Turquía,
Líbano, Jordania, Egipto o Libia. Que no lleguen a ningún país de la Unión.
UENAVFOR MED, operación Sofía

A partir del 7 de octubre se ha puesto en marcha la operación Sofía, después de que el Consejo de
Seguridad de la ONU, por 14 votos a favor y una abstención, autorizase a la Unión Europea a
utilizar la fuerza para impedir en alta mar que los barcos con migrantes procedentes de Libia
lleguen a las costas de Italia, Grecia o Bulgaria. La Unión Europea pone en esa operación, que
durará un año, nueve barcos de guerra y 1.300 personas, que podrán inspeccionar y requisar los
barcos que sospechen llevan personas potenciales solicitantes de asilo. En los barcos que
intervendrán en esa operación habrá policía judicial italiana, que será la encargada de gestionar las
inculpaciones. Si esos barcos llevan alguna bandera, para intervenir tendrán que solicitar
autorización al país concernido. Se autoriza a los barcos de guerra europeos a detener a quienes
llevan el barco, que serán trasladados a Italia para ser juzgados. Si el barco va cargado de personas,
estas serán trasladadas a Italia, país en el que se examinarán las demandas de asilo. ¿Cuanta fuerza
se utilizará?, no se concreta. Lo que se le pide a la Unión Europea es que trate con “humanidad” y
“dignidad” a las personas que vayan en esos barcos, migrantes potenciales solicitantes de asilo. El
puesto de mando de esta operación, que busca impedir la llegada de solicitantes de asilo que utilicen
la vía del Mediterráneo central comprendida entre Túnez y Libia, está en Roma, y está compuesta
por 180 personas de veinte nacionalidades de la Unión Europea.

Según declaraciones de Federica Mogherini, responsable de la política internacional de la Unión
Europea, los barcos que transportan personas suelen ir acompañados por dos barcos de escolta
rápidos, que desaparecen cuando el barco con las personas va a ser socorrido. Se trataría, por lo
tanto, de detener al barco principal, el que transporta las personas, y a los que le escoltan. Según el
almirante francés Hervé Bléjean, segundo comandante de esta operación, el objetivo es el de
perturbar el tráfico creando inseguridad en las redes de transporte. Sería una operación de policía
llevada a la práctica con medios militares. Es decir, dejándonos de gaitas, una auténtica operación
militar en la que, además de los militares, que son la inmensa mayoría, participan unos cuantos
policías judiciales. ¿Esta operación paralizará el tráfico?. El mismo almirante Hervé Bléjean cree
que no, que las redes de transporte se adaptarán, pero que, en todo caso, hará que el transporte sea
más difícil. Cabe preguntarse para quien será más difícil. Los responsables de la Unión, todos a una,
dicen que para quienes trafican con personas. Pero tal y como todo está diseñado, es evidente que
también será más difícil para las personas transportadas, para los refugiados y las refugiadas, a los
que se les está lanzando el mensaje, por activa y por pasiva, de que, en realidad, aquí no se les
quiere. Lo que desde las autoridades de la Unión Europea se califica como “guerra” contra los
traficantes, tiene también un evidente componente de “guerra” contra los refugiados, a los que no seles ofrece ninguna salida efectiva para que no tengan que utilizar los servicios de unas redes de
transporte que les explotan: no se les ofrecen visados, ni salvoconductos, ni pasillos humanitarios. Y
eso, diga misa cantada en latín Federica Mogherini o Jean-Claude Juncker, supone obstaculizar el
ejercicio del derecho de asilo.

La operación Sofía es la segunda fase de una operación más amplia, cuyo objetivo es la destrucción
de los barcos que puedan transportar personas, y hacerlo en aguas territoriales de Libia. Para eso,
para esa tercera fase, ni los libios ni la ONU han dado todavía el visto bueno, y tampoco está nada
claro que lo vayan a dar. La primera fase de esa operación consistió en la acumulación de
información sobre de donde salían los barcos, de donde eran y cómo funcionaban las redes de
transporte. Y de forma expresa no hablo de mafias, que es la expresión que más se está utilizando.
Si todo grupo de personas que se organiza para cometer delitos es una mafia, las mafias no existen.
La generalización de esa calificación vacía de contenido a lo que sí son las mafias, que son unas
organizaciones delictivas con características muy especiales, muy estudiadas en el ámbito de la
criminalística y de la propia policía que las combate.

¿Y las personas refugiadas, solicitantes de asilo, de protección subsidiaria?
¿Y en toda esta historia, las personas provenientes de Siria, de Eritrea, de Afganistán, de Sudán y
otros lugares, donde quedan? ¿Dónde queda el derecho que esas personas tienen a pedir asilo en
cualquier Estado, comprendido, como es obvio, los Estados que conforman la Unión Europea?
Obligarles a no venir, a quedarse en territorios en los que ese derecho no se puede materializar,
como Libia, es, de facto, cargarse los fundamentos del derecho de asilo y de la protección
subsidiaria, tal y como se han ido construyendo desde mediados del siglo pasado.

Los dirigentes de la Unión Europea están practicando un juego lleno de trampas. Dan por supuesto,
en los hechos, que el sistema de asilo no puede funcionar si pasa de un cierto umbral, que nadie
sabe en qué ni en cuanto consiste, o llega más gente de la esperada en un espacio corto de tiempo,
aunque esto segundo está contemplado en los reglamentos comunitarios. No les importa que esos
supuestos umbrales sí se pasen en otras partes que no son Europa, que haya cerca de dos millones
de refugiados en Turquía, 1,2 millones en Líbano o 700.000 en Jordania, que países mucho más
pobres, con menos medios de acogimiento que la Unión Europea, soporten una carga mucho mayor.
Se da por supuesto, a priori, que los ciudadanos y ciudadanas de los diferentes Estados de la Unión
no van a aceptar según qué cantidades, cuando la realidad nos va mostrando que eso no es cierto o,
como mínimo, no es del todo cierto. No se trata de negar tensiones en este terreno, que en algunos
países son muchas. Se trata de otra cosa. Del miedo que una parte de los dirigentes europeos tienen
hacia a una parte de las propias sociedades europeas, a la parte más conservadora, con menos
empatía humanitaria, a la más encerrada en sí misma. Y ese miedo no es privativo de la derecha
democrática, ni mucho menos. Alcanza y afecta de lleno a una parte de la izquierda. Las tensiones
que se están dando en Alemania son una buena muestra de ello. Ángela Merkel, demócrata
cristiana, está mostrando una entereza mucho mayor que los dirigentes socialdemócratas con los
que gobierna en coalición. Desde hace ya cierto tiempo, esos dirigentes forman parte de las voces
que le dicen a Merkel que hay que parar, en concordancia con la parte más derechista de la corriente
demócrata cristiana, la CSU de Baviera, y con una parte de la CDU, encabezada por el ministro del
interior.

Apoyarse en la parte de la ciudadanía europea favorable a una decidida política de
acogimiento

La realidad nos muestra que hay una parte muy importante de la ciudadanía de diferentes Estados
de la Unión Europea que es favorable al acogimiento, que ha ido más adelante y ha sido mucho más
consecuente que sus dirigentes políticos y que muchos medios de comunicación. Pero claro, hayque trabajarla y reforzarla. Si eso se hace, apoyándose en esa parte de la población se pueden
contrarrestar las voces que usan el miedo, tanto las de derecha extrema como las de las derechas
conservadoras. Incluso en un país como Francia, que en esta crisis se coloca, en su conjunto, en el
pelotón de los rezagados, vemos que el ayuntamiento de París, cuya alcaldesa es Anne Hidalgo,
militante del Partido Socialista, ha propuesto un plan de dieciocho medidas de acogimiento que van
mucho más allá de lo que el Gobierno de su mismo partido propone para el conjunto del país.
Los Estados que conforman la Unión Europea tienen una serie de deberes humanitarios y legales
que cumplir, derivados de los valores humanistas que conforman la construcción de la Unión
Europea y de las Convenciones y Tratados firmados por todos ellos. Basarse en ellos es un deber de
los dirigentes políticos de la Unión. Y es, por tanto, su deber oponerse a la parte de la ciudadanía
que por diferentes motivos aboga por su no cumplimiento. Y es, por tanto, un deber de los
organismos de la Unión, hacer que algunos dirigentes de Estados de la Unión los cumplan y, de si
no lo hacen, sancionarlos con los mecanismos comunitarios que estén previstos. No es aceptable
que los organismos de la Unión no hayan adoptado ninguna medida contra el gobierno húngaro
presidido por Victor Orban, ni siquiera la del reproche, la de mostrar públicamente el rechazo que
sus decisiones provocan. No es aceptable que el Parido Popular Europeo, grupo en el que se integra
el partido de Orban, no haya tomado ninguna decisión al respecto, dentro de su propio grupo.
El mismo día que se ponía en marcha la Operación Sofía, Merkel y Hollande hablaron en el
Parlamento Europeo sobre el tema de los refugiados. Hablaron a favor del acogimiento. Pero su
credibilidad, sobre todo la de Hollande, es limitada. Angela Merkel ha estado a la cabeza del mayor
grado de apertura de los dirigentes de la Unión. Pero ese no ha sido el caso de Hollande, ni mucho
menos. ¿Qué credibilidad pueden tener sus palabras cuando en esta crisis en concreto, Francia está
muy lejos de distinguirse por su generosidad, muy lejos de países como Suecia o Alemania? ¿Qué
credibilidad pueden tener las palabras del presidente francés cuando ha sido incapaz de dar salida al
lío que tiene en el Calaisis, y ha hecho oídos sordos a lo que en repetidas ocasiones se le viene
exigiendo desde las Naciones Unidas? ¿Qué credibilidad pueden tener sus palabras cuando ha
aplicado una política tan dura o más que la de su antecesor, Sarkozy, contra los asentamientos de
roms procedentes de Rumanía, en Francia, algo criticado desde los propios organismos de la Unión
Europea? ¿O es el incremento de su actividad militar en Siria lo que nos quiere presentar como
contrapartida?

Las pasarelas entre las derechas tradicionales y las derechas extremas

Las derechas extremas europeas, una parte de las derechas liberal conservadoras tradicionales y una
parte de la izquierda, quieren que se acabe cuanto antes esta historia de la llegada de importantes
cantidades de personas que solicitan el asilo en el interior de la Unión Europea, directamente en los
Estados que la componen, y muy preferentemente, en tres o cuatro de ellos.
Para las derechas extremas es un campo de acción política fundamental. Se apoyan en los miedos de
una parte de la población, en sus inseguridades. Identifican un enemigo interior y un enemigo
exterior, las personas inmigrantes de religión musulmana y el islam en general y, de maneras más o
menos claras, plantean o sugieren la idea del gran reemplazamiento, la de una Europa invadida y
sumergida por migrantes procedentes de los países árabes y África. Y, como nacional populistas que
son, sus dirigentes se presentan como los o las únicas que pueden poner freno a esa situación.
Entre las derechas extremas y una parte de las derechas tradicionales hay, sobre estas cuestiones,
evidentes pasarelas. Comparten parte de los miedos, y ponen por delante las posiciones autoritarias
y lo relacionado con las identidades. Y, hasta derrapan y van sin frenos y cuesta abajo, como cuando
una eurodiputada sarkozysta, Nadine Morano, apela abiertamente a que Francia es un país de raza
blanca, y que hay que preservarlo así. Y, aunque es verdad que esas declaraciones, hechas en unplató de televisión, le han valido ser eliminada de las listas electorales de su partido para las
próximas elecciones regionales, no es menos cierto que unos cuantos dirigentes del mismo
mostraban, más allá de señalar la inconveniencia de la expresión concreta utilizada, que, en el
fondo, no está equivocada.

¿Australia como modelo?

Con todo este juego de presiones, en el ámbito europeo se va configurando una política que tiene, a
mi juicio, rasgos comunes con la que desde hace un tiempo viene practicando Australia. Ese país
tiene suscritos acuerdos con islas más o menos cercanas a sus costas, en concreto con Manus y
Nauru, que están en el archipiélago de Papúa Nueva Guinea. Las personas potenciales solicitantes
de asilo que sean detenidas en alta mar queriendo llegar a Australia, sean transportadas a esas islas.
En ellas se gestionan las solicitudes de asilo. A quienes se les reconoce como asilados en la isla de
Manus, se les deja entrar a Australia y, a quienes no, se les deporta a sus países de origen. A quienes
se reconoce esa condición en la isla de Nauru, se les traslada a Camboya, en virtud de un acuerdos
suscrito entre los gobiernos australiano y camboyano. Por otro lado, Australia negocia directamente
con el ACNUR unas cantidades concretas, una especie de cuotas, de aceptación de refugiados
anuales, 13.750 en los años 2015, 2016 y 2017. Para el bienio 2018-2019, 18.750. Es una política
que se sustenta sobre tres patas. Una, la principal, que las personas solicitantes de asilo o protección
internacional no puedan llegar directamente a Australia. Dos, acuerdos para que quien se acerque se
quede fuera de las fronteras del territorio. Ahí, fuera del país, se revisarán sus solicitudes. Tres,
acuerdos directos con el organismo encargado de los refugiados de naciones unidas, para negociar
cuotas anuales.
Si hacemos la comparación vemos que: Uno, la Unión Europea quiere impedir la llegada directa de
solicitantes de asilo, especialmente desde la frontera sur, la del Mediterráneo. Para ello ha puesto en
marcha la operación Sofía. Dos, declarar países seguros a los de tránsito, a los de los balkanes. Tres,
apoyo directo, material y monetario, a los países cercanos a las zonas de conflicto (Turquía, Líbano,
Jordania...) para que las personas refugiadas se queden allí. Cuatro, negociar las cantidades que
vayan a entrar en a Europa con esos países. Quinto, como la Unión Europea está formada por
Estados, acuerdo interno sobre el sistema de reparto.

Donostia, 15-10- 2015
Agustín




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